OCCIDENTE EN UCRANIA, ENTRE EL AFÁN DE LUCRO DE TRUMP Y LA BELIGERANCIA DE RUTTE Y COMPAÑÍA. Roberto Iannuzzi.

Roberto Iannuzzi.

Foto: El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, junto al canciller alemán Friedrich Merz, mayo de 2025 (OTAN, CC BY-NC-ND 2.0)

19 de diciembre 2025.

Si la Casa Blanca antepone los negocios a la construcción de una paz duradera, los europeos hacen todo lo posible por alimentar el conflicto con dinero y propaganda belicista.


Cuando la semana pasada se supo que el director ejecutivo de BlackRock, Larry Fink, se sentó (junto con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y Jared Kushner, yerno del presidente) a la mesa de negociaciones entre Estados Unidos y Ucrania, quedó más claro lo que está en juego en la iniciativa diplomática estadounidense para resolver el conflicto entre Moscú y Kiev.

El enfrentamiento en las negociaciones no solo afecta a la seguridad y las fronteras, sino también a los negocios, y en bandos opuestos no solo se encuentran Rusia y Ucrania, sino también Estados Unidos y sus aliados europeos.

Por otra parte, esta oposición no es nueva. Ya en 2022, el German Marshall Fund (think tank estadounidense con sede en Washington y oficinas en capitales europeas como Berlín, Bruselas, París, Varsovia y Bucarest) había elaborado un documento estratégico en colaboración con varias agencias del Gobierno estadounidense, en el que se afirmaba que la Comisión Europea no podía garantizar el liderazgo de la reconstrucción, ya que «carece del peso político y financiero necesario».

En noviembre de ese mismo año, el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky firmó un memorando de entendimiento con el gigante financiero estadounidense BlackRock para definir una «hoja de ruta» para la reconstrucción del país.

Ucrania en liquidación

Tras la revuelta de Maidan en 2014, las reformas ucranianas impulsadas por el Fondo Monetario Internacional allanaron el camino para el capital estadounidense en los sectores agrícola y de materias primas.

Las empresas agrícolas estadounidenses, desde Cargill hasta Monsanto, obtuvieron lucrativos contratos en un país que era uno de los principales exportadores mundiales de trigo y maíz.

Los programas de digitalización de Ucrania, puestos en marcha en colaboración con el Foro Económico Mundial (FEM), provocaron la llegada de los gigantes de la Big Tech, desde Apple hasta Microsoft.

BlackRock controla, directa o indirectamente, participaciones significativas en muchas de estas empresas, así como importantes paquetes accionariales de las principales industrias del sector de defensa estadounidense —Lockheed Martin, RTX (antes Raytheon), Northrop Grumman— que han obtenido enormes beneficios del conflicto ucraniano.

Después de haber ganado con la guerra, ahora se trata de sacar provecho de la venta de un país en colapso, al que Estados Unidos han estado empujando durante años hacia un conflicto suicida con su vecino ruso.

Esta venta también es posible gracias al programa de reformas neoliberales, en gran parte ya realizado por el Gobierno de Zelensky.

En las últimas semanas, la administración Trump ha entregado a sus aliados europeos una serie de documentos en los que se explica la visión estadounidense para la reconstrucción de Ucrania y el restablecimiento de las relaciones económicas con Rusia.

Para el presidente Donald Trump, el enfoque economicista parece prevalecer sobre el de la seguridad estratégica. Por lo tanto, incluso con respecto a Moscú, la postura de la Casa Blanca antepone el atractivo económico a la definición de una arquitectura de seguridad europea que concilie los intereses rusos.

Este enfoque corre el riesgo de no satisfacer las prioridades de Rusia y, al mismo tiempo, irrita a los europeos.

Divisiones transatlánticas

El plan de la administración, en particular, prevé que las empresas estadounidenses se beneficien de 200 000 millones de activos rusos congelados para proyectos relacionados con la reconstrucción de Ucrania, incluido un gigantesco centro de datos que debería ser alimentado por la central nuclear de Zaporizhzhia, actualmente controlada por los rusos.

El plan europeo consistía, por el contrario, en utilizar los activos congelados de Moscú para financiar el esfuerzo bélico ucraniano, una medida ilegal que conlleva grandes riesgos jurídicos y financieros para la Unión Europea, y a la que se opone la Casa Blanca porque podría arruinar las negociaciones con Rusia.

En la cumbre de la UE del 18 de diciembre, el plan europeo se aplazó temporalmente y se optó por un préstamo de 90 000 millones de euros para financiar a Ucrania durante los próximos dos años. Pero los activos rusos siguen congelados por tiempo indefinido.

Sin embargo, las diferencias entre las dos orillas del Atlántico no terminan aquí. La administración Trump también prevé restablecer el suministro energético ruso a Europa, una idea a la que, paradójicamente, se opone Alemania, el país que quizás más ha sufrido la pérdida de las fuentes energéticas rusas de bajo coste.

