COLONIALISMO ACELERADO: UN PLAN CONTRA PALESTINA. Alberto Toscano.

Alberto Toscano.

Ilustración: Ali Al-Hadi Chmeis para Al Mayadeen English.

13 de octubre 2025.

¿Cuál es la lógica del plan de Trump sobre Gaza? La construcción de un espacio meticulosamente controlado y despolitizado, es decir, pacificado, para la circulación, el consumo y la producción de capital. Como explica Alberto Toscano en el artículo que publicamos hoy, la creación de la «Nueva Gaza» serviría para transformar la Franja en el «centro de la arquitectura regional proestadounidense», asegurando el poder económico, político y militar sobre el flujo de energía, capital y mercancías. Una operación que integra el genocidio en curso en un diseño neocolonial más amplio y lo hace funcional al nuevo régimen de acumulación primitiva.

Así, para Trump, Netanyahu y Blair, «en Gaza solo se puede construir una costa sobre los huesos de los muertos».


Estos saqueadores del mundo, tras haber destruido la tierra con sus devastaciones, ahora están saqueando el océano: impulsados por la codicia, si su enemigo es rico; por la ambición, si es pobre; insaciables tanto hacia Oriente como hacia Occidente: el único pueblo que contempla la riqueza y la miseria con la misma avidez. Saquear, masacrar, usurpar con títulos falsos: a esto lo llaman imperio; y donde crean un desierto, lo llaman paz.

Tacito, Agrícola

Lo bueno de Gaza es que nuestras voces no llegan hasta allí. Nada la distrae; nada le quita el puño de la cara del enemigo. Ni siquiera las formas del Estado palestino que construiremos, aunque sea en la cara oriental de la Luna o en la occidental de Marte, cuando sea explorada.

Mahmoud Darwish, Silencio por Gaza

A finales de septiembre, la administración Trump publicó su plan de 21 puntos para poner fin al «conflicto de Gaza». Durante los últimos ocho meses, el obsceno «plan de desarrollo para Gaza» de Trump —que presentaba el territorio devastado como la «Riviera de Oriente Medio», acompañado de las ya omnipresentes y alucinantes representaciones generadas por IA sobre cómo debería ser— ha servido como referencia constante para la campaña israelí de limpieza étnica y genocidio.

Netanyahu y sus ministros saborearon el hecho de que la ontología inmobiliaria del plan —como Brenna Bhandar y yo esbozamos en nuestro artículo Manos sobre el planeta. El imperialismo inmobiliario de Trump— excluyera el derecho internacional y previera un traslado total de la población como preludio de un auge de la construcción.

Quizás aquí resida la función principal de este «plan», como de tantos otros: la gestión estratégica del tiempo político. Siguiendo una lógica más propia de un diagrama de expropiación que de un proyecto para un nuevo orden, Israel, Estados Unidos y las potencias aliadas o cómplices pueden continuar sus guerras de eliminación y acumulación como si estuvieran regidas por un fin discernible, una especie de final de partida.

En este sentido, los planes completan otra técnica de la política temporal-colonial de asentamiento israelí: las negociaciones (incluido el propio acuerdo de Oslo), perversamente escenificadas como una especie de guerra psicológica internacional para debilitar al enemigo, perpetuar la violencia expropiatoria y servir de escudo contra las crecientes oleadas de deslegitimación.

Como ha reconocido incluso The Economist, «las conversaciones sobre el futuro solo sirven para ganar tiempo a Israel, que mientras tanto crea hechos alternativos en el presente». Como ha observado el analista político palestino Abdaljawad Omar, las negociaciones no son más que otra forma de guerra perpetua, o de pacificación sin fin, a través de la cual Israel espera «agotar la indignación mundial, al igual que espera agotar la resistencia palestina: mediante el aplazamiento, la confusión, la normalización del colapso y, por supuesto, la coacción mediante la instrumentalización del antisemitismo».

El cálculo diplomático —es decir, la necesidad de obtener el consentimiento y la participación de Egipto, Turquía, Jordania y los Estados del Golfo— atenuó el extremismo patrimonial de la propuesta original. En febrero, Trump declaró a los periodistas a bordo del Air Force One: «Piensen en ello como un gran complejo inmobiliario.

