Salvatore A. Bravo.
Foto: Archivo.
Traducción: Carlos X. Blanco
21 de septiembre 2025.
El socialismo chino, con su economía híbrida, permite, en cambio, liberar el potencial productivo, orientándolo hacia una producción racional, gestionada por el Estado según las necesidades del pueblo y, desde luego, no de los grupos económicos.
China es sin duda el baluarte que limita el imperialismo estadounidense . Es necesario mirar hacia China con las leyes de la dialéctica, ya que la dialéctica marxista enseña que las direcciones de la historia deben comprenderse y decodificarse para guiar la revolución y el cambio radical de forma rentable, y China, independientemente de las opiniones personales, es la civilización (socialista) con la que tendremos que lidiar.
No es solo una nación inmensa, casi un continente dentro del continente asiático, sino una civilización-nación con una identidad e historia milenarias que ha sobrevivido al colonialismo caníbal de Occidente. Hoy, es la civilización la que abre nuevos escenarios políticos, mientras Occidente busca perpetuar su dominación imposible.
El materialismo dialéctico concibe el universo como “un movimiento de materia, regido por leyes”, que se refleja en nuestro conocimiento, “un producto superior de la naturaleza”. El pensamiento es un reflejo de esta realidad y, por lo tanto, también se encuentra en un proceso de continuo movimiento y transformación. La modificación de la realidad material solo puede corresponder a una transformación del pensamiento. Dado que nuestro pensamiento es el reflejo de la realidad material, podemos llegar a una comprensión objetiva de ella. El pensamiento humano, sin embargo, se expresa en seres individuales, quienes solo pueden tener un conocimiento relativo, limitado por el tiempo y el espacio, así como por el estado de desarrollo de la sociedad y sus fuerzas productivas y científicas [1] ”.
La dialéctica nos enseña que las rupturas causadas por las contradicciones conducen a saltos cualitativos, ya que la contradicción afirma una elevación cualitativa general en la conciencia de los dominados.
Esta conciencia no puede asimilarse a una opinión personal, sino al reconocimiento de la inevitabilidad de los procesos históricos en curso. Estos procesos nunca son simples segmentos separados de la totalidad de la historia, sino que encuentran su razón de ser objetiva en la inmanencia holística y transformadora de la historia:
El materialismo dialéctico nos enseña que las transformaciones ocurren mediante acumulaciones cuantitativas y saltos cualitativos. También nos enseña que ningún proceso es “puro”, que todo salto cualitativo no implica una pureza total, y que el futuro se construye a partir de lo existente tal como es, no como uno quisiera que fuera. Esto refleja la verdadera evolución histórica, que demuestra que en una sociedad dada nunca hay un único modo de producción, sino varios, incluyendo uno dominante [2] ”.
Ninguna revolución es posible sin la acción política de la conciencia humana, y China demuestra que las leyes de la historia deben ser concebidas y reorientadas por una clase de personas que las contextualicen dentro de la planificación sociopolítica. Sin preparación política ni conciencia de clase, el potencial de la historia permanece en el caos de la inercia.
Socialismo
En el Manifiesto Comunista, Marx esbozó que la transición del capitalismo al comunismo estaría precedida por una fase socialista intermedia en la que la propiedad privada no se aboliría por completo, sino que sería gestionada mediante planificación estatal con fines sociales, es decir, orientados al bienestar general.
