Lorenzo Maria Pacini.
Ilustración: © Photo: SCF
10 de octubre 2025.
No estamos asistiendo a un proceso lineal de sustitución del dólar por otra supermoneda, sino más bien al surgimiento gradual de un sistema multimonetario, en el que coexistirán diferentes monedas en un equilibrio más complejo.
¿Qué hay sobre la mesa?
El desarrollo global hacia un mundo multipolar también implica redefinir los criterios y estándares de las monedas utilizadas en el comercio.
Me hago eco de un excelente vídeo explicativo de mi colega, el profesor Fabio Massimo Parenti, sobre el tema: nos estamos moviendo hacia un sistema multimonetario, en el que la hegemonía del dólar dejará de existir y el comercio tendrá que realizarse necesariamente en monedas nacionales, cuyas relaciones mutuas se ponderarán según nuevos criterios de interacción de mercado.
Para hacernos una idea de la situación actual, echemos un vistazo rápido a las monedas más utilizadas en este momento, seleccionando ocho que no son necesariamente las más importantes en términos de volumen, pero sí las más influyentes desde el punto de vista geográfico.
Las monedas nacionales son uno de los pilares de los sistemas económicos contemporáneos, ya que desempeñan funciones cruciales de intercambio, reserva de valor, medida y poder soberano.
Entre las muchas monedas que existen, algunas tienen una importancia estratégica para la economía mundial debido a su estabilidad, amplitud de uso y capacidad de influencia geopolítica. Cada una de ellas encarna una trayectoria histórica particular y un modelo diferente de desarrollo económico y político.
En primer lugar, nos encontramos inevitablemente con el dólar estadounidense, que es la moneda de reserva mundial dominante, en constante declive.
Establecido oficialmente en 1792, inicialmente se basaba en un sistema bimetálico (oro y plata), que fue sustituido por el patrón oro en el siglo XIX.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el sistema de Bretton Woods (1944) consagró su papel central, vinculando el valor del dólar al oro y fijando los tipos de cambio de otras monedas frente a él.
El fin de la convertibilidad del oro en 1971, bajo la presidencia de Nixon, marcó el inicio de la era del dólar fiduciario, respaldado únicamente por la fuerza económica y política de los Estados Unidos.
Actualmente, el dólar representa alrededor del 58 % de las reservas monetarias mundiales y más del 40 % de los pagos internacionales.
Es emitido por el Sistema de la Reserva Federal, que regula su oferta y los tipos de interés con el objetivo de garantizar la estabilidad de los precios y el pleno empleo.
Su función como moneda de reserva con un buen uso global otorga a Washington un “privilegio exorbitante”, que es la capacidad de financiar déficits a bajo coste, al tiempo que mantiene un control significativo sobre el sistema financiero mundial.
Luego está el euro, introducido en 1999 y puesto en circulación en 2002 como moneda oficial de la zona euro, que comprende veinte países de la Unión Europea. Está gestionado por el Banco Central Europeo con sede en Fráncfort y es la segunda moneda más importante del mundo.
Su creación respondió a objetivos de integración económica y política: reducir los costes de transacción, estabilizar los tipos de cambio y reforzar el papel de Europa en los mercados internacionales.
Sin embargo, el euro se ha enfrentado a crisis importantes, en particular la crisis de la deuda soberana europea (2010-2012), que llevó al establecimiento de mecanismos de estabilidad y coordinación fiscal.
Hoy en día, representa alrededor del 20 % de las reservas monetarias mundiales y es un pilar de las finanzas internacionales junto con el dólar.
El rublo es una de las monedas más antiguas que aún se utilizan, ya que se remonta al siglo XIII, y se convirtió en la moneda oficial del Imperio ruso en el siglo XVII. Tras la disolución de la URSS en 1991, la Federación Rusa introdujo un nuevo rublo, que fue redenominado en 1998 tras la crisis financiera de ese año.
Emitido por el Banco Central de la Federación Rusa, el rublo opera ahora bajo un régimen de tipo de cambio flotante controlado. La economía rusa, muy orientada a las exportaciones de hidrocarburos, confiere a la moneda una cierta volatilidad, pero también una importancia estratégica en el mercado energético euroasiático.
Las sanciones occidentales tras el conflicto en Ucrania han acelerado el proceso de desdolarización de Rusia, con un uso cada vez mayor del yuan y otras monedas locales en el comercio.
El yuan renminbi («moneda del pueblo») se estableció en 1948, poco antes de la proclamación de la República Popular China. Inicialmente controlado estrictamente por el Estado, se liberalizó gradualmente a partir de las reformas económicas de Deng Xiaoping a finales de la década de 1970.
