CUANDO LAS SANCIONES FRACASAN, EL PODER RECURRE A LA INCAUTACIÓN: EL DESMORONAMIENTO DEL ORDEN COERCITIVO OCCIDENTAL. Peiman Salehi.

Peiman Salehi.

Ilustración: The Cradle

22 de diciembre 2025.

A medida que el modelo de sanciones de Washington se derrumba, sus medidas desesperadas no revelan fortaleza, sino un sistema en declive.


La reciente escalada de tensiones entre Estados Unidos y Venezuela suele enmarcarse de forma restrictiva en términos tácticos: la incautación de un petrolero venezolano, nuevas sanciones dirigidas al círculo más cercano al presidente Nicolás Maduro y un intercambio diplomático con Moscú que ha tenido gran repercusión mediática.

Por separado, estos acontecimientos parecen episódicos. En conjunto, sin embargo, señalan el declive de un modelo coercitivo que ya no da resultados y que está mutando hacia formas de presión más abiertamente securitizadas y jurídicamente precarias.

Las sanciones como doctrina, ahora en desintegración

Durante décadas, Estados Unidos trató las sanciones como una herramienta de elección: un arma económica diseñada para forzar el cumplimiento político sin intervención militar.

Las ambiciones más amplias de Washington en Venezuela tienen su origen en un impulso estratégico más profundo para controlar las mayores reservas probadas de petróleo del mundo. Años de aislamiento financiero, congelación de activos y bloqueos comerciales tenían como objetivo desestabilizar y desmantelar el Estado bolivariano.

En cambio, el Estado venezolano se adaptó. Las exportaciones de petróleo se desviaron hacia mercados alternativos, los canales de pago se alejaron de los sistemas financieros dominados por Estados Unidos y se profundizaron las alianzas estratégicas con Rusia, Irán y China.

Lo que se pretendía que fuera un estrangulamiento económico se convirtió en un catalizador para la diversificación y el reajuste geopolítico fuera del alcance de Washington.

La reciente incautación del petrolero debe entenderse en este contexto. Cuando las sanciones no logran los resultados políticos deseados, la presión no desaparece, sino que se transforma. La coacción económica da paso a medidas que difuminan cada vez más la línea entre la presión financiera y la acción abiertamente securitizada. Las incautaciones de activos, las sanciones secundarias y las medidas legales públicas se presentan a menudo como medidas coercitivas, pero en realidad son una señal de la disminución de la influencia, más que de la confianza estratégica.

La vacilación de Europa revela una fragilidad estructural

Esta mutación no se limita a la política estadounidense hacia los Estados sancionados del Sur Global, sino que es cada vez más visible en el núcleo del propio sistema financiero occidental.

Ese mismo patrón de fatiga coercitiva se refleja en Europa. La UE, a pesar de inmovilizar más de 300 000 millones de dólares en activos del banco central ruso desde la guerra de Ucrania, no ha pasado de la congelación a la incautación total. La vacilación no es una cuestión de voluntad, sino de miedo estructural.

La incautación total sentaría un precedente que socavaría los fundamentos jurídicos de los sistemas financieros occidentales, lo que suscitaría temores de fuga de capitales, represalias recíprocas y la erosión de la confianza en las jurisdicciones europeas como custodios neutrales de la riqueza mundial.

Como resultado, los responsables políticos europeos han recurrido a medidas a medias, como redirigir los intereses generados por los activos sin tocar el capital. Esta parálisis es reveladora en sí misma. Ilustra que, cuando las sanciones pierden su efecto coercitivo, la escalada no restaura automáticamente la influencia.

En cambio, pone de manifiesto los límites de un sistema que depende de la legitimidad jurídica para ejercer el poder.

La incapacidad de pasar de la congelación a la incautación refleja una crisis más profunda: el régimen de sanciones puede inmovilizar activos, pero no puede convertir de forma segura la presión económica en una resolución estratégica sin desestabilizar el orden que se pretendía proteger.

Como señala el economista Francisco Rodríguez, que ha estudiado exhaustivamente la eficacia de las sanciones: «Si las sanciones fracasan, como la evidencia empírica demuestra que ocurre la mayoría de las veces, no alcanzan los fines previstos». Venezuela, en este sentido, no es una excepción, sino un ejemplo particularmente llamativo.

La diferencia ahora es que Washington opera en un entorno internacional en el que la escalada conlleva un mayor riesgo sistémico y con menos mecanismos garantizados para mantener su influencia.

Instituciones bajo presión, no solo Estados

A medida que las sanciones a nivel estatal se estancan, la red coercitiva se amplía para atrapar a las instituciones. La Corte Penal Internacional (CPI) se convirtió en objetivo tras llevar a cabo investigaciones que podrían implicar a personal estadounidense o aliado en crímenes de guerra. A principios de este año, Washington impuso sanciones a funcionarios de la CPI, entre ellos el juez francés Nicolas Guillou, quien describió el resultado como «estar efectivamente en la lista negra de gran parte del sistema bancario mundial».