Estados Unidos será el propietario y lo desarrollaremos lentamente, muy lentamente, sin prisas, para llevar la estabilidad a Oriente Medio». En una entrevista posterior con Fox News, en la que confirmó que esta adquisición de Gaza anularía cualquier derecho de retorno de los habitantes palestinos, Trump pareció transferir la titularidad del territorio del Gobierno estadounidense a sí mismo:

Construiremos comunidades seguras, un poco lejos de donde se encuentran ahora, donde hay todo este peligro. Mientras tanto, yo sería el propietario. Piensa en ello como una promoción inmobiliaria para el futuro. Sería un terreno precioso. Sin grandes gastos.

La utopía del constructor Trump, que plantea hacer Gaza inhabitable como condición previa para su transformación en una propiedad rentable, no ha desaparecido en absoluto: en la Cumbre de Renovación Urbana celebrada en Tel Aviv en septiembre, el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich anunció una inminente «mina de oro inmobiliaria» y afirmó: «Hemos completado la fase de demolición, que siempre es la primera fase de la remodelación urbana; ahora tenemos que construir». A continuación, añadió: «Hemos gastado mucho dinero en esta guerra. Tenemos que ver cómo dividir la tierra en porcentajes».

Pero mientras esta lógica inmobiliaria del genocidio («la fase de demolición») persiste en la mente y en las acciones de los principales protagonistas, el plan de septiembre de Trump y algunas de las propuestas más detalladas que lo precedieron y prepararon —en particular, los documentos filtrados que describen la Autoridad Internacional de Transición de Gaza (GITA) del Instituto Tony Blair y el Fideicomiso para la Reconstrucción Económica y la Transformación de Gaza (GREAT) Trust vinculado a la Fundación Humanitaria de Gaza— incorporan esa lógica en un diseño neocolonial más amplio.

Sostengo que este diseño es a la vez síntoma y prueba de los vínculos íntimos y las afinidades electivas entre las utopías aparentemente marginales de la extrema derecha, especialmente en sus tendencias «tecno-fascistas», y las ideologías y prácticas centrales del imperialismo contemporáneo.

A un nivel más profundo, lo que podemos observar en estos diagramas de expropiación es el vínculo entre acumulación y eliminación: la lógica genocida de la «acumulación primitiva», es decir, una dimensión destacada de las relaciones de destrucción propias del capitalismo.

Estos planes para lo que el último documento de Trump denomina «Nueva Gaza» —que constituyen un género en sí mismo, anterior al genocidio y que lo acompaña desde múltiples perspectivas— representan una especie de programa recombinante de técnicas coloniales de pacificación, expropiación, dominación y expulsión.

Todas ellas incorporan:

  1. marcos de gobierno que anulan las reivindicaciones palestinas de autonomía, soberanía o autodeterminación;

  2. la producción de espacios neocoloniales (Gaza como «zona» o «centro»);

  3. una visión capitalista del desarrollo especulativo y extractivo que borra cualquier otra reivindicación o experiencia de la tierra, la comunidad y la cultura palestinas.

La visión que se desprende es la de un espacio meticulosamente controlado y despolitizado, es decir, pacificado, para la circulación, el consumo y la producción de capital. Gaza no es solo un «ensayo general del futuro», un laboratorio planetario para ejercer una violencia genocida tecnológicamente sofisticada sobre poblaciones «sacrificables», como han denunciado el presidente colombiano Gustavo Petro y muchos otros comentaristas, sino que es también, como demuestran estos «planes», una prueba de las modalidades neocoloniales de sometimiento funcionales a los nuevos regímenes de acumulación de capital.

El plan de 21 puntos de Trump, que atenúa las formas más abiertamente coloniales de autoridad esbozadas en los documentos GITA y GREAT y limita nominalmente las presiones expansionistas de Israel («Israel no ocupará ni anexionará Gaza»), comparte sin embargo lo que podríamos definir como la exigencia mínima de todas estas visiones de sumisión: la desmilitarización y la despolitización radical del espacio palestino. De hecho, tal y como se declara en el plan: «Gaza será gobernada bajo la administración temporal y transitoria de un comité palestino tecnocrático y apolítico». Este último será supervisado por un «Consejo para la Paz», presidido por Trump con el apoyo de Tony Blair y otros no nombrados.

Es significativo señalar la necesidad sintomática de duplicar lo «temporal» con lo «transitorio», lo «tecnocrático» con lo «apolítico», para que no quede ninguna duda de que la «gobernanza» es la antítesis del autogobierno. Sobre todo, también debe aniquilarse la sombra de la resistencia anticolonial; la «nueva Gaza» deberá ser una «zona desradicalizada y libre de terror», condición negativa para la única visión «positiva» concebida para Gaza: la de una «zona económica especial» con «aranceles y tasas de acceso preferenciales».