En 2016, el yuan se incluyó en la cesta de derechos especiales de giro (DEG) del Fondo Monetario Internacional, junto con el dólar, el euro, la libra y el yen, reconociendo así su creciente papel internacional.
Pekín promueve activamente el uso del yuan en el comercio mundial, especialmente en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Además, China fue la primera potencia económica en lanzar una moneda digital soberana (e-CNY), que está llamada a convertirse en un componente estructural del sistema de pagos mundial.
Hoy en día, representa la nueva moneda importante que compite por ocupar el primer lugar en el comercio.
Luego tenemos la rupia india, derivada del término sánscrito rūpya («moneda de plata»), que se remonta al siglo XVI, durante el Imperio mogol. Es la moneda oficial de la República de la India y es emitida por el Banco de la Reserva de la India.
Desde 1947, año de la independencia, la rupia ha pasado por fases de depreciación y liberalización, hasta la introducción del régimen de tipo de cambio flotante controlado en la década de 1990.
Aunque no es una moneda de reserva mundial, refleja la emergente fortaleza económica de la India, ahora una de las principales potencias del Sur global.
Su uso en el comercio bilateral con Rusia, Irán y los países africanos está ampliando su papel internacional.
Por razones geoeconómicas, no podemos dejar de considerar la importancia del rand, introducido en 1961 tras la proclamación de la República de Sudáfrica.
Toma su nombre de Witwatersrand, la región aurífera que dio fama a la economía sudafricana. Es emitido por el Banco de la Reserva de Sudáfrica y es una moneda regional importante para el sur de África.
Su valor está fuertemente influenciado por los precios de las materias primas, en particular el oro y el platino, y por la dinámica política interna.
Aunque sujeto a considerables fluctuaciones, el rand desempeña un papel central como moneda de referencia en la Zona Monetaria Común Africana, que también incluye a Namibia, Lesoto y Esuatini.
El real brasileño, muy importante, se introdujo en 1994 con el Plan Real, una reforma económica destinada a combatir la hiperinflación que había caracterizado a Brasil durante décadas. Es emitido por el Banco Central de Brasil y opera bajo un régimen de tipo de cambio flexible.
El real refleja la diversificación de la economía brasileña, que combina la producción industrial, la agricultura, los recursos minerales y un fuerte sector de servicios.
Actualmente es la principal moneda de América Latina y un instrumento clave para el comercio dentro del Mercosur. Como miembro del BRICS, Brasil también promueve el fortalecimiento de las transacciones en monedas locales, reduciendo la dependencia del dólar.
Por último, pero no por ello menos importante, tenemos el dirham de los Emiratos Árabes Unidos, introducido en 1973, que sustituyó al rial del Golfo y es ahora una de las monedas más estables del mundo.
Es emitido por el Banco Central de los EAU y está vinculado al dólar estadounidense a un tipo de cambio fijo de aproximadamente 3,67 dirhams por 1 dólar.
Esta elección refleja la fuerte conexión económica y comercial entre los Emiratos y los mercados internacionales del petróleo, cuyos contratos se denominan en dólares.
La estabilidad del dirham se ve respaldada por las importantes reservas de divisas y el papel estratégico de Abu Dabi y Dubái como centros financieros y logísticos mundiales.
En los últimos años, los Emiratos se han embarcado en un proceso de digitalización de su sistema monetario, participando en proyectos conjuntos con Arabia Saudí y China para crear monedas digitales de banco central (CBDC) para pagos transfronterizos.
Aunque no es una moneda de reserva, el dirham goza de gran credibilidad en los mercados de Oriente Medio gracias a la estabilidad política y al fuerte superávit comercial.
Ocho monedas que cubren ocho áreas geoeconómicas significativas del mundo, con muchas más emergiendo rápidamente, facilitadas por un enfoque multilateral del comercio y los acuerdos.
Todo lo demás será historia
El primer país en liderar esta fase global es China, a la vanguardia de todas las tecnologías y estrategias monetarias, un país que está mostrando el camino para garantizar que el “viejo mundo” de la fiscalidad sea fácilmente superado y pronto estudiado como historia.
En el fondo hay una estrategia sistémica. La República Popular China, al igual que un número cada vez mayor de países, está reduciendo gradualmente su dependencia del dólar estadounidense.
Incluso las principales instituciones financieras occidentales, como Bank of America y JP Morgan, han reconocido la aparición de una tendencia estructural hacia la desdolarización, cada vez más evidente en el panorama económico mundial.