Pero estas tácticas están perdiendo fuerza. Un bloque cada vez mayor de naciones del Sur Global se une ahora en apoyo de las instituciones afectadas, ofreciendo soluciones financieras y solidaridad política. El régimen de sanciones no solo está encontrando rendimientos decrecientes, sino también un desafío activo.

De las sanciones a la supresión de la libertad de expresión

A medida que la coacción económica pierde fuerza, el impulso de suprimir la disidencia ha entrado en la esfera digital. La lógica de las sanciones se extiende ahora a los ecosistemas de información: se están aplicando suspensiones de cuentas, exclusiones de plataformas y políticas de moderación opacas contra analistas, académicos y comentaristas críticos con el militarismo alineado con Estados Unidos, especialmente en contextos como el genocidio en Gaza.

No se trata de sanciones formales, pero funcionan de manera similar. Su objetivo no es persuadir, sino excluir, limitando el acceso a las audiencias, los recursos y las redes profesionales.

Lo que distingue a la intervención occidental no es la disidencia en sí misma, sino la disidencia que desafía la legitimidad moral de las instituciones poderosas o los Estados aliados, y es esto lo que a menudo desencadena la presión económica o informativa.

Pero, al igual que con la represión financiera, estos métodos están generando corrientes contrarias. Al igual que los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO) surgieron de las ruinas de las sanciones, las plataformas descentralizadas y los medios de comunicación alternativos están surgiendo para desafiar el monopolio occidental sobre el discurso digital.

Cuando el poder se basa en el silenciamiento en lugar del compromiso, no es señal de fortaleza, sino de limitación. El intento de suprimir las voces disidentes refleja el agotamiento generalizado de la autoridad coercitiva en un mundo que ya no se organiza en torno a un único centro hegemónico.

Venezuela y el pivote de la contracoerción

El costo humano de las sanciones también ha sido documentado repetidamente por observadores internacionales. En una visita oficial a Venezuela, el relator especial de la ONU sobre los efectos negativos de las medidas coercitivas unilaterales constató que las sanciones sectoriales y la congelación de activos tenían un «impacto devastador en toda la población,» lo que exacerbaba el colapso económico y socavaba el acceso a los servicios básicos.

Esta evaluación no es exclusiva de Venezuela. Captura la contradicción fundamental del orden de las sanciones: un enorme sufrimiento humano sin la correspondiente transformación política. Las sanciones no solo imponen costes a las élites. Se propagan por las sociedades, intensificando las dificultades sociales sin garantizar el cumplimiento.

Para gran parte del Sur Global, esta realidad no es ni abstracta ni nueva. Décadas de exposición a la coacción económica han producido adaptación en lugar de sumisión. La soberanía financiera, la diversificación energética y la no alineación estratégica se han convertido en necesidades más que en opciones ideológicas. Los Estados que antes dependían de los sistemas occidentales han cultivado cada vez más alternativas a través de asociaciones regionales y redes económicas no occidentales.

La Venezuela actual refleja este cambio más amplio. En lugar del aislamiento, ha buscado una integración alternativa. En lugar del colapso político, ha reforzado las asociaciones estratégicas con aquellos que comparten experiencias similares de coacción. El resultado no es la fragmentación, sino la consolidación fuera de los marcos occidentales.

Este patrón se refleja en otros contextos, como Irán y Rusia, donde las sanciones destinadas a aislar han acelerado, por el contrario, el desarrollo de estructuras económicas y diplomáticas paralelas. Las rutas energéticas, los mecanismos de pago y los vínculos financieros que antes se consideraban periféricos son ahora fundamentales para los flujos económicos mundiales.

La respuesta de Washington a estos acontecimientos ha sido intensificar la presión, incluso cuando los beneficios disminuyen. Pero la coacción sin legitimidad es difícil de mantener. Cada nueva ronda de sanciones pone de manifiesto los límites estructurales en lugar de reforzar la autoridad.

El colapso del orden sancionador no será lineal. Será desigual y controvertido. Pero su dirección es clara. Los instrumentos creados para una era unipolar ya no funcionan en un mundo multipolar, en el que los Estados afectados comparten redes de apoyo, distribuyen el riesgo y construyen autonomía.

Lo que se está desarrollando allí no es una disputa localizada, sino parte de una transición más amplia que se aleja de la coacción económica como principio organizador del poder global. Lo que antes era una estrategia, se ha convertido en teatro, y el telón ya está empezando a caer.

Traducción nuestra


*Peiman Salehi  es un analista de asuntos internacionales afincado en Teherán. Sus trabajos han aparecido en el South China Morning Post y Responsible Statecraft, y han sido citados por Al Jazeera y la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad del Congreso de los Estados Unidos. @peimansalehi_

Fuente original: The Cradle

Deja un comentario