Enrico Tomaselli.
Ilustración: OTL
28 de febrero 2025.
En cualquier caso, incluso el ciclón pasará, y probablemente perderá poder aun antes de cuatro años. Intentar adoptar una visión algo más a largo plazo no estaría mal.
Es bastante evidente que el impacto ciclónico de Trump está golpeando sobre todo a Occidente -aunque, obviamente, sigue teniendo relevancia global, e interactúa principalmente con Rusia y China. Esto es especialmente evidente si nos fijamos en Estados Unidos y Europa (es decir, precisamente, los dos hemisferios de Occidente).
Por supuesto, esta relevancia se deriva en primer lugar del hecho de que es sobre todo en esta parte del mundo donde está golpeando el ciclón, pero también hay un segundo factor para tener en cuenta, y no es del todo secundario.
En efecto, es precisamente en Occidente donde prevalece una cultura marcada por el exceso de información, perpetuamente centrada en el presente e incapaz tanto de memoria histórica como (en consecuencia) de proyección futura.
La cultura occidental, en definitiva, expande enormemente el aquí y ahora, atribuyéndole una importancia extraordinaria, mientras relega a los márgenes la visión a largo plazo, ya se dirija hacia atrás o hacia delante.
A diferencia de nosotros, otras culturas -la rusa, la china, pero también la persa- no han perdido esta capacidad de contextualizar el presente en el flujo del tiempo, lo que les permite tener una visión más profunda y, en concreto, relativizar acontecimientos que en cambio nos parecen muy relevantes.
Esta capacidad de tener una visión estratégica, fundamental si se adopta un enfoque geopolítico y no ideológico, permite en particular relativizar los elementos que se manifiestan poco a poco, y que, con la presidencia de Trump, tienen un ritmo (y un impacto comunicativo) como fuegos artificiales.
Merece la pena, por tanto, intentar sistematizar -aunque sea sumariamente- una lectura comprensiva y política de estos elementos.
El punto de partida, ya analizado en el pasado, no puede ser otro que la valoración básica del fenómeno Trump; que en mi opinión no puede leerse como una manifestación extemporánea y autogenerada, fruto esencialmente de la ambición y el poder personal del hombre, sino que debe interpretarse como el resultado de la acción de una parte del abigarrado bloque de poderes que solemos definir como Estado profundo.
Al fin y al cabo, pensar que se puede llegar a conseguir la nominación, sin el apoyo de una parte significativa del estado profundo, es realmente una ingenuidad colosal.
Este bloque, superado desde hace tiempo por la alianza dem+neocon, en un momento dado decidió volcar el equilibrio de poder utilizando la figura disruptiva y populista del magnate. Una maniobra que -como demuestra la encarnizada guerra que se libró contra él en los años anteriores a las elecciones, y que culminó con dos atentados contra su vida- iba a afectar claramente a equilibrios de poder (y bloques de intereses) de proporciones colosales.
El objetivo de la operación, sin embargo, no es un simple vuelco de los equilibrios internos del establishment estadounidense, sino el inicio de un proceso de revisión estratégica, que pretende desmantelar la estructura básica de la geopolítica estadounidense, considerada inadecuada a los cambios que se han producido desde que se sentaron sus bases doctrinales (es decir, inmediatamente después de la Guerra Fría).
Si asumimos que esta lectura de la génesis de la presidencia de Trump es válida, no se pueden ignorar otras dos consideraciones.
La primera, obvia, es que tanto el mencionado proceso de revisión como la situación internacional requieren plazos medio-largos para ser abordados y llevados al resultado deseado. Hay que pensar, por tanto, en un horizonte temporal de al menos diez o quince años.
De ello se deduce (segunda consideración) que la tarea asignada a Trump -cuyo horizonte temporal es de cuatro años, ya que no puede ser reelegido una tercera vez- está bien definida y se circunscribe a la preparación de un post-Trump. Quien, por cierto, bien podría fijarse en Vance -seguramente más maduro políticamente, y lo suficientemente joven como para poder aspirar a dos mandatos consecutivos-.
Este es un factor al que se presta poca atención, pero que en cambio es, en mi opinión, importantísimo, porque significa que el ciclón tiene una fecha determinada en la que se agotará. Y cuatro años es un suspiro, en términos históricos.