El Estado proletario gestionaría directamente ciertos sectores primarios de la economía y utilizaría la propiedad privada y el emprendimiento burgués para mejorar las condiciones económicas generales. No podemos dejar de recordar que Marx descubrió la relación entre explotación y alienación, por lo que el socialismo es también la primera fase en la superación de los procesos de explotación y alienación. La China actual es un híbrido, en el que se ignoran los procesos de alienación:
El derrocamiento de la hegemonía estadounidense, la estructura definitiva del sistema imperialista, sería imposible sin dos factores determinantes: • una “nueva globalización” opuesta a la basada en el Consenso de Washington; • el extraordinario desarrollo económico, científico y productivo de la República Popular China. Ambos factores cuestionan la reflexión sobre la relación entre el socialismo y la economía de mercado. En el Manifiesto Comunista, Karl Marx y Friedrich Engels afirman que el proletariado, una vez conquistado el poder político, debe utilizarlo para “arrebatar gradualmente todo el capital a la burguesía, centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y multiplicar lo más rápidamente posible la masa de las fuerzas productivas” [3] ”.
El salto cualitativo hacia el comunismo estuvo marcado por un largo período de gestación política, incluso en la economía privada. Este sistema híbrido también se observó en la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin, razón por la cual la experiencia china, según muchos, se enmarca en el ámbito de la historia marxista:
Fue la Revolución de Octubre y la subsiguiente creación de un estado socialista lo que silenció eficazmente el discurso «maximalista» de quienes esperaban la desaparición mágica e inmediata del mercado, el dinero y cualquier régimen de propiedad que no fuera el colectivo. Tras el paréntesis del «comunismo de guerra», una reorientación económica dictada por las necesidades de la guerra, pero presagiando tensiones extremas con el campo, Vladimir Lenin lideró la consolidación de la Nueva Política Económica, la NEP, basada en la renovada libertad de comercio, la explotación del personal técnico y administrativo burgués y del capital nacional y extranjero; en resumen, una notable «restauración del capitalismo» exigida por la miseria del campo, que convertía cualquier política de expansión industrial centralizada en un mero sueño. Una restauración del capitalismo, pero bajo el control del Estado proletario, un capitalismo construido sobre la base de la economía pública socialista, articulado en una multiplicidad de formas híbridas de propiedad, desde concesiones hasta cooperativas, y sometido a la dirección política del Partido Comunista Ruso (bolcheviques) [4] ”.
La pregunta que debemos plantearnos es si una economía gestionada por una oligarquía autorreferencial puede definirse como socialista, ya que en dicho marco, trabajadores, empleados y técnicos siguen sujetos a las decisiones de oligarquías burocráticas que colindan con los poderes económicos.
El socialismo chino debería ser, en realidad, el modelo que corrija el oligopolio capitalista que, en efecto, asfixia el mercado y, por ende, también la capacidad productiva del modo de producción capitalista, que permanece encapsulado y asediado por la dominación de unos pocos actores económicos.
El socialismo chino, con su economía híbrida, permite, en cambio, liberar el potencial productivo, orientándolo hacia una producción racional, gestionada por el Estado según las necesidades del pueblo y, desde luego, no de los grupos económicos.
Con sus asombrosos resultados, China demuestra con su «socialismo» un grado de «racionalidad superior» en comparación con el decadente y agresivo capitalismo occidental liderado por la OTAN y Estados Unidos.
