Scott Ritter.
Ilustración: OTL
10 de marzo 2025.
Des Grecs et des Romains imitons le courage ;
Attaquons, dans ses eaux, la perfide Albion.
Que nos fastes, s’ouvrant par sa destruction
Marquent les jours de la victoire !
¡De griegos y romanos imitemos el valor;
Ataquemos, en sus aguas, a la pérfida Albión.
Que nuestros anales, abriéndose con su destrucción,
Marquen los días de la victoria!
Marqués de Ximenès (1726-1817), L’ère républicaine (La era republicana)
La perfidia de los británicos es bien conocida, y el término Pérfida Albión* se remonta a la decisión de Inglaterra en 1793 de unirse a la alianza alineada contra las fuerzas de la revolución francesa. El espíritu de esa traición sigue vivo hoy en día, ironizado por el hecho de que la manifestación moderna de la Pérfida Albión es ahora una empresa conjunta en la que participan los franceses, que se han alineado con los británicos para oponerse a los esfuerzos del presidente Donald Trump de buscar la paz con Rusia poniendo fin a la guerra en Ucrania.
Cuando se trata del llamado «Proyecto Ucrania» –término no oficial utilizado para describir la iniciativa de décadas por parte de Estados Unidos y sus antiguos aliados europeos, liderados por el Reino Unido y Francia, de usar Ucrania como un vehículo para socavar, contener y, en última instancia, destruir a Rusia–, los observadores desinformados a menudo se distraen con la desviación intelectual que los perpetradores de este proyecto llevan a cabo, la cual da vuelta la lógica al retratar a Rusia como una nación falsa liderada por un autócrata brutal que busca conquistar Europa, y a Ucrania como una colección ilustrada de cuasi-europeos que no solo comparten los mismos valores que sus hermanos occidentales, sino que están dispuestos a servir como el escudo que protege a Europa del flagelo de las hordas moscovitas.
El «Proyecto Ucrania» se compone, en esencia, de una mentira fundamental: la existencia de un estado nación viable llamado Ucrania.

Pero la realidad es que Ucrania es poco más que la construcción artificial de una sucesión de agencias externas: el Imperio austrohúngaro, la Rusia bolchevique/la Unión Soviética y el llamado “Occidente colectivo” compuesto por Estados Unidos y Europa, cada uno de los cuales ha tratado de debilitar y subordinar lo que ellos llaman el chovinismo gran ruso, y lo que el pueblo ruso llama la nación rusa.
La última manifestación de este proyecto es la que está en juego hoy en día, derivada de la mente trastornada de George Soros, quien en 1993 opinó públicamente sobre lo que había estado trabajando para lograr entre bastidores:
un nuevo orden mundial gestionado por la asociación militar transatlántica conocida como la Organización del Tratado del Atlántico Norte, o OTAN.
Soros imaginó un mundo en la era postsoviética en el que la OTAN, como único sistema de gestión en funcionamiento capaz de cumplir el destino del Occidente colectivo de lograr la dominación global, trataba de subvertir a una Rusia debilitada despojándola de sus antiguos aliados y socios, y luego volviendo a estos antiguos amigos en su contra en una confrontación violenta diseñada para desgastar a Rusia y, en última instancia, desintegrarla.

Soros estaba preocupado por Estados Unidos, especialmente en lo que respecta a equilibrar los legítimos intereses nacionales de Estados Unidos, que nunca incluyeron que sus jóvenes murieran en tierras extranjeras, y los de sus antiguos aliados europeos, que en dos ocasiones en el siglo XX emprendieron conflictos que provocaron la muerte de muchachos estadounidenses en suelo extranjero.
En su artículo de 1993, «Hacia un nuevo orden mundial: El futuro de la OTAN», Soros explicó cómo se podría evitar esta vacilación estadounidense:
No se pediría a Estados Unidos que actuara como policía del mundo. Cuando actuara, lo haría en colaboración con otros. Por cierto, la combinación de mano de obra de Europa del Este con las capacidades técnicas de la OTAN aumentaría en gran medida el potencial militar de la Asociación, ya que reduciría el riesgo de que los países de la OTAN se vieran obligados a enviar a sus soldados al frente, lo que es la principal limitación de su voluntad de actuar. Esta es una alternativa viable al inminente desorden mundial.
Todo lo que se necesitaba era una fuente obediente de mano de obra de Europa del Este.
Entra Ucrania.
Treinta años después, el malvado plan de Soros se está desarrollando en los campos de batalla de Ucrania y Rusia.
Occidente encontró su fuente de mano de obra obediente de Europa del Este y la involucró en un conflicto de poder con Rusia que ha visto más de un millón de soldados ucranianos sacrificados junto con cientos de miles de millones de dólares en “capacidades técnicas” de la OTAN en una causa perdida.

