Mohamad Hasan Sweidan.
Ilustración: The Cradle
27 de noviembre 2025.
Las ambiciones del Estado ocupante tras el alto el fuego en el Líbano chocan con la propia visión de influencia de Riad. ¿Permitirá el reino financiar un orden de seguridad construido en Tel Aviv?
Tras el aparente alto el fuego entre Israel y el Líbano en noviembre de 2024, Tel Aviv ha tomado medidas para remodelar el orden posguerra a su favor. Al tratar al Líbano como un Estado debilitado y fragmentado, Israel busca imponer un régimen económico y de seguridad unilateral a largo plazo en el sur, respaldado por Estados Unidos.
Al mismo tiempo, Arabia Saudí se ha lanzado al proceso de reconstrucción como principal financiador árabe. Pero el reino corre el riesgo de convertirse en un socio secundario en un proyecto israelo-estadounidense que lo margina de la toma de decisiones reales.
La pregunta a la que se enfrenta Riad es clara: ¿financiará su propia marginación?
La visión de Tel Aviv: desarme, disuasión, dominación
La estrategia de Israel para el Líbano va mucho más allá de la repetida exigencia de desarmar a Hezbolá.
Prevé una transformación radical del Líbano en un Estado satélite desmilitarizado gobernado bajo un marco de seguridad estadounidense-israelí. Esto queda especialmente claro en la insistencia de Tel Aviv en permanecer en territorio libanés hasta que Hezbolá sea despojado de su capacidad de disuasión, no solo al sur del río Litani, sino en todo el país.
El ministro de Defensa israelí, Israel Katz, y el exjefe del Comando Norte, Uri Gordin, han esbozado públicamente este objetivo. Gordin incluso sugirió establecer una zona de amortiguación permanente dentro del Líbano que sirviera como “moneda de cambio” para futuras negociaciones, mientras que Katz confirmó que las fuerzas israelíes permanecerían indefinidamente en el sur.
Tel Aviv ya no busca una disuasión temporal, sino que prefiere una subordinación permanente.
Por su parte, Katz ha declarado que “Hezbolá está jugando con fuego” y ha pedido a Beirut que “cumpla con sus obligaciones de desarmar al partido y retirarlo del sur del Líbano”.
Más recientemente, en su discurso ante la Knesset, advirtió que
no permitiremos ninguna amenaza contra los habitantes del norte, y la máxima aplicación de la ley continuará e incluso se intensificará.
Si Hezbolá no entrega sus armas antes de que termine el año, volveremos a actuar con contundencia en el Líbano, reiteró Katz. Les desarmaremos.
Según este plan, el Líbano no se considera un vecino soberano, sino un apéndice de seguridad de la frontera norte de Israel. Se espera que las instituciones estatales sirvan de fachada administrativa para un centro de mando israelí-estadounidense de facto.
La ayuda internacional, incluida la financiación de los Estados árabes del Golfo Pérsico, se está utilizando como arma para imponer este nuevo orden económico-securitario.
Desde la perspectiva de Israel, los objetivos en el Líbano no se limitan al desarme de Hezbolá. Van más allá, hacia un proyecto más profundo de transformar el Líbano —especialmente el sur— en una especie de colonia económico-securitaria.
Esto incluye consolidar una presencia militar a largo plazo, imponer nuevos acuerdos fronterizos y allanar el camino para proyectos de asentamientos o zonas de amortiguación institucionalizadas, como lo demuestran los mapas actuales que muestran la presencia de fuerzas israelíes en varios puntos del territorio libanés.
Las opciones de Arabia Saudí: presión o asociación
Entra en escena Riad. El Ministerio de Asuntos Exteriores saudí ha pedido en repetidas ocasiones que las armas libanesas se limiten al Estado y ha respaldado la aplicación del Acuerdo de Taif de 1989.
En septiembre, el ministro de Asuntos Exteriores saudí, Faisal bin Farhan, destacó en un discurso ante la Asamblea General de la ONU que:
Arabia Saudí está con el Líbano, apoya todo lo que refuerza su seguridad y estabilidad, y acoge con satisfacción los esfuerzos del Estado libanés por aplicar el Acuerdo de Taif (1989), afirmar su soberanía y poner las armas en manos del Estado y sus instituciones legítimas.
El enviado saudí al Líbano, Yazid bin Farhan, reiteró la posición de Riad: el derecho exclusivo a poseer armas debe recaer en el Estado libanés.
En información privada, durante una reunión entre Bin Farhan y líderes suníes en el Líbano, el diplomático subrayó que se debe presionar para desarmar al partido, incluso si eso requiere llegar a una guerra civil.
A primera vista, los objetivos de Arabia Saudí e Israel parecen alineados. Tel Aviv ejerce presión militar. Riad ejerce presión económica y política. Ambos exigen el fin de la presencia armada de Hezbolá. Pero mientras que el objetivo de Israel es el control absoluto del orden de seguridad del Líbano, Arabia Saudí sigue buscando un sistema político que refleje su influencia. En esto, las ambiciones de Tel Aviv chocan con las de Riad.
