Ricardo Martins.
02 de noviembre 2025.
La investigación sobre Nord Stream, que en su día fue un símbolo de la unidad europea, se ha convertido en un reflejo de sus divisiones. Entre el poder estadounidense, las intrigas ucranianas y la opacidad polaca, la búsqueda de la verdad por parte de Europa corre ahora el riesgo de convertirse en otra víctima más de la guerra energética.
En septiembre de 2022, una serie de explosiones submarinas en el mar Báltico destrozaron no solo los gasoductos Nord Stream que unían Rusia con Alemania, sino también las últimas ilusiones de unidad europea. En aquel momento, la indignación se extendió por todo Occidente.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, juró que la UE daría “la respuesta más contundente posible”. Un asesor presidencial ucraniano lo calificó de “ataque terrorista planeado por Rusia”.
Tres años después, el tono ha cambiado. Rusia ya no es sospechosa oficialmente.
Las capitales occidentales han dejado de lado discretamente su furia inicial, y la investigación, que en su día fue símbolo de la determinación europea, se ha vuelto turbia, envuelta en secretismo, narrativas contradictorias y, sobre todo, el curioso obstruccionismo de Polonia.
Una explosión que reconfiguró el mapa energético de Europa
Nord Stream I y II eran de una escala monumental: dos gasoductos gemelos que se extendían a lo largo de 1200 kilómetros desde Vyborg, en Rusia, hasta Greifswald, en Alemania.
Construido por un consorcio liderado por Gazprom (51 %) junto con las alemanas Wintershall Dea y E.ON, la francesa Engie y la holandesa Gasunie, el proyecto tenía como objetivo garantizar el suministro de gas ruso barato a las potencias económicas europeas, con Alemania a la cabeza.
Cuando los gasoductos fueron volados el 26 de septiembre de 2022, tres de sus cuatro líneas quedaron inoperativas.
La explosión no solo cortó un enlace físico: simbolizó el fin de la dependencia energética de Europa respecto a Moscú. En cuestión de meses, los precios del gas se dispararon, la industria alemana se tambaleó y Polonia, que se había opuesto durante mucho tiempo al proyecto, salió extrañamente triunfante.
“Gracias, Estados Unidos”: el tono festivo de Polonia
Horas después del sabotaje, el exministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Radosław Sikorski, publicó una foto de las fugas de gas en X (entonces Twitter) con una leyenda que decía simplemente: “Gracias, EE. UU.”. El mensaje, que posteriormente fue eliminado, no fue un desliz. Reflejaba años de oposición polaca al Nord Stream, considerado en Varsovia como un Pacto Molotov-Ribbentrop moderno entre Berlín y Moscú.
Para Polonia, la recompensa geopolítica es clara: refuerza su asociación con Washington, consolida su imagen como centinela antirruso de Europa del Este y gana influencia dentro de la UE.
El presidente estadounidense Joe Biden prometió, en febrero de 2022, que, si Rusia invadía Ucrania, “no habrá Nord Stream 2, le pondremos fin”. Cuando un periodista le presionó para que explicara cómo, Biden respondió de forma críptica: “Tenemos los medios”.
Esas palabras perseguirían a Washington meses más tarde, cuando el veterano periodista de investigación Seymour Hersh publicó, en febrero de 2023, que un equipo de buzos encubiertos de la Marina de los Estados Unidos llevó a cabo la operación con la autorización de la Casa Blanca.
Los medios de comunicación occidentales descartaron en gran medida la noticia y las redes sociales limitaron su difusión. Pronto surgieron nuevas teorías “oficiales”: primero, un grupo rebelde proucraniano; luego, oficiales militares ucranianos; y, por último, casi convenientemente, un único coronel “demasiado celoso”, Roman Chervinsky, identificado por The Washington Post como posible coordinador.
El escudo judicial de Varsovia
A finales de septiembre de 2025, la policía polaca detuvo a Volodymyr Zhuravlov, un buzo ucraniano buscado por Alemania por presuntamente colocar explosivos cerca de la isla de Bornholm.
Berlín solicitó su extradición en virtud de una orden de detención europea. Pero el 17 de octubre de 2025, un tribunal de distrito de Varsovia se negó.
El juez Dariusz Lubowski declaró que el acto era “justificado, racional y justo”, una acción legítima en tiempo de guerra contra los activos rusos. Citó a Aristóteles y a Tomás de Aquino al argumentar que, si Ucrania destruía la infraestructura enemiga para debilitar a Moscú, “entonces estas acciones no eran ilegales”.
