Lama El Horr.
21 de abril 2025.
Al igual que el poeta cuyo estado de ánimo sombrío se irrita ante la visión de ‘los grandes agujeros azules maliciosamente hechos por los pájaros’ en el gris azulado, Washington ya no contiene su irritación ante el surgimiento de un nuevo mundo, cuyas estructuras escapan a su control.
A pesar del ascenso al poder de China y del claro reequilibrio económico a favor de los BRICS y del Sur Global, Washington persiste en tolerar una única alternativa: o China, líder de este mundo emergente, renuncia a su soberanía tecnológica y militar, o se encamina hacia un conflicto híbrido con Estados Unidos. Del mismo modo, se está presionando a los socios económicos y comerciales de China, como Pakistán y Vietnam, para que revisen completamente su línea estratégica cuando contradice los objetivos imperialistas de Washington.
En este contexto, la oligarquía atlantista, la escoria de un imperio en decadencia, ha decidido utilizar su poder para causar daño sin restricciones, mediante guerras sangrientas, intimidación económica y comercial, y terrorismo político y mediático de una violencia sin precedentes.
Diplomacia, derecho, ética… Washington rompe las barreras
La configuración del panorama mundial y su equilibrio de poder es tal que nadie puede obligar a Estados Unidos a respetar el derecho internacional.
En consecuencia, China, al igual que el resto del mundo, se enfrenta al colosal desafío de lidiar con una potencia imperialista que se niega a cumplir la más mínima norma ética y diplomática, y que se ha liberado unilateralmente de todas las restricciones legales y judiciales que emanan de las organizaciones internacionales, incluidas las de la ONU.
Desafiando a una Palestina que se ha convertido en el símbolo universal de la lucha anticolonialista, el llamamiento de Donald Trump a separar a los habitantes de Gaza de su tierra ha puesto al descubierto la fría monstruosidad del imperio estadounidense.
Sabemos que Trump no ha creado al monstruo imperialista, sino que simplemente le ha despojado del oropel de los “valores occidentales”, revelando su verdad genética.
Sin embargo, armonizar el rostro de este Imperio con sus acciones ha tenido el efecto de multiplicar por diez su monstruosidad. La ignominia de las pretensiones y la infamia de las acciones son el nuevo monstruo de dos cabezas, la encarnación del cinismo macabro de un Imperio que se tambalea en la pubertad.
Este llamamiento a limpiar un territorio de su población, acompañado de otras atrocidades, como los planes de anexionar territorios extranjeros —que algunos diplomáticos europeos admiten abiertamente que están dirigidos contra Pekín—, aumenta naturalmente las tensiones internacionales, ya que aboga por la normalización de la ley de la selva.
El derecho internacional, la integridad territorial, los códigos diplomáticos, los principios éticos: todo ello queda ahora sin efecto.
En cambio, Trump desafía a China y a Rusia: si persisten en su plan de “mundo multipolar”, actuaré como considere oportuno en lo que considero mis polos de influencia, a saber: México, Canadá, Panamá y Groenlandia, sin renunciar, por supuesto, a Oriente Medio y a la región indopacífica, donde Washington cuenta con varios terroristas suicidas, entre los que destacan el Estado colonialista de Israel, el Gobierno de Filipinas y la oligarquía taiwanesa.
Según esta lógica, Washington puede recurrir a todos los medios de violencia (ya que la fuerza se convierte en la única fuente de derecho) para restablecer una hegemonía erosionada e impedir que sus adversarios geopolíticos adquieran capacidades de defensa, tanto económicas como militares, capaces de comprometer sus objetivos imperialistas.
Otro objetivo subyacente es alimentar al complejo militar-industrial estadounidense, la mina de oro del bloque atlántico, desencadenando guerras interminables.
En una entrevista reciente, en la que abogaba por una desconexión radical de Washington con Pekín, el exasesor comercial de Trump, Robert Lighthizer, esbozó su visión de la coexistencia y la paz internacionales:
Para evitar las guerras, es necesario tener el ejército más fuerte, más grande y más capaz, la marina más fuerte y más capaz, la mejor economía y la mejor tecnología del mundo. Si se tiene eso, los aliados acuden a uno; le ven como el futuro.
Esta descripción de la ‘paz’ nos lleva mucho más allá de la disuasión: la megalomanía imperialista se basa, en efecto, en el poder agresivo.
Contrariamente a lo que afirma este asesor, la legitimación política de la ley de la selva aumenta el riesgo de guerra en lugar de prevenirla. Si el derecho internacional es completamente ineficaz, tanto los Estados como las poblaciones no tendrán más remedio que recurrir a las armas para defender sus intereses vitales.
Poco antes de su asesinato a manos de un sicario del bloque atlántico en Oriente Medio, Hassan Nasrallah había aclarado este problema de forma muy sencilla:
Lo que ha ocurrido en Gaza ha demostrado que la comunidad internacional y el derecho internacional no pueden proteger a las poblaciones. No pueden proteger a nadie. Es vuestra fuerza y vuestros misiles los que os protegen».
Por supuesto, no se trata de utilizar la fuerza para hacer sangrar a los más débiles —uno de los pasatiempos favoritos del bloque atlántico e Israel—, sino solo de protegerse de la fuerza inicua del colonialismo y el imperialismo.