Incluso el economista liberal Schumpeter observó, en la posguerra, cómo los bancos actuaban como una especie de versión privada de Gosplan, la agencia de planificación soviética, dirigiendo el crédito según sus propias previsiones e intereses, materializando así la «mano invisible» del mercado. Como ya afirmó, «el capitalismo está siendo aniquilado por sus resultados»: la creciente concentración del capital y la socialización del trabajo están volviendo progresivamente obsoletas las estructuras clásicas del capitalismo en su fase de libre mercado, ya prácticamente obsoletas desde hacía más de un siglo. En la práctica, la lucha por la construcción de un sistema socialista en el mundo moderno no se libra entre la «economía de mercado» y la «economía planificada», sino entre grupos opuestos que compiten por el control de los principales mecanismos de la economía y la planificación asociada a ellos. La anarquía del mercado capitalista se expresa en un uso irracional, cambiante y privatizado de esta planificación económica, que responde únicamente a los intereses de sectores específicos del capital monopolista, en contraposición a los de los sectores competidores y a los de la gran mayoría de la humanidad. La distribución de recursos a través del mercado ocurre únicamente «aguas abajo» desde las «alturas dominantes» de la economía mundial y refleja las direcciones planificadas por el capital financiero monopolista o, en los países socialistas, por los partidos comunistas. Nunca antes había sido tan clara la abolición de la propiedad privada para la gran mayoría de la gente, propiciada por el sistema capitalista. La transición al socialismo implica una «negación de la negación», con la recuperación de la propiedad perdida en el capitalismo mediante su transformación en un sentido colectivo y social. El mercado y sus actores, tal como los concibe abstractamente la economía burguesa e incluso demasiados marxistas aficionados, simplemente pertenecen al pasado. La extrema izquierda occidental ha heredado todas las distorsiones «maximalistas» en torno a la cuestión de la relación entre el mercado y el socialismo, confundiendo este último con espejismos basados en un mutualismo anárquico, más cercano a una comuna hippie que a cualquier proyecto político concreto. Al no comprender las verdaderas aspiraciones de las masas al desarrollo económico y a unas condiciones de vida cada vez mejores, la extrema izquierda occidental no puede evitar ignorar los enormes resultados alcanzados por estados socialistas como China, Vietnam o Laos gracias a una correcta comprensión de la relación entre el sistema socialista y la economía de mercado. La lucha contra la pobreza, el desarrollo técnico y productivo, y la creación de una riqueza compartida cada vez mayor para cientos de millones de personas son hechos de «poco interés» para ellos, hechos que, por el contrario, suenan como señales de alarma ante la supuesta «traición» a los ideales [5] .
Los notables resultados son innegables, pero no debemos olvidar que, al final de la era maoísta, China contaba con una base industrial débil, no exenta de contradicciones. Por lo tanto, su notable crecimiento debe interpretarse dentro de un crecimiento cuantitativo que partió de niveles muy bajos y que ahora puede competir con Occidente.
La NEP china no pretende ser la restauración del capitalismo, sino la vía china hacia el socialismo. Sin embargo, el objetivo final de este desarrollo no está claro: si el comunismo se encuentra más allá de la fase socialista.
Actualmente, la República Popular China se encuentra en la fase primaria del socialismo, caracterizada por un sistema económico con la regulación del mercado como elemento fundamental y la regulación estatal como elemento dominante. La gestión eficaz de esta fase de desarrollo ha permitido a los líderes comunistas chinos fijar como objetivo la construcción de un país socialista moderno para el centenario de la fundación de la República Popular China. El «punto de inflexión» liderado por Deng Xiaoping no fue una «restauración del capitalismo» en el sentido comúnmente entendido por los críticos, sino una necesaria adaptación del país a las condiciones materiales reales, similar en esto a la NEP de Lenin. Sin embargo, se diferencia de la Nueva Política Económica en que esta última se concibió como una «retirada estratégica» de la economía socialista, mientras que las reformas chinas se guían por la innovación teórica según la cual el mercado puede seguir existiendo dentro del propio sistema socialista. Solo el desarrollo de las fuerzas productivas permite el avance del proyecto socialista [6] ”.
El presidente Xi Jinping nunca ha ocultado la agenda geopolítica de China; la globalización es el requisito previo para que el modelo híbrido chino se convierta en un plan político que una a la humanidad en el socialismo.
En consecuencia, el mercado, antaño una institución rapaz y saqueadora, puede, mediante el acuerdo mutuo, convertirse en una herramienta para el bienestar común de los pueblos, si se controla adecuadamente para liberar el potencial positivo que el oligopolio estadounidense impide.