Rusia no solo se ha negado a ser derrotada, sino que ha dado la vuelta a la tortilla al “Proyecto Ucrania” de George Soros, dando al Occidente colectivo una lección humillante sobre la diferencia entre una nación legítima compuesta por personas unidas en su cultura y herencia (Rusia) y una que fue fabricada a partir de las mentes de aquellos que buscaban dañar a Rusia inventando una identidad nacional nacida no de valores comunes, sino generada por el terror de aquellos que estaban creando esta falsa nación.
George Soros y sus secuaces de la OTAN habían creado un monstruo de Frankenstein, una grotesca colección de personas unidas únicamente por el odio que se les enseñó desde pequeños a sentir hacia Rusia.
Y ahora es el momento de que el monstruo de Frankenstein muera.
El experimento ha fracasado.
Pero en lugar de aceptar este fracaso y pasar a la siguiente fase de la evolución geopolítica transatlántica, Soros y sus secuaces, liderados por Francia y el Reino Unido, se han vuelto contra Estados Unidos, buscando implementar una parte del contrato sobre la creación del monstruo de Frankenstein que nunca existió:
arrastrar a Estados Unidos a este conflicto indirecto, crear las condiciones para que la sangre estadounidense vuelva a derramarse en suelo europeo.
Esta es la perfidia de Francia y el Reino Unido.

Sabían de antemano cuáles eran las reglas del “Proyecto Ucrania”:
un conflicto indirecto, nacido de la mente retorcida de George Soros, que utilizó mano de obra de Europa del Este y tecnología militar de la OTAN para matar a suficientes rusos como para derrocar a la Federación Rusa.
Ahora, enfrentados a las consecuencias de su fracaso, estas encarnaciones modernas del Dr. Frankenstein no pueden hacer lo honorable reconociendo su fracaso y derrocando su falso estado-nación.
En su lugar, desean prolongar el sufrimiento del monstruo infundiéndole la sangre de la juventud estadounidense.
Afortunadamente, Estados Unidos tiene un nuevo liderazgo.
El presidente Donald Trump ha rechazado el “Proyecto Ucrania” en su totalidad, optando en su lugar por buscar la paz con Rusia en términos que promuevan la coprosperidad económica por encima de la confrontación militar.
Cabría esperar que nuestros “amigos y aliados” de la OTAN, liderados por los franceses y los británicos, lo entendieran; después de todo, las reglas del juego siempre se diseñaron para evitar que Estados Unidos participara directamente en la guerra por poderes que supuso la culminación del “Proyecto Ucrania”.
En su lugar, enviaron a sus respectivos líderes —Emmanuel Macron por Francia y Keir Starmer por el Reino Unido— a la Casa Blanca para intentar convencer al presidente Trump de que valía la pena salvar al monstruo de Frankenstein.
Luego enviaron al propio monstruo: Volodymyr Zelensky, la manifestación viviente de la construcción enferma, pervertida y artificial de lo que se llama Ucrania.
Pero el presidente Trump vio a través de la perfidia y despachó a los tres.
Y ahora depende de Estados Unidos hacer lo que estos aspirantes a Dr. Frankenstein no pueden: acabar con el sufrimiento del monstruo.
Al igual que el Frankenstein de la tradición, Ucrania no morirá fácilmente. Intentará matar a sus creadores, algo ante lo que tanto Europa como Estados Unidos deben estar en guardia.
Pero Ucrania morirá.
El “Proyecto Ucrania” ha fracasado.
Lo que surja en su lugar sigue siendo una incógnita: ¿un nuevo monstruo? ¿O algo real, legítimo, nacido de la cultura y los valores derivados de normas históricas, y no fabricado a partir del terror de hombres que intentan crear un monstruo para sus enfermizos juegos geopolíticos?
Esta es la etapa final de la manifestación moderna de la Pérfida Albión, donde los británicos y los franceses demuestran al mundo que no representan más que traición, y que nunca podrán ser considerados verdaderos amigos del pueblo estadounidense.
George Soros imaginó un orden mundial en el que la alianza militar de la OTAN, liderada por Francia y el Reino Unido, se aprovechara de unos Estados Unidos sumisos para arrastrarnos a una guerra indirecta con Rusia.
Esta no es la acción de un amigo o aliado, sino más bien de un enemigo, alguien hostil a los intereses legítimos de Estados Unidos, que nunca más debería manifestarse en conflictos que hagan que estadounidenses mueran en guerras europeas.
Las consecuencias de esta representación moderna de la Pérfida Albión deberían ser el abandono de la OTAN y todo lo que representa, y el comienzo de una nueva era de grandeza estadounidense en la que hagamos causa común con aquellos que buscan la paz y la prosperidad económica, y no con aquellos que aspiran a construir monstruos diseñados para matar.
Traducción nuestra
*Scott Ritter es un exoficial de inteligencia del Cuerpo de Marines de EE. UU. que prestó servicio en la antigua Unión Soviética implementando tratados de control de armas, en el Golfo Pérsico durante la Operación Tormenta del Desierto y en Irak supervisando el desarme de armas de destrucción masiva. Su libro más reciente es Disarmament in the Time of Perestroika, publicado por Clarity Press.
Nota nuestra
*«Albión» es un término poético que se refiere a Inglaterra
Fuente original: Scott Ritter Extra