Sin embargo, Israel no tiene intención de compartir su influencia con ningún Estado árabe, ni siquiera con Turquía. Su modelo es excluyente. No ve a Riad como un socio, sino como un mecanismo de financiación para desmantelar el eje de resistencia del Líbano según los términos israelíes.
Como dijo el ex subdirector del Consejo de Seguridad Nacional, Eran Lerman, Arabia Saudí no es más que una herramienta de presión para someter al Líbano.
Así pues, el quid de la cuestión es el siguiente: Riad puede considerarse a sí misma como una parte interesada clave en el Líbano de la posguerra, pero Israel la ve como un auxiliar prescindible.
El 17 de mayo, otra vez: recolonizar el sur del Líbano
Para comprender la profundidad del proyecto de Israel, basta con mirar sus precedentes. En 1983, Israel, junto con Estados Unidos y bajo la supervisión de Siria, intentó consagrar un modelo similar mediante el Acuerdo del 17 de mayo. Ese acuerdo exigía el fin de las hostilidades, la retirada gradual de Israel, una “zona de seguridad” en el sur y acuerdos militares conjuntos. En la práctica, convirtió al Líbano en un protectorado encargado de salvaguardar los intereses de seguridad israelíes.
Hoy, tras la guerra de 2024, Tel Aviv está resucitando esa misma fórmula. Las fuerzas israelíes han permanecido estacionadas en múltiples puntos dentro del Líbano a pesar de que los términos del alto el fuego exigían la retirada total.
Las violaciones del espacio aéreo y las incursiones casi diarias persisten con el pretexto de impedir que Hezbolá se “reposicione”. Los think tanks de Tel Aviv, junto con las propuestas conjuntas de Francia y Estados Unidos, están impulsando ahora un desarme por fases: primero el sur, luego la Bekaa, luego la frontera siria, para acabar finalmente con toda capacidad de resistencia.
Se está ofreciendo el apoyo internacional como incentivo. La ayuda de Estados Unidos, Francia, Arabia Saudí, Qatar y otros países está supeditada a que el Líbano ejecute un plan de desarme bajo la supervisión del Fondo Monetario Internacional (FMI) y dentro de un plazo estricto. Este es el brazo económico del proyecto de seguridad israelí.
Lo que es más peligroso, los estudios israelíes sugieren que la reconstrucción de las aldeas del sur debería estar explícitamente vinculada a la eliminación de las fuerzas de resistencia, al tiempo que se preserva la “plena libertad de acción” del ejército israelí en el espacio aéreo y terrestre libanés.
¿Puede Riad permitirse la trampa de Tel Aviv?
Paralelamente a esta visión, los análisis occidentales cercanos a los círculos de toma de decisiones en Washington y Riad muestran que la propia Arabia Saudí considera al Líbano como un escenario fundamental en su conflicto con Irán.
Cualquier retorno serio al expediente libanés está vinculado al debilitamiento de la influencia de Hezbolá.
Pero la divergencia clave entre los enfoques saudí e israelí radica en una cuestión fundamental: ¿quién tiene en última instancia la llave de la toma de decisiones en el Líbano?
Riad pretende utilizar su capital financiero y político para recalibrar el orden político libanés a su favor, minimizando la influencia iraní y reforzando la suya propia. Pero el plan de Israel es más radical: redefinir por completo la soberanía libanesa, sometiéndola a una supervisión de seguridad israelí perpetua.
En este modelo, Arabia Saudí —y cualquier otro Estado árabe— queda reducido al papel de financiador, encargado de aplicar las condiciones redactadas en Tel Aviv y Washington, en lugar de aportar una visión árabe independiente para la región.
Desde este punto de vista, la persistente invocación de Tel Aviv de la “opción militar” en el Líbano va en contra de los intereses del Golfo. Sitúa a Riad y a sus aliados como pagadores de la reconstrucción, obligados a correr con los gastos de un acuerdo posbélico en cuya configuración no han tenido ningún papel.
Si Arabia Saudí cede a esta lógica —y no aprovecha su influencia en Washington, en los círculos diplomáticos árabes y en los mecanismos de donantes—, corre el riesgo de perder el Líbano en favor de un orden conjunto israelí-estadounidense.
Ese orden reflejaría el desaparecido Acuerdo del 17 de mayo, solo que más profundamente arraigado. El Líbano no solo quedaría desmilitarizado. Se convertiría en un modelo vivo de «conjugación seguridad-economía», diseñado para recalibrar la influencia regional alejándola del mundo árabe y acercándola a un Levante dominado por Israel.
Traducción nuestra
*Mohamed Hasan Sweidan es investigador de estudios estratégicos, escritor para diferentes plataformas mediáticas y autor de varios estudios en el campo de las relaciones internacionales. Mohamed se centra principalmente en los asuntos rusos, la política turca y la relación entre la seguridad energética y la geopolítica.
Fuente original: The Cradle