¿Los Estados solo tienen “intereses”?
Al igual que los imperios coloniales europeos de los que desciende, el supremacismo estadounidense ha elevado la subyugación a la categoría de predestinación, lo que equivale a negar la posibilidad de superar la condición heredada al nacer.
Los más débiles no tienen forma de escapar a la ley del más fuerte, como tan acertadamente expresó Anthony Blinken:
Si no está en la mesa del sistema internacional, estará en el menú.
Como resultado, la única preocupación de Estados Unidos es cultivar una fuerza coercitiva para seguir imponiendo su voluntad al resto del mundo.
De ahí surge la idea de que Washington no puede permitirse sentimentalismos relacionados con cuestiones morales. “Los Estados solo tienen intereses” es un refrán común, que sugiere que el torrente de horrores desatado sobre el mundo por el Imperio estadounidense y sus secuaces constituye un principio infalible de las relaciones internacionales.
El exdirector de inteligencia de la DGSE francesa, Alain Juillet, llegó incluso a considerar que no se podía “culpar a los estadounidenses por querer seguir siendo los primeros», pero ¿a qué precio?
¿Están muriendo cientos de miles de personas desde el Congo hasta Sudán, pasando por Etiopía y Somalia? ¡Los Estados solo tienen intereses! ¿Están los palestinos sufriendo una limpieza étnica genocida y humillaciones increíbles en los centros de tortura del ejército de ocupación israelí? ¡Los Estados solo tienen intereses! ¿Es Yemen objeto de crímenes de guerra porque intenta impedir la solución final para los palestinos? ¡Los Estados solo tienen intereses! ¿Nos movilizamos desde América del Norte hasta el Cuerno de África para esclavizar a Haití, un país con un millón de heridas? ¡Los Estados solo tienen intereses! ¿Les negamos a Cuba, Venezuela e Irán el derecho al desarrollo, a la seguridad, a la vida? ¡Los Estados solo tienen intereses!
Pero ¿quién decidió que este concepto depredador de las relaciones internacionales era la ley que debía seguirse por defecto? ¿Quién intenta convencernos de que todos somos potenciales criminales y que la rapacidad sanguinaria debe gobernar nuestra condición? ¿Quién quiere hacernos creer que este leitmotiv mortal —¡los Estados solo tienen intereses! — proviene de una inevitabilidad ligada a nuestra esencia, en lugar de una ideología que reduce al hombre a sus instintos más sórdidos?
Por supuesto, todo el mundo sabe que la historia está manchada de episodios oscuros, en los que el hombre ha sido sacrificado en aras de ambiciones inmorales.
Pero tampoco podemos ignorar que la historia está salpicada de contraejemplos, en los que los principios éticos han vencido el cinismo de unos pocos, sin los cuales nunca habríamos asistido a la abolición de la esclavitud, al fin del apartheid sudafricano, ni a todas esas luchas anticolonialistas que culminaron en declaraciones de independencia, por imperfectas que fueran.
Además, si todos nos guiáramos fundamentalmente por intereses básicos, ¿por qué los medios de comunicación, actuando bajo los auspicios del Imperio, se empeñan en disfrazar el infierno de purpurina, haciendo que las acciones más innobles parezcan las causas más justas?
Nuestra era revolucionaria debe ser una oportunidad para redefinir la noción de intereses estatales. Si bien es cierto que la política a veces ha prescindido de la moralidad, esto no significa en absoluto que los intereses vitales de los Estados carezcan de principios éticos.
Nuestra era también debe ser una oportunidad para reequilibrar las fuerzas militares, ya sea mediante la desnuclearización o la proliferación nuclear: ¿cómo pueden países como Irán, Irak, Arabia Saudí o Turquía esperar defender sus intereses vitales con fuerzas colonialistas, armadas hasta los dientes, acampadas a sus puertas o incluso directamente en su patio trasero?
La misma pregunta se plantea para muchos países africanos, como Argelia, Libia, Egipto, Sudán y el Congo, así como para países latinoamericanos como Brasil, Perú, Bolivia, Argentina y Venezuela.
Por supuesto, esta pregunta también se aplica a China, como señaló acertadamente el general Zhou Bo en la Conferencia de Seguridad de Múnich:
El 90 % de la capacidad nuclear mundial pertenece a Rusia y Estados Unidos. ¿Por qué la OTAN no enviaría soldados a luchar contra los rusos? Creo que la disuasión nuclear de Rusia ha desempeñado realmente un papel fundamental… ¿Por qué Estados Unidos parece tener menos miedo a China? ¿Es porque China solo tiene un arsenal nuclear que es menos de una décima parte del de Estados Unidos? Si ese es el caso, lo que necesitamos es una decisión política. La única pregunta para nosotros es aumentar el número o no.
Todo esto está contenido simultáneamente en los nombres Palestina y Mundo Multipolar: un espectro que va de la esperanza al temor, y viceversa.
Traducción nuestra
*Lama El Horr, libanesa, es la editora fundadora de chinabeyondthewall.org, publicación digital independiente focalizada en cuestiones geopolíticas y geoeconómicas relacionadas con la política exterior de China.
Fuente original: China beyond the wall