Ordenó la liberación inmediata de Zhuravlov e incluso una indemnización por parte del Estado polaco, según la BBC.
El primer ministro Donald Tusk aplaudió el veredicto en X: “Con razón. Caso cerrado”.
Para Alemania, el caso estaba lejos de estar cerrado. Los fiscales de Berlín, que rastrearon las rutas de los presuntos saboteadores a través de puertos polacos como Kołobrzeg, acusaron a Varsovia de obstruir la justicia.
El exjefe de inteligencia Gerhard Schindler fue más allá, afirmando que operaciones de tal magnitud eran “inconcebibles sin aprobación política” e insinuando que Polonia podría estar encubriendo su propia participación, según Responsible Statecraft.
La hostilidad histórica de Polonia
La actitud de Polonia tiene sus raíces tanto en la historia como en la estrategia.
Los cables de WikiLeaks de 2007 describen a Varsovia como “uno de los oponentes más vocales” de Nord Stream, al considerarlo una amenaza directa para la solidaridad europea.
Para los líderes polacos, los gasoductos eludían Europa Central, privando a Polonia de lucrativos derechos de tránsito y marginándola geopolíticamente.
Durante casi dos décadas, los sucesivos gobiernos polacos, tanto liberales como conservadores, han tratado a Nord Stream como un símbolo del apaciguamiento alemán hacia Rusia.
Cuando se produjeron las explosiones, muchos en Varsovia las consideraron en privado como justicia poética. Como dijo Sikorski a The New Statesman un año después, “La destrucción de Nord Stream fue, en mi opinión, algo muy positivo”.
Ese sentimiento sigue dominando el discurso polaco. Para Tusk y su gabinete, el escándalo no es que los gasoductos fueran volados, sino que existieran.
El opaco triángulo de alianzas
El ambiguo papel de Polonia revela la complejidad del triángulo Estados Unidos-Ucrania-Polonia. Washington se distancia públicamente del sabotaje, mientras que en privado elogia la firme postura antirrusa de Varsovia.
Ucrania niega cualquier participación, aunque las filtraciones sugieren al menos un conocimiento tácito por parte de elementos de sus servicios de inteligencia. Polonia, por su parte, se posiciona como protectora de Ucrania y crítica de Alemania, una postura incómoda dentro de la OTAN.
Al negarse a extraditar, Varsovia protege a un agente ucraniano que supuestamente actuaba bajo órdenes militares.
Sin embargo, al mismo tiempo, descarta las acusaciones de injerencia política como “propaganda rusa”.
Este doble discurso —defender a Ucrania mientras se obstaculiza a Alemania— ha convertido a Polonia de aliado de primera línea en un comodín diplomático.
El silencio de Europa
Quizá lo más llamativo sea el silencio de Europa. Alemania, la principal víctima del sabotaje, limita sus protestas a notas de procedimiento. La UE, a pesar de la promesa inicial de represalias de von der Leyen, sigue mostrando una notable indiferencia.
No hay un grupo de trabajo conjunto, ni sanciones coordinadas, ni siquiera un informe público definitivo. La tan cacareada “solidaridad europea” se ha evaporado en una vergüenza estratégica.
Mientras tanto, el coste económico es inmenso. La pérdida del gas ruso barato ha acelerado la desindustrialización de Alemania, ha empujado los precios de la energía a máximos históricos y ha beneficiado a los exportadores de GNL de Estados Unidos.
Para Polonia, la recompensa geopolítica es clara: refuerza su asociación con Washington, consolida su imagen de centinela antirruso de Europa del Este y gana influencia dentro de la UE.
Pero ¿a qué precio moral? Al bloquear la cooperación judicial con Alemania y declarar “justo” un presunto acto de sabotaje, Polonia difumina la línea entre la resistencia y la impunidad.
Por último, ¿quién se beneficia de este silencio? Quizás aquellos que temen que la historia completa pueda revelar verdades incómodas sobre la cooperación encubierta, los dobles raseros o incluso la participación de una nación líder en lo que equivale a un importante acto de terrorismo económico.
Traducción nuestra
*Ricardo Martins, doctor en Sociología, especialista en política europea e internacional, así como en geopolítica.
Fuente original: New Eastern Outlook