El parámetro a alcanzar es el de las «ciudades milagrosas modernas de Oriente Medio», y el método consiste en «sintetizar los marcos de seguridad y gobernanza para atraer y facilitar las inversiones». Como ha observado Daniel Lévy, este documento se asemeja a «una carta para una versión del siglo XXI de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales» y constituye «un intento de erigir una capa adicional de ocupación internacional sobre el pueblo palestino, además de la de Israel».

El plan promovido por el Instituto Tony Blair para la Autoridad Internacional de Transición de Gaza es una propuesta mucho más detallada que el documento deliberadamente genérico de Trump. Como ha señalado Arnaud Miranda, imagina Gaza como «un laboratorio para una nueva gobernanza tecnoimperial». Su organigrama de transición, detallado, cuantificado y calendarizado, es exactamente lo contrario de una constitución política —Gaza no tiene ciudadanos, como mucho residentes o personas bajo tutela—, sino una estructura para un experimento de dominio empresarial neocolonial. El órgano político más alto de la autoridad —nombrado, como se nos informa cómicamente, «por consenso internacional»— es un consejo con un presidente.

En su diseño, la autoridad de transición de Blair es un ejemplo perfecto de que las ideas dominantes de hoy en día son las ideas de la clase dominante: si Blair ha sido definido por muchos como «el virrey de Gaza», dos de los miembros previstos del consejo son multimillonarios : Marc Rowan, propietario de un fondo de capital privado y figura clave en los esfuerzos de la administración Trump por reprimir la solidaridad con Palestina y amordazar el pensamiento crítico; y Naguib Sawiris, magnate egipcio de las telecomunicaciones, la tecnología y el sector inmobiliario.

Junto a la tecnócrata holandesa Sigrid Kaag, otro posible miembro del consejo es el empresario y rabino Aryeh Lightstone, figura central de los Acuerdos de Abraham y uno de los fundadores de la denominada Fundación Humanitaria de Gaza ( ), descrita por Médicos Sin Fronteras como un «sistema institucionalizado de hambre y deshumanización».

Cabe señalar que el principal financiador del TBI, con una aportación de 500 millones de dólares, es el buen amigo de Blair, Larry Ellison, quien, además de ser el mayor donante privado del IDF, es una figura clave, a través de su empresa Oracle, en la integración entre el sector tecnológico y la administración Trump. Además, ahora está listo, junto con su hijo, para conquistar una posición casi monopolística en los medios de comunicación estadounidenses. Como escribió Ammiel Alcalay en Middle East Eye, la GITA presagia «la corporativización de todo un pueblo traumatizado bajo el «liderazgo» de multimillonarios».

En este brillante escenario de heteronomía sin límites, el Consejo, dotado de su propia fuerza de seguridad especial, supervisa y controla una «autoridad ejecutiva palestina» (que no debe confundirse con la actual Autoridad Nacional Palestina de Ramala), que no puede ejecutar nada, que tiene muy poca o ninguna autoridad y que se basa en la renuncia a cualquier reivindicación nacional palestina.

Las únicas reivindicaciones que los palestinos están realmente autorizados a hacer, en este esquema, son las de propietarios de tierras. De hecho, la GITA prevé una «Unidad para la conservación de los derechos de propiedad», cuya tarea sería «garantizar que cualquier salida voluntaria de los residentes de Gaza durante el período de transición esté documentada, protegida legalmente y no comprometa el derecho individual de retorno o de mantenimiento de la propiedad».

El hecho de que el marco sea el de la «salida voluntaria», junto con la vaguedad sobre cómo podrían juzgarse las «reivindicaciones de propiedad transitorias», es muy sintomático.

La tecnocracia dirigida por multimillonarios esbozada por la GITA de Blair adquiere un cariz aún más tecnofuturista en el Gaza Reconstitution Economic Acceleration and Transformation (GREAT) Trust, cuya presentación en PowerPoint, que circuló por la Casa Blanca, se filtró y causó una gran consternación.

Como ha señalado la académica palestina Rafeef Ziadah, «el documento se hace eco del plan Gaza 2035 promovido por el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu… la propuesta de 2024 que imaginaba Gaza como un centro logístico esterilizado, conectado al megaproyecto saudí Neom y sin una presencia palestina significativa».

