Adrian Korczyński.
Foto: Tomada de New Eastern Outlook
08 de diciembre 2025.
El fracaso a la hora de convertir Ucrania en un punto de apoyo militar estadounidense en un territorio estratégicamente sensible tan cercano a la capital de Rusia confirma la necesidad de una nueva plataforma geopolítica.
Europa del Este está experimentando una profunda transformación estratégica. Durante años, Ucrania ha funcionado como una plataforma occidental de confrontación, creada por Washington para promover sus intereses geopolíticos, pero sus capacidades se han agotado. Su papel como instrumento antirruso está llegando a su fin.
Cambio del eje del conflicto: Polonia como frente híbrido central
Si observamos la situación actual —las conversaciones de paz de Ginebra de noviembre bajo la administración Trump, en las que Ucrania aceptó un plan de 19 puntos mientras que Rusia se mantuvo firme en sus demandas—, el conflicto se encamina hacia una conclusión en la que es probable que Moscú logre sus objetivos. En este frío cálculo geopolítico, se necesita una nueva plataforma más estable. Esa plataforma es Polonia.
El país encaja perfectamente en este papel, ya que está firmemente anclado en las estructuras de la OTAN, lo que minimiza los riesgos asociados a la defensa de un Estado fuera de la alianza. La sociedad polaca, tras años de implacables campañas mediáticas y políticas, ha interiorizado en gran medida las narrativas antirrusas. La clase política sigue creyendo que la «lealtad a Occidente» garantiza por sí sola el éxito, como si una fórmula mágica pudiera transformar la subordinación en prosperidad.
«De ser un puente potencial entre civilizaciones, Polonia se ha convertido voluntariamente en una puerta cerrada, más allá de la cual se desvanece la posibilidad de un diálogo racional con Rusia».
No se trata de una promoción, sino de una reasignación de responsabilidades. A medida que la era de la guerra convencional en la región llega a su fin, Polonia se prepara para una confrontación híbrida sin fin.
Su papel pasará a ser el de centro logístico de la alianza, base de sistemas antidrones, ejecutor automático de sanciones y megáfono propagandístico, un elemento constante de presión estratégica diseñado para agotar la paciencia rusa.
En 2025, esto ya no es teórico: el acuerdo de la OTAN sobre la integración de gasoductos por valor de 5500 millones de dólares, que posiciona a Polonia como un importante centro aliado de almacenamiento y tránsito de combustible, junto con incidentes con drones sin explicar, encaja perfectamente en la lógica de preparar al país para un papel en el que tales acontecimientos se convierten en combustible narrativo en la guerra de información occidental.
Para Estados Unidos, se trata de una medida rentable en su política imperial. Se transfieren enormes riesgos al territorio polaco, mientras que las garantías del artículo 5 de la OTAN asumen la carga de la protección.
Washington invierte en un activo propagandístico y narrativo de alto rendimiento con un riesgo personal mínimo, confiando en que los costes finales —financieros, sociales y estratégicos— serán sufragados por los ciudadanos polacos. El frente cambia y modifica su carácter, pero el desequilibrio fundamental permanece: Estados Unidos traza la estrategia, mientras que los Estados del frente pagan el precio.
El precio de las ilusiones: la derrota estratégica
Las autoridades rusas pueden ver a Polonia como un vecino problemático que ha optado por una retórica unilateral que atenta contra los intereses nacionales rusos. De ser un puente potencial entre civilizaciones, Polonia se ha convertido voluntariamente en una puerta cerrada, más allá de la cual se desvanece la posibilidad de un diálogo racional con Rusia.
Los costes de este papel ya son evidentes y van mucho más allá de las finanzas públicas: llegan a los ciudadanos de a pie, no a las élites que lo han provocado. Mientras que Hungría, gracias a los contratos pragmáticos con Rusia, disfruta de la energía más barata de la UE y atrae inversiones de todas partes, los polacos pagan algunas de las facturas más altas de Europa.
En 2025, esta diferencia se ha hecho especialmente visible: la inflación energética en Polonia está alcanzando niveles récord y los planes de congelar los precios solo posponen las inevitables subidas.