Como ha reconocido reiteradamente el presidente Xi Jinping , la globalización, entendida como la progresiva integración económica de la humanidad, representa una tendencia objetiva de la época, un proceso irreversible cuya configuración actual no requiere un replanteamiento exhaustivo e irrealista, sino una nueva orientación, una transformación radical que priorice los intereses materiales de los diferentes países y el desarrollo común de la humanidad. Hablar en estos términos de una «transformación» de la globalización no significa otra cosa que reconocer las consecuencias económicas de la multipolarización mundial. El mercado ya no puede verse como un fetiche al que se debe venerar de forma fundamentalista, sino reducirlo a su función de herramienta que debe utilizarse de forma controlada y conforme a reglas claras e inequívocas. Al mismo tiempo, la futura economía mundial no puede concebirse como un conjunto de «islas» fundamentalmente separadas entre sí. La dialéctica entre independencia e interdependencia se manifestará plenamente en la economía del mundo multipolar, conduciendo a una mayor integración sin comprometer, no obstante, la soberanía de diversos países o grupos de países. Esto es imposible. mientras el imperialismo estadounidense conserve su posición hegemónica, pero ello será inmediatamente posible una vez que éste sea derrocado, garantizado por el sistema de gobernanza global que la República Popular China y las demás fuerzas implicadas en el desarrollo de la multipolarización del mundo están trabajando, basado tanto en las Naciones Unidas como en las nuevas formas organizativas multilaterales desarrolladas en las últimas décadas [7] ”.
Aquí también surgen dudas, ya que existe el riesgo de que el oligopolio estadounidense sea reemplazado por el chino. La historia nos demuestra que ningún pueblo salva ni libera a otro desinteresadamente. Los liberadores a menudo se convierten en nuevos gobernantes, a veces mediante el control territorial directo, otras veces mediante el control económico y la hegemonía cultural.
Lucha de liberación y patrias
El socialismo no es el internacionalismo abstracto que algunos sectores de la izquierda aún defienden hoy, sino una lucha común, y por lo tanto internacional, de pueblos hermanos contra los opresores.
El comunismo soviético lideró la lucha contra el colonialismo. El proletariado no tiene patria, porque no es sujeto político en su propio país, sino simplemente un instrumento de sus amos y gobernantes. Italia es hoy una semicolonia, ocupada por bases de la OTAN y controlada por el poder financiero.
La hegemonía cultural liberal que emana de Estados Unidos, que ha transformado la nación en una tierra sin identidad, no es menos importante. China, con su presencia y su historia, demuestra que un estado servil puede liberarse de sus gobernantes y redescubrir su identidad nacional.
La historia ofrece innumerables ejemplos de esto: el capitalismo, una vez fuente de progreso y desarrollo, se ha transformado en un obstáculo decadente y marchito para cualquier nuevo avance productivo, social, político y cultural; la clase burguesa, una vez una clase dinámica y progresista, se ha transformado en una clase parasitaria y reaccionaria; China, de un país pobre disputado por varios grupos imperialistas, se ha transformado, gracias al Partido Comunista Chino, en un país avanzado y moderadamente próspero, en camino a la plena realización de un sistema socialista moderno; la Unión Soviética, debido al nihilismo histórico y al atraso ideológico, pasó de ser un gran país socialista a la disolución y devastación de la década de 1990; Estados Unidos se ha transformado de una lejana colonia de ultramar a una potencia imperialista hegemónica, mientras que ahora está en marcha un inevitable proceso ulterior que lo llevará o a ser un país «normal» entre muchos, o a desaparecer tal como existe hoy. Los partidos políticos de la gran burguesía italiana, que durante décadas se habían encubierto con eslóganes «patrióticos» y una agresiva retórica imperialista, se han transformado en fieles servidores de intereses extranjeros, abriendo las puertas al control total de nuestro país por parte de Estados Unidos y diversos actores menores vinculados a ellos, desde Inglaterra hasta Alemania, desde Israel hasta Francia. La transformación de Italia de un país imperialista a una semicolonia, una evolución sin precedentes, posible solo por la particular configuración del equilibrio de poder creado tras las dos guerras mundiales y por la relativa debilidad de la burguesía italiana, es difícil de refutar y se verifica a diario en las múltiples manifestaciones de la subordinación de nuestro país, incluida la gran burguesía, al poder hegemónico de Washington [8] ”.