Ricamente ilustrado con gráficos de inversión e imágenes generadas por inteligencia artificial, GREAT se sitúa a medio camino entre el proyecto de gobernanza de Blair y la anterior «modesta propuesta» del bloguero de extrema derecha y asesor informal de la Casa Blanca Curtis Yarvin, titulada Gaza, Inc.

La fantasía distópica de Yarvin imaginaba una concepción de la soberanía completamente corporativa y privatizada, que «sale» de los parámetros mismos del derecho internacional y la política democrática, siguiendo el modelo de Próspera, la «ciudad charter» en Honduras financiada por capitalistas de riesgo como Peter Thiel, Balaji Srinivasan y Marc Andreessen. Para Yarvin, una condición previa para convertir Gaza en la «primera corporación soberana en entrar en las Naciones Unidas» no es solo deportar a su población, sino también cancelar los títulos de propiedad de sus tierras, sustituyéndolos por una ficha fungible. Como declaraba:

Gaza, sin sus habitantes (y lo que es más importante, sin su complejo laberinto de títulos de propiedad de la época otomana), vale mucho más que Gaza con sus habitantes, incluso para sus propios habitantes.

Se trata de 140 millas cuadradas de inmuebles en el Mediterráneo, libres de títulos, demolidos y desminados a un coste de quizás diez mil millones de dólares. Esta tierra se convierte en la primera ciudad con una carta constitutiva respaldada por la legitimidad estadounidense: Gaza, Inc. Símbolo bursátil: GAZA.

Al igual que Blair, Yarvin también quiere poner a multimillonarios sionistas al mando, sugiriendo que la gira promocional de esta oferta pública inicial (OPI) debería estar dirigida por Adam Neumann, el multimillonario israelo-estadounidense cofundador de WeWork. En el centro de esta visión especulativa de la privatización como pacificación se encuentra la suposición de que «todos los títulos de propiedad inmobiliaria tienen la guerra como bloque de génesis» [1] .

El plan GREAT (subtitulado «De un proxy iraní demolido a un próspero aliado abramítico»), al igual que otras propuestas similares, representa también una recapitulación, recombinación y aceleración de múltiples formas y dispositivos de dominio procedentes de la historia del capitalismo colonial y racial. Como nodo de lo que define como «la trama abrahámica» de esta región imperial, la forma política que debería adoptar Gaza es la de una «tutela multilateral liderada por Estados Unidos».

Se nos dice que el Trust gobernará Gaza «durante un período de transición hasta que una estructura política palestina reformada y desradicalizada esté lista para tomar el relevo». Para implementar esta estructura de gobernanza antipolítica —una máquina para vaciar la soberanía palestina, basada en la supuesta disposición de los subordinados a convertirse en clientes dóciles y pacíficos—, GREAT prevé sus propias producciones de espacio neocolonial, es decir, lo que denomina «zonas humanitarias de transición libres de Hamás».

Presentadas con mapas operativos, estas «zonas de transición humanitaria», que serán gestionadas inicialmente por la Fundación Humanitaria de Gaza y posteriormente por un «marco de seguridad híbrido», son descendientes directas, y no muy lejanas, de la práctica británica de reasentamiento en las «nuevas aldeas» de Kenia y Malasia, de la política francesa de regroupement en Argelia y de la estrategia estadounidense de «hamletization» en Vietnam.

Como prueba de la perfecta continuidad del imaginario dominante de la contrainsurgencia, el propio diseño de la «Nueva Gaza», con sus campos de golf y zonas verdes, se inspira en la historia de la guerra social en la metrópoli imperial. Como se lee en una de las diapositivas: «Al igual que la estrategia de Haussmann en el París del siglo XIX, este plan pretende resolver una de las causas fundamentales de la insurrección continua de Gaza: su diseño urbano».

Y hoy, para satisfacción de sus promotores, la disciplina espacial puede completarse con el control cibernético, una vez que «todos los servicios y la economía de estas ciudades se gestionen a través de un sistema digital basado en la identidad y alimentado por la inteligencia artificial».