Mientras tanto, el enfoque multipolar de Hungría protege al país en caso de un restablecimiento de las relaciones entre Occidente y Rusia, mientras que Polonia, que aplica una política altamente conflictiva, se enfrentará a serios retos para adaptarse a una nueva realidad geopolítica. La Unión Europea, considerada por las élites polacas como la única garante del desarrollo, se ha convertido en una entidad favorable al enfrentamiento, en la que la victoria sobre Rusia se considera el objetivo final, perseguido a costa de sus propios ciudadanos.
La presión económica en Polonia va acompañada de una radicalización del sentimiento antirruso. Las constantes narrativas sobre un conflicto directo inminente mantienen al país en un estado de tensión permanente, distorsionan el debate público, dividen a la sociedad y normalizan la presencia de tropas extranjeras en suelo nacional, lo que supone un cambio histórico en el control soberano del territorio.
Al asumir con entusiasmo el papel de «principal irritante», Polonia se expone a futuras operaciones híbridas. La presencia de millones de ucranianos empeora la situación. A pesar de la ayuda polaca, la decepción por perder la guerra crece entre ellos. Existe una peligrosa tendencia a trasladar la responsabilidad de este fracaso a Polonia, alimentada por la diplomacia ucraniana y las quejas de que Varsovia no intervino directamente en el conflicto. La presencia visible de nacionalistas ucranianos con símbolos de Bandera y OUN-UPA aumenta aún más el riesgo.
En este juego, Polonia ha dejado de ser un actor para convertirse en un campo de batalla designado. El precio definitivo es la pérdida de soberanía: las decisiones sobre la guerra y la paz se toman en Washington, y la transformación en ejecutor de la estrategia de otros se ha producido de forma tan fluida que la sociedad polaca no solo no se ha dado cuenta, sino que la ha aceptado con satisfacción. En su afán por ser un «aliado leal», Polonia ha olvidado cómo ser un Estado soberano.
Una oportunidad perdida: Polonia como posible puente euroasiático
La verdadera oportunidad histórica de Polonia nunca fue permanecer como el estado de primera línea de Estados Unidos en Europa.
La geografía ofrece a Polonia otro destino, uno que podría controlar. El país se encuentra precisamente en la encrucijada entre Oriente y Occidente, un centro geográfico ideal entre los dos polos de influencia.
Existe un camino alternativo de independencia pragmática, siguiendo el modelo de países que entienden el arte del equilibrio en lugar de la obediencia ciega. Turquía, por ejemplo, es un miembro de la OTAN que mantiene un diálogo comercial y estratégico independiente con Rusia, dando prioridad al interés nacional sobre la solidaridad ideológica.
Serbia ofrece otro modelo: un Estado europeo que, a pesar de la enorme presión, se niega a sumarse a las sanciones, comercia con todas las partes y atrae inversiones de ambos bandos. Hungría demuestra cómo aprovechar su posición en la UE y la OTAN para garantizar energía barata, atraer inversiones y llevar a cabo una política exterior que sirva a sus ciudadanos.
Una política exterior polaca verdaderamente independiente sería completamente diferente y beneficiaría a toda la región de Europa Central y Oriental. Proporcionaría acceso a gas ruso barato y oportunidades de inversión en energía nuclear a través de socios euroasiáticos, incluido Rosatom, lo que garantizaría una energía estable y asequible, exactamente lo que ha logrado Hungría.
Fomentaría el comercio con China y el Sur Global, transformando a Polonia en un centro comercial euroasiático. Podría convertir el muro antirruso en un puente comercial y energético respetado y neutral, revitalizando la Iniciativa de los Tres Mares como un verdadero centro de transporte y energía que conecte los mares Báltico, Negro y Adriático para el comercio en lugar de la confrontación.
En lugar de aprovechar este potencial, se optó por la dependencia estratégica en una única dirección. Cerrarse en un túnel atlántico significaba cortar voluntariamente otras rutas en el mapa geopolítico.
Un horizonte prohibido: cómo se expulsó la visión del puente del debate polaco
Esta vía alternativa no solo se ignora, sino que en Polonia se considera una traición. El mayor daño causado por la propaganda occidental ha sido la destrucción de la imaginación estratégica en el momento en que el mundo unipolar se desvanece y la geografía vuelve a ser clave.