China se vio favorecida en este proceso de liberación por condiciones objetivas: una gran civilización, una demografía sólida y recursos minerales. La disciplina del pueblo chino y su capacidad de resistencia, derivadas de su cultura y del confucianismo, también fueron de gran importancia.
Italia es hoy una semicolonia; este hecho es objetivo e indiscutible. Los acontecimientos históricos que demuestran la total sumisión de Italia a la lógica de sus gobernantes son evidentes e indiscutibles:
La subordinación económica total al imperialismo estadounidense solo puede combinarse con la subordinación política. Y, tras Cermis, Ustica, Moro, la Operación Luna Azul, el prejuicio anticomunista impuesto desde 1947, Gladio, el asesinato de Gadafi, la retirada de la Ruta de la Seda, las sanciones contra Rusia, el despliegue de buques militares en el Mar Rojo y el Mar de China Meridional, las docenas de bombas atómicas amontonadas bajo nuestros pies, las interceptaciones de la NSA y el aumento del gasto militar, rápidamente desvinculado del cálculo de la ratio deuda/PIB gracias a la «victoria» del nuevo Pacto de Estabilidad, e innumerables ejemplos más, sería insultante incluso para el italiano más imbécil tener que argumentar para demostrarlo. El piloto automático impuesto a nuestro país desde 1948 es evidente para cualquiera que observe la situación italiana tal como es, y también es apoyado abiertamente incluso por los medios de comunicación y por ex primeros ministros, como Romano Prodi, quien en diciembre de 2023, riendo, le explicó a Lilli Gruber cómo elegir “ministros de Asuntos Exteriores estadounidenses y ministros de Economía de Bruselas” era algo obligatorio, refiriéndose a la “normalización” del gobierno de Meloni [9] ”.
A pesar de la desfavorable situación histórica actual, no debemos dejarnos llevar por un pesimismo oportunista que favorezca la hipostatización del presente. En Italia, falta una oposición real y auténtica, pero el pueblo ha dado muestras de vitalidad y conciencia en varias ocasiones. Italia podría participar plenamente en el debate sobre el futuro de Occidente y la superación del capitalismo.
Italia no está condenada a morir con el viejo mundo: puede participar en la construcción del naciente. Para ello, es necesaria una nueva liberación nacional que expulse a los imperialistas estadounidenses y a las camarillas de especuladores y compradores aliados con ellos. Es necesario reconquistar nuestra independencia, pero para avanzar políticamente en esta dirección debemos primero reconocer la naturaleza semicolonial de la Italia contemporánea, abandonar cualquier confusión al respecto y refundar nuestra visión del mundo sobre los hechos y el materialismo dialéctico [10] .
Italia carece de una organización política capaz de abordar el malestar que se extiende por la sociedad civil. La ciudadanía sufre en carne propia los dolorosos efectos de las políticas neoliberales, pero no existen partidos ni instituciones políticas que «configuren» las protestas.
Quienes se oponen al sistema capitalista son silenciados, no aparecen en los medios de comunicación y, cuando son invitados a programas de entrevistas, sus palabras se pierden en el estruendo organizado por el sistema.
Incluso los movimientos que ganaron popularidad aprovechando la ola de malestar se adaptaron rápidamente al sistema, convirtiéndose finalmente en instrumentos para domesticar la protesta. El pueblo italiano se enfrenta solo a la tragedia del liberalismo, a pesar de haber expresado repetidamente su oposición. Sin embargo, sin una representación política real, las protestas han sido políticamente estériles.