Pero el plan GREAT tiene un horizonte mucho más amplio que la simple gestión de la pacificación tras el genocidio. En el lenguaje jadeante y vacío de los visionarios del capital riesgo, prevé la posibilidad de recaudar miles de millones en inversiones público-privadas, adoptando un «modelo de financiación innovador» que combinaría una especie de «fondo fiduciario tokenizado» cuyos rendimientos se invertirían en un «Fondo de riqueza para Gaza». El valor de Gaza, estimado hoy en 0 dólares, crecería en diez años hasta superar los 300 000 millones de dólares (con la creación de «un millón de puestos de trabajo»).

Un elemento crucial de la visión de GREAT es la idea de Gaza como «centro neurálgico» dentro de un vasto complejo regional logístico, extractivo y productivo destinado a competir con China. La creación de la «Nueva Gaza» serviría para acelerar la integración rentable del Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC) y transformar la Franja en el «centro de la arquitectura regional proestadounidense», asegurando el poder económico, político y militar sobre el flujo de energía, capital y mercancías (con especial atención a los «minerales de tierras raras»).

Como señala Ziadah, lo que «se imagina no es la reconstrucción para los habitantes [de Gaza], sino la conversión de Gaza en un centro logístico al servicio del IMEC», «una forma de protección corporativa al servicio del capital global». En GREAT, concluye, «Gaza se describe menos como una sociedad y más como un activo en dificultades que se puede revender con beneficios. Esto es el capitalismo de la catástrofe en su forma más pura. Es la devastación reformulada como condición previa para el beneficio especulativo».

La «reimaginaria» de Gaza representa la apoteosis de esa fusión entre capital y dominio autoritario que define, para gran parte de la reacción global, las «ciudades milagrosas» de Oriente Medio. Reducida a una tabula rasa por el genocidio israelí, Gaza renace a través de diez «megaproyectos» que incluyen, emblemáticamente, una conexión MBS (por el nombre del príncipe saudí Mohammed Bin Salman), una autopista central MBZ (por el nombre de Mohammed bin Zayed Al Nahyan, soberano de Abu Dabi), una zona de fabricación inteligente Elon Musk y una Gaza Trump Riviera con sus correspondientes islas artificiales. Centros de datos, gigafábricas para vehículos eléctricos, un puerto de aguas profundas, oleoductos y gasoductos: se prevén todos los accesorios de la acumulación del siglo XXI.

En lo que respecta a la tierra, no solo los derechos de propiedad de los palestinos son efímeros, sino que el plan, al calcular los costes y beneficios relativos entre el alojamiento temporal en la Franja (financiado con deuda con tierras públicas como garantía) y la «reubicación voluntaria», formula un argumento económico directo a favor de la limpieza étnica, señalando que se ahorrarían 500 millones de dólares por cada 1 % de la población reubicada, «aumentando así el valor de Gaza». Se añade que el fideicomiso mantendría la propiedad del 30-40 % de las tierras de Gaza.

Sobre las cenizas del escolasticidio, es muy significativo que las disposiciones relativas a la educación en Gaza no incluyan en ningún momento la reconstitución de la educación superior, y que toda la formación secundaria se designe como «profesional». Esto puede estar relacionado con el hecho de que la zona industrial para vehículos eléctricos está concebida para emplear mano de obra «cualificada» a bajo coste.

En esta panoplia de planes —que se superponen en cuanto a intenciones, ideología, circulación y personal involucrado— vemos la espeluznante cristalización de las relaciones de destrucción que gobiernan nuestro presente. Al planificar el «después» del genocidio, lo justifican retroactivamente y lo integran como condición previa para un nuevo ciclo de integración imperial regional, acumulación y desarrollo.

En el futuro anterior que estructura la temporalidad especulativa de estos planes, el genocidio habrá sido el preludio necesario para un futuro brillante de expansión inmobiliaria especulativa, integración logística-extractiva y hegemonía regional; habrá roto la espiral de «subdesarrollo» de Gaza para hacer posible una «Nueva Gaza» de desarrollo hipercapitalista. También habrá desmentido, de form , la advertencia expresada por el exdiplomático estadounidense Josh Paul, según la cual «no se puede construir una costa sobre los huesos de los muertos».

Por el contrario, para Trump, Blair, Netanyahu y sus multimillonarios financiadores, en Gaza solo se puede construir una costa sobre los huesos de los muertos. Lo que estos planes revelan, entre líneas, es una variante del siglo XXI de la racialización de la guerra como proceso de devaluación e inversión (el plan GREAT es explícito en sus cálculos: de los 0 dólares producidos por la «fase 1 de demolición» a la futura valoración de más de 300 000 millones).