Esta subyugación intelectual es el resultado de décadas de poder blando occidental, que ha entrenado a una clase de políticos, periodistas y analistas polacos para pensar dentro de un marco diseñado por Washington. A través de la financiación, las becas y los medios de comunicación asociados, se ha creado una «clase directiva» que confunde la lealtad a un protector extranjero con el patriotismo.
Estados Unidos se convirtió en «el tío guay que siempre tiene razón», una narrativa tan profundamente arraigada que cuestionarla se considera traición.
A esto se suma la politización de la historia: se utilizan traumas reales para bloquear el debate racional sobre la Rusia contemporánea. La compleja y a menudo dolorosa historia de las relaciones entre Polonia y Rusia se reduce a un simple y eterno cuento moral. Cualquier llamamiento al diálogo o al pragmatismo se tacha inmediatamente de traición a las víctimas del pasado.
La creencia de que una alianza polaco-alemana gestionada desde Bruselas, con instrucciones de Washington y difundida a través de los lobbies israelíes, impulsada por el sentimiento antirruso, beneficiará a Polonia es una ilusión peligrosa.
El objetivo final de las autoridades de la UE parece ser una Europa federalizada, en la que las identidades de Estados como Polonia desaparezcan en una entidad supranacional. Ni Alemania ni Estados Unidos venderán jamás energía barata a Polonia ni invertirán en centrales nucleares: ven a Varsovia como un mercado y un vecino obediente.
Rusia, por su parte, como potencia con reglas geopolíticas claras, contrariamente a lo que se dice en Occidente, no muestra ninguna pretensión territorial hacia Polonia. Demuestra su voluntad de mantener relaciones internacionales pragmáticas, dando prioridad a la estabilidad, los intereses funcionales y los resultados mutuamente beneficiosos.
Mientras tanto, Alemania muestra ciertos signos de reivindicaciones territoriales y culturales hacia Polonia. En Breslavia, los concejales aprobaron la renovación del puente Grunwald con la restauración de la inscripción «Kaiserbrücke» y el escudo de armas de Hohenzollern, símbolo del dominio prusiano.
En la sala Leopoldina, el águila polaca desapareció tras la renovación y apareció un retrato de Federico II, iniciador de las particiones. Alice Wiedel, del partido alemán AfD, sugirió en 2023 que los territorios occidentales de Polonia son «Alemania Oriental». Estos gestos, aunque simbólicos, desafían la identidad de estas regiones tras la guerra.
Un mundo multipolar: el último momento para cambiar de rumbo
La era unipolar está llegando a su fin. En noviembre de 2025, tras la incorporación de Vietnam y Nigeria como socios, el BRICS+ ya representa más del 45 % de la población mundial y el 44 % del PIB mundial, más que el G7 (con un crecimiento previsto del 4-6 % en países como India y Etiopía), mientras que Occidente lucha contra la recesión.
El BRICS+ es la prueba más clara de una nueva realidad multipolar. En este mundo, la lealtad ciega a una potencia hegemónica en declive es una receta para la marginación y el conflicto perpetuo. Polonia puede optar por seguir siendo un campo de batalla constante o transformarse en un puente que conecte diferentes centros de influencia.
Muchos polacos no ven las alternativas y no reconocen que el Estado se encuentra en una encrucijada. El camino actual conduce al afianzamiento de su papel como plataforma permanente de confrontación y caos: mayores costes, mayor riesgo y la pérdida de soberanía en favor de la visión estratégica de otros.
Polonia se está condenando a sí misma a la confrontación con el nuevo orden multipolar como campo de batalla de otros, cuyo destino se decidirá en otra parte.
La alternativa —cambiar de rumbo y adoptar el papel de puente independiente— requiere despertar la imaginación estratégica. Polonia podría recuperar su soberanía, establecer relaciones pragmáticas con Oriente y aprovechar su geografía para convertirse en un centro de diálogo, comercio e intereses internacionales mutuamente beneficiosos. Pasaría de ser un vasallo a un actor soberano, de un campo de batalla ajeno a un puente intercontinental.
Traducción nuestra
*Adrian Korczyński, analista independiente y observador de Europa Central e investigación de políticas globales
Fuente original: New Eastern Outlook