Las masas italianas también han sabido traducir su oposición a la agenda neoliberal en acciones concretas. Basta con pensar en los diversos movimientos que han tomado las calles del país desde 2011, en particular el de protesta por la gestión de la pandemia, pero también en el gran número de movilizaciones locales y comités de asociaciones ciudadanas que se han desarrollado en toda la península en torno a cuestiones como la privatización del agua y los servicios públicos, el cierre de hospitales, escuelas o centros de trabajo, o la subordinación de la política local a los intereses de especuladores y grupos de poder. Si estas movilizaciones no han logrado, en la gran mayoría de los casos, evolucionar hacia una politización más decidida, se debe a la falta de una vanguardia política y organizativa. Las fuerzas de extrema izquierda, en general, se han mostrado incapaces de desempeñar este papel, pero de hecho, en varias ocasiones, han secuestrado los movimientos y los han conducido al sectarismo identitario, utilizándolos habitualmente para fortalecer a las fuerzas de centroizquierda en las elecciones locales y nacionales. A pesar de ello, el clima de creciente desconfianza hacia la política, tanto parlamentaria como extraparlamentaria, no ha disminuido la energía movilizadora del pueblo italiano [11] ”.
La conciencia de clase e histórica debe impulsar el crecimiento de organizaciones políticas capaces de transformar la conciencia de clase en discurso político. Este es el tema de nuestro presente. Todos pueden y deben contribuir, ya que nada ocurre sin la acción humana.
El tema esencial, cada vez menos discutido, es la liberación de la subyugación cultural y política a Estados Unidos. La multipolaridad podría abrir posibilidades de libertad y conciencia, pero también es cierto que la rigidez de dos bloques opuestos podría favorecer el fortalecimiento del control de Estados Unidos y la OTAN sobre Italia.
El imperio en decadencia podría reaccionar al asedio de los BRICS aumentando el nivel de vigilancia sobre los estados satélite. El futuro nos presenta posibilidades impredecibles que debemos afrontar. El hecho innegable es la colonización cultural.
Generaciones enteras han crecido con la eliminación de su identidad nacional e histórica y se han nutrido del globish. El rechazo preconcebido de la tradición filosófica y religiosa italiana y la hostilidad hacia las lenguas clásicas y el italiano son síntomas de dominación que deben abordarse.
Cada contribución fomenta el proceso de ruptura de la superestructura hegemónica, caracterizada por un nihilismo crematístico que, como una red, envuelve a los dominados y distorsiona sus capacidades divergentes y humanas.
La crisis demográfica es el síntoma más evidente de una identidad amenazada; una población cada vez más limitada, y las nuevas generaciones, tradicionalmente consideradas «rebeldes», tienen cada vez más dificultades para proponer proyectos políticos.
Todo esto es nuestro tiempo tras treinta años de liberalismo despiadado. Nada es imposible, pero es necesario afrontar el presente sin pesimismo para reabrir los escenarios de la historia.
*Salvatore Antonio Bravo, nacido en Bari en 1967, ex maestro de escuela primaria, trabajó 18 años en los suburbios de Bari de los cuales 15 en San Paolo, y fue durante 13 años profesor de filosofía en la escuela secundaria. Licenciado en pedagogía y filosofía, colabora con Petite Plaisance. Estudioso de Costanzo Preve, ha publicado “L’ultimo uomo”; “Potere e alienazione in Foucault” y, en español, “Cien años de la muerte de Lenin: dialéctica y marxismo”.
Notas
[1] Leonardo Sinigaglia, El marxismo y la era multipolar, Katéchon editoriale, pag.
[2] Ibídem página 38
[3] Ibídem página 37
[4] Ibídem págs. 39 40
[5] Ibídem págs. 46 47
[6] Ibídem página 49
[7] Ibídem págs. 52 53
[8] Ibídem ag. 97
[9] Ibídem página 100
[10] Ibídem página 101
[11] Ibídem página 108
Fuente original: Sinistrainrete
Fuente tomada: Socialismo y Multipolaridad