Mirar el genocidio a través del prisma de estos planes nos muestra la lógica misma de la eliminación propia del capital, en la que una guerra de exterminio se revela como lo que Éric Alliez y Maurizio Lazzarato llaman una «guerra de acumulación»: la destrucción —de seres humanos, de sus relaciones e instituciones, de su cultura y su tierra, de sus ciudades, del espacio y la naturaleza— se revela retroactivamente como lo que Marx, en El capital, vol. I, definía como «el invernadero forzado de la acumulación».

Aunque el genocidio no fue impulsado directamente por una estrategia capitalista de acumulación, estos planes lo reinscriben como parte integrante de dicha estrategia. Lo que Raphael Lemkin describía como el ataque sincronizado a diferentes aspectos de la vida de un pueblo cautivo se convierte aquí en la condición previa para los megaproyectos: los nuevos corredores logísticos y las infraestructuras para los minerales raros, los hidrocarburos fósiles y las cadenas de mercancías, pero también para los enormes complejos tecnológicos de violencia concentrada (ahora «alimentados por la inteligencia artificial») necesarios para garantizar estos modelos de circulación y acumulación.

En estos planes —que evocan, repiten y recombinan lógicas coloniales y raciales dentro de un marco sobredeterminado por la vanguardia del capital (IA, vehículos eléctricos, etc.)— podemos vislumbrar los rasgos distintivos de la lógica genocida que define la llamada acumulación primitiva, como lógica recursiva de la violencia capitalista.

Como sostiene Harry Harootunian en su extraordinaria memoria marxista sobre el genocidio armenio, The Unspoken as Heritage, la verdadera historia del capitalismo repite continuamente «una fórmula que combina el asesinato genocida y el robo masivo, sancionados por la acumulación y dirigidos por alguna forma de autoridad política, ya sea un Estado naciente o un imperio en declive. …

El asesinato en masa significa adquisiciones masivas». Desde esta perspectiva, el genocidio es «una herramienta necesaria para llevar a cabo el proceso de acumulación primitiva del capitalismo», que, mediante «la aplicación sistemática de la apropiación, la expropiación y el robo a gran escala… invierte lo ordinario en su contrario: un infierno viviente de necropolítica» [2].

Las transiciones previstas en estos planes para Gaza condicionan el fin del genocidio al politicidio; se basan en la sumisión de los palestinos, que como mucho serían empleados como mano de obra servil o como fuerzas de seguridad colaboracionistas en una estrategia imperialista de acumulación regional que refuncionaliza todos los dispositivos del colonialismo para alimentar las fantasías especulativas autoritarias de los multimillonarios actuales y sus asesores tecnocráticos.

La continuación del genocidio se revela así como la extensión indefinida de su lógica, pero también como su subsunción como momento en una visión imperialista más amplia. El asesinato en masa se convierte en un mediador efímero para el tecnocapital autoritario y sus megaproyectos.

Estos planes son el fiel reflejo de un futuro que es la antítesis de la justicia, la igualdad y la liberación, tanto para los palestinos como para los pueblos de todo el mundo; es un futuro e n el que el genocidio no es un crimen inconmensurable, sino el prólogo de la prosperidad y un factor de acumulación, donde el «valor de Gaza» es otro nombre para la destrucción de Palestina.

Solo trabajando en la expropiación y la reducción a la miseria de los déspotas del capital —MBS, MBZ, Musk, Ellison, Rowan, Trump, Blair & Co.— se puede impedir que nuevas oleadas de acumulación genocida extiendan su sombra sobre la tierra. Ellos planean nuestra desaparición; nosotros deberíamos planear la suya.

Traducción nuestra


*Alberto Toscano es profesor en la Universidad Simon Fraser. Es autor de varios artículos y libros sobre el obrerismo, la filosofía francesa y la crítica al capitalismo racial, tema en el que es uno de los referentes del debate internacional. Para DeriveApprodi ha publicado: Tardo fascismo. Le radici razziste delle destre al potere (2024).

Notas

[1] El bloque génesis es el primer bloque de una cadena de bloques, el registro distribuido de transacciones en el que se basan las criptomonedas.

[2] Harry Harootunian, The Unspoken as Heritage: The Armenian Genocide and Its Unaccounted Lives (Durham, Carolina del Norte: Duke University Press, 2019), pp. 87, 88, 96.

Fuente original: Machina Rivista

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