Si ahora observamos cómo se está desarrollando la administración Trump dentro de Estados Unidos, está muy claro que sus objetivos son esencialmente dos:
restaurar los cimientos del poder estadounidense y crear las condiciones para una nueva victoria electoral dentro de cuatro años.
Las políticas proteccionistas, así como la antiinmigración (todas ellas amplificadas por la pomposidad trumpiana, pero cuya aplicación será mucho menor y más gradual de lo que parece), tienen como objetivo fundamental reconstruir la capacidad industrial estadounidense -externalizada durante demasiado tiempo-, lo que obviamente reportará beneficios a la clase trabajadora, aunque sólo sea a medio plazo. Y esto, obviamente, también traerá sus dividendos electoralmente.
Toda la acción de desmantelamiento del aparato federal, responde por un lado a la necesidad de reducir-optimizar el gasto público, y por otro a limpiarlos de los elementos más comprometidos con el bloque dem+neocon; pero esto no tanto por un mero ánimo de revancha, sino, precisamente, para demoler toda la estructura burocrático-clientelar que constituye la columna vertebral electoral de ese bloque, y hacerlo mucho más débil de cara a las próximas elecciones presidenciales (y algo se empezará a ver con las elecciones de medio mandato).
Todo ello, por tanto, se enmarca al mismo tiempo en un plan para reempoderar a EEUU, y reposicionarlo en el centro de Occidente, así como para preparar una nueva clase dirigente capaz de conducir a EEUU, en las próximas décadas, a recuperar su perdida supremacía global.
La idea de que la administración Trump está reconociendo la multipolaridad, debe tomarse, por tanto, más bien como un mero reconocimiento, un movimiento táctico de cara al retorno a la hegemonía.
Pero eso lleva su tiempo, y sobre todo es necesario para aliviar las tensiones con las grandes potencias enfrentadas, lo que a su vez es necesario para poder dividirlas.
En cualquier caso, y conviene subrayarlo, esto no es actualmente más que un plan, un proyecto de futuro, que hoy por hoy no tiene ninguna certeza de realizarse. En primer lugar, porque, como ya se ha dicho, la presidencia de Trump solo tiene cuatro años por delante, y no es seguro que pueda completar todas las tareas.
Evidentemente, siempre es posible que, en 2029, los demócratas vuelvan a ganar las elecciones, o que se imponga un Partido Republicano des-Trumpificado.
Y además porque esta incertidumbre está bien presente en las cúpulas rusas y chinas, interesadas por tanto en dar margen a Trump en la medida en que convenga a Moscú y Pekín, pero sobre todo conscientes de que -como Trump ha dado un vuelco a la política de Biden- lo mismo podría ocurrir con la próxima presidencia. Además, la poca fiabilidad occidental está ya certificada, a ojos de estas dos potencias.
En ausencia de éxitos significativos, por tanto, la prolongación del experimento trumpiano con otro presidente puede no ser en absoluto un hecho.
Por último, hay que decir que incluso en esto se ve la diferencia abismal entre las cúpulas rusas y chinas, y las europeas; estas últimas, en efecto, están claramente empeñadas en perseguir el momento, sin perspectiva alguna, ni siquiera a medio plazo.
Y ni siquiera se dan cuenta de que, en su desaforada oposición a las políticas actuales de Washington, que ni siquiera parecen entender bien, siguen situándose en una posición subordinada, meramente reactiva, y completamente desprovista de una estrategia continental propia y eficaz, la única capaz de hacer frente con eficacia a la estadounidense.
Finalmente, debe decirse que incluso en esto podemos ver la abismal diferencia entre los liderazgos ruso y chino, y los europeos; estos últimos, de hecho, están claramente comprometidos en perseguir el momento, sin ninguna perspectiva, ni siquiera a mediano plazo.
Y ni siquiera se dan cuenta de que, en su desenfrenada oposición a las políticas actuales de Washington, que ni siquiera parecen entender bien, continúan colocándose en una posición subordinada, meramente reactiva y completamente carente de una estrategia continental efectiva propia, la única capaz de lidiar eficazmente con la de Estados Unidos.
En cualquier caso, incluso el ciclón pasará, y probablemente perderá poder aun antes de cuatro años. Intentar adoptar una visión algo más a largo plazo no estaría mal.
Traducción nuestra
*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.
Fuente original: Enrico’s Substack