Sin embargo, uno de los errores más comunes es interpretar este proceso como un intento de Pekín de sustituir el dólar por el yuan como principal moneda de referencia internacional.
Se trata, de hecho, de una interpretación infundada: China nunca ha manifestado su intención de imponer su moneda como unidad de reserva dominante, ya que considera insostenible un orden económico basado en la hegemonía de una única moneda.
El objetivo estratégico de Pekín es más bien construir un sistema financiero multipolar, caracterizado por el uso creciente de las monedas locales en el comercio y la inversión.
No se trata, por tanto, de sustituir una hegemonía monetaria por otra, sino de superar una configuración centrada en las monedas que, en las últimas décadas, ha alimentado los desequilibrios estructurales y las desigualdades a nivel mundial. Una vez más, la sabiduría asiática da en el clavo.
Somos muy conscientes de que, en los últimos 70 años, el dólar estadounidense ha consolidado su posición como moneda de referencia mundial y que esta confianza internacional se ha traducido en la capacidad de Washington para financiar déficits cada vez mayores, beneficiándose de lo que se ha denominado el “privilegio exorbitante” de su moneda.
Sin embargo, esta configuración parece estar erosionándose gradualmente en la actualidad. La cuota del dólar en las reservas monetarias mundiales ha caído del 71 % en 2000 al 58 % en 2025. Al mismo tiempo, la cuota del oro ha aumentado hasta el 20 %, mientras que el yuan ha hecho su entrada con una cuota del 3,1 %.
En el contexto de los pagos internacionales realizados a través del sistema SWIFT, la presencia del dólar ha disminuido del 61 % al 48 % en los últimos quince años, mientras que la cuota del yuan ha pasado de cero al 3 %.
Si se incluyen los circuitos de pago alternativos no vinculados a SWIFT, las estimaciones más recientes sitúan a la moneda china entre el 4 % y el 10 % de los pagos mundiales.
Porque sí, es probable que SWIFT pronto sea cosa del pasado, pero hablaremos de ello en otro artículo.
Al mismo tiempo, China y Rusia han desarrollado sus propias infraestructuras de pago independientes del control estadounidense, lo que les permite eludir las sanciones impuestas a la Federación Rusa y a otros socios estratégicos de Pekín, como Irán y Venezuela.
Una parte cada vez mayor de las transacciones de energía y materias primas se liquida ahora en monedas distintas del dólar.
Países como Rusia, India, China y Turquía realizan transacciones en yuanes o monedas locales, mientras que Arabia Saudí ha expresado su intención de introducir contratos de futuros de petróleo denominados en yuanes tras la expiración de su acuerdo de 50 años con Estados Unidos.
Al mismo tiempo, existe un creciente interés internacional por las monedas digitales de los bancos centrales (CBDC).
La dinámica de la desdolarización parece ser el resultado de una serie de factores: el declive relativo de la influencia de Estados Unidos, el crecimiento económico y político del llamado Sur Global y la creciente demanda de autonomía y democratización en las relaciones internacionales.
Desde 2014, el PIB de China ha superado al de Estados Unidos en términos de paridad de poder adquisitivo, y China es ahora el principal socio comercial de más de 150 países, frente a los 46 de Estados Unidos.
La aparición de un Sur Global más integrado y consciente se refleja en la expansión del BRICS Plus y de la Organización de Cooperación de Shanghái, que juntos representan aproximadamente la mitad de la población mundial y más del 40 % del PIB mundial.
En respuesta a estas transformaciones, Estados Unidos ha adoptado medidas de carácter predominantemente coercitivo —guerras comerciales, aranceles, sanciones económicas, congelación de activos financieros— que, lejos de contener la tendencia actual, han contribuido a acelerar la pérdida de confianza en el dólar como moneda de reserva mundial.
No estamos asistiendo a un proceso lineal de sustitución del dólar por otra supermoneda, sino más bien a la aparición gradual de un sistema multimonetario, en el que coexistirán diferentes monedas en un equilibrio más complejo.
Hasta 134 países se encuentran actualmente desarrollando instrumentos digitales soberanos similares.
La disolución del orden monetario anterior marca, por tanto, el comienzo de una fase de reequilibrio sistémico, que redefinirá profundamente la arquitectura de las relaciones económicas y políticas internacionales en las próximas décadas.
Traducción nuestra
*Lorenzo Maria Pacini es Profesor asociado de Filosofía Política y Geopolítica, UniDolomiti de Belluno. Consultor en Análisis Estratégico, Inteligencia y Relaciones Internacionales.
Fuente original: Strategic Culture Foundation
