Ricardo Martins.
20 de octubre 2025.
Trump y Putin se reúnen en Budapest, una cumbre cargada de simbolismo en la que hay mucho más en juego que el destino de Ucrania. Tras la coreografía diplomática, se está renegociando el equilibrio de poder mundial. Europa observa, pero ¿puede seguir marcando las reglas del juego?
En Budapest, la historia se encuentra en una encrucijada: entre un frágil reequilibrio del poder mundial y el amanecer de una nueva era de confrontación.
Lo que está ocurriendo en la capital húngara va mucho más allá de la diplomacia rutinaria.
Se trata de un intento, quizás desesperado, de redefinir las líneas rojas de la seguridad mundial, al margen de cualquier marco multilateral, en un diálogo cara a cara en el que los imperios susurran y los demás se limitan a escuchar.
Dos horas y media. Esa fue la duración de la llamada telefónica entre Donald Trump y Vladimir Putin el 16 de octubre, su octavo contacto directo desde el regreso de Trump a la Casa Blanca.
Y ya, los dos hombres se preparan para reunirse de nuevo, esta vez en Budapest, por iniciativa de Trump. Putin aceptó inmediatamente.
El simbolismo es sorprendente
Por primera vez en años, el presidente ruso pisará una capital de la Unión Europea y de la OTAN: una que se distancia discretamente de la ortodoxia de Bruselas.
Para Viktor Orbán, es una jugada maestra de diplomacia: acoger a dos de los líderes más poderosos del mundo y situar a Budapest en el centro del tablero de ajedrez mundial.
Para Putin, supone un regreso a Europa sin rendirse.
Para Trump, otro paso en su continuo intento de remodelar el orden internacional según sus propios términos.
Las próximas semanas revelarán si Trump y Putin están preparando la paz o preparando al mundo para su próximo terremoto geopolítico.
El momento no es en absoluto casual. La maratoniana llamada telefónica tuvo lugar en vísperas de la visita de Volodymyr Zelensky a Washington. Mientras Kiev pide más armas, Washington y Moscú ya están preparando su próximo apretón de manos.
Ambas partes describieron la conversación como “muy productiva”.
Pero detrás de esa frase cortés se esconde una agenda peligrosa. La cuestión central: el posible envío de misiles Tomahawk a Ucrania.
Con un alcance de 2500 kilómetros, estos misiles situarían a Moscú dentro del alcance de ataque, lo que supone una línea roja para el Kremlin.
Se espera que Putin despliegue su habitual mezcla diplomática de amenazas y seducción: advertencias de represalias directas combinadas con conversaciones de paz. Trump, intuyendo otro “acuerdo del siglo”, afirmará que puede poner fin al conflicto mediante el “entendimiento mutuo”.
Sin embargo, no se trata simplemente de una discusión táctica sobre Ucrania.
La próxima cumbre podría redefinir la arquitectura misma de la seguridad mundial.
Se perfilan dos escenarios
El optimista: un compromiso pragmático: Washington congela las ambiciones de misiles de Kiev, Moscú detiene sus ofensivas y se da el primer paso hacia la paz.
Trump se presentaría como un pacificador; Putin, como el vencedor que obligó a Estados Unidos a volver a la mesa de negociaciones.
El escenario más sombrío: el colapso de las conversaciones y una peligrosa escalada: Rusia despliega armas nucleares más cerca de las fronteras estadounidenses o apunta a los satélites estadounidenses.
Si Budapest fracasa, el mundo podría entrar en una fase de confrontación mucho más peligrosa.
¿Por qué Budapest?
Porque es la única capital europea en la que ambos líderes pueden confiar. Hungría se ha retirado de la Corte Penal Internacional, liberándose de la orden de arresto que pesa sobre Putin.
Aislado dentro de la Unión Europea, Viktor Orbán necesita este espectáculo diplomático antes de las difíciles elecciones de la próxima primavera.
Acoger a Trump y Putin le da exactamente lo que busca: prestigio, visibilidad y nueva influencia.
Tanto si este encuentro termina en un avance como en un fracaso, una cosa es segura: Europa ya no es el escenario, se ha convertido en el público.
El verdadero escenario se encuentra ahora entre Washington, Moscú y Budapest.
Las próximas semanas revelarán si Trump y Putin están escribiendo el guion de la paz o preparando al mundo para su próximo terremoto geopolítico.
¿Y dónde queda Europa en todo esto?
Ante este cara a cara entre grandes potencias, Europa parece condenada a la impotencia.
Atrapada por sus divisiones internas y su dependencia estratégica de Estados Unidos, ya no tiene voz autónoma en la configuración de la seguridad mundial o regional.
Sin embargo, es precisamente en momentos de incertidumbre cuando se decide el futuro geopolítico de Europa. Si la Unión Europea desea evitar convertirse en un mero telón de fondo para las ambiciones de otros, debe redescubrir su sentido del poder, no solo militar, sino también diplomático, normativo e industrial.
El reto para Bruselas es claro: volver a ser protagonista de la historia, y no solo espectador.
Traducción nuestra
*Ricardo Martins, doctor en Sociología, especializado en Relaciones Internacionales y Geopolítica
Fuente original: New Eastern Outlook