El Gobierno alemán se ha apresurado a explicar a Washington que las sanciones europeas impiden el restablecimiento del gasoducto Nord Stream.

Recientemente, la Unión Europea ha aprobado una medida para poner fin definitivamente a las importaciones de gas ruso para 2027.

La división de las élites occidentales se expresa de manera emblemática en el hecho de que, mientras Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock y actual vicepresidente del FEM, está negociando con Zelensky los términos de la reconstrucción, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (otra miembro destacado del FEM), y el canciller alemán Friedrich Merz (antiguo ejecutivo de BlackRock) han expresado su claro escepticismo hacia el plan de Trump.

«Histeria paranoica»

Pero lo más inquietante son las declaraciones alarmistas y belicistas de otros representantes del frente europeo.

Es desconcertante el discurso pronunciado el pasado 11 de diciembre en Berlín por el secretario de la OTAN, Mark Rutte, quien afirmó que «somos el próximo objetivo de Rusia y ya estamos en peligro».

Rutte habló de una Rusia que podría estar «lista para usar la fuerza militar contra la OTAN en un plazo de cinco años». Con tono dramático, afirmó que «debemos estar preparados para una guerra del alcance de las que tuvieron que soportar nuestros abuelos o bisabuelos».

Para rematar, invitó a imaginarlo: «Un conflicto que llega a todos los hogares, a todos los lugares de trabajo, destrucción, movilización masiva, millones de desplazados, sufrimiento generalizado, pérdidas enormes».

Para concluir que lo único que nos separa del destino de Ucrania es la OTAN, y que

como secretario general, tengo el deber de decirles lo que nos espera si no actuamos más rápidamente, si no invertimos en defensa y no seguimos apoyando a Ucrania.

Evidentemente, no estamos ante un discurso razonable, sino ante un intento de alimentar un miedo instintivo e irracional.

El analista británico Anatol Lieven, sin duda un «moderado» en el panorama europeo actual, pero nada rusófilo, se preguntó si Rutte realmente cree lo que dice.

“Si no lo cree”, escribió Lieven, “entonces está mintiendo deliberadamente a los electorados democráticos occidentales y envenenando el debate público”. Si, por el contrario, lo cree, sería aún más peligroso, concluyó el analista británico, porque demostraría que las élites europeas “han caído en un estado de histeria paranoica, impermeable a los hechos y a la racionalidad”.

Lieven observa que Rusia siempre ha tratado de disuadir a la OTAN de intervenir directamente en Ucrania para evitar el riesgo de una escalada que podría desembocar en un conflicto nuclear.

Por lo tanto, no tendría sentido que Moscú atacara a la Alianza Atlántica, ya que ello tendría el efecto de recomponer el fragmentado frente occidental y aumentar vertiginosamente ese riesgo que hasta ahora los rusos han tratado de evitar.

Sin embargo, el discurso de Rutte no es un caso aislado. La Revisión Estratégica de Defensa de Gran Bretaña afirma que el país debe estar “preparado para una guerra de alta intensidad y larga duración”, y que la capacidad de disuasión británica debería “impregnar todos los aspectos de la sociedad”.

El principal autor de ese documento, George Robertson, miembro de la Cámara de los Lores, afirmó que

si Rusia tiene espacio para reconstituir sus fuerzas armadas —y ya lo está haciendo— […] entonces está claro que el resto de Europa está en peligro».

Aunque define a Rusia como una amenaza estratégica para toda Europa, describe a Moscú, de forma bastante contradictoria, como un país en crisis económica y demográfica.

Robert Skidelsky, también miembro de la Cámara de los Lores, define las tesis de su colega como

un caso clásico de inflación de la amenaza o, en términos menos amables, de paranoia.

El hecho es que estas posiciones están muy extendidas, si no dominantes, entre las élites políticas europeas. Y quienes se atreven a contradecirlas, como ha hecho el analista Jacques Baud, ex coronel del ejército suizo y ex asesor de la OTAN, corren el riesgo de ser sometidos a sanciones y de no poder acceder a sus cuentas bancarias.

En su discurso en Berlín, Rutte afirmó que debemos aumentar el gasto en defensa y seguir apoyando a Ucrania para proteger nuestra “libertad, […] nuestras sociedades abiertas, nuestras elecciones libres y una prensa libre”.

Pero, curiosamente, en nuestras sociedades tan libres no hay espacio para críticas argumentadas como las de Baud.

Traducción nuestra


*Roberto Iannuzzi es analista independiente especializado en Política Internacional, mundo multipolar y (des)orden global, crisis de la democracia, biopolítica y «pandemia new normal».

Fuente original: Intelligence for the people

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