EL FUTURO DE EUROPA DEPENDE DEL DESMANTELAMIENTO DE LA UE (PRIMERA PARTE). Thomas Fazi.

Thomas Fazi.

Imagen: Graffiti contra la UE, Centro de Corfú, Grecia.

09 de septiembre 2025.

Una crítica exhaustiva del modelo supranacional de integración de la UE, en la que se analizan sus deficiencias estructurales, económicas y geopolíticas.


Esta es la primera parte de un estudio en el que llevo trabajando desde hace tiempo. Ofrece una crítica exhaustiva del modelo supranacional de integración de la UE, analizando sus deficiencias estructurales, económicas y geopolíticas. Destaca cómo la UE y la moneda única, lejos de hacer que Europa sea más fuerte, más competitiva y más resistente, han allanado el camino para la crisis económica y el estancamiento, han agravado las disparidades económicas y han contribuido a la pérdida de competitividad, la marginación geopolítica y el deterioro democrático.

Fundamentalmente, el estudio sostiene que el fracaso del proyecto de la UE no se debe a una falta de integración —y definitivamente no puede resolverse recurriendo a «más Europa»—, sino que radica en la propia integración supranacional. Concluye que las deficiencias estructurales de la UE son irreparables dentro de los límites de su modelo actual y cuestiona la viabilidad del supranacionalismo como enfoque de gobernanza viable en un orden mundial multipolar e impulsado por los Estados.

Las siguientes partes se publicarán en los próximos días y solo estarán disponibles para los suscriptores de pago.


Puntos claves

El supranacionalismo como paradigma fallido:

  • El modelo supranacional de la UE se basaba en la idea de que “poner en común” la soberanía nacional en una institución supranacional empoderaría a los Estados miembros de forma individual y colectiva. Pero la suposición de que una integración más profunda produciría inherentemente mejores resultados económicos y sociales ha demostrado ser falsa. Por el contrario, ha obstaculizado el crecimiento y el dinamismo económico. Esto se debe a las deficiencias económicas y (geo)políticas intrínsecas del supranacionalismo.

Fracaso de la integración económica:

  • La integración de la UE no ha logrado los beneficios económicos prometidos.
  • La UE se ha quedado rezagada con respecto a economías comparables como la de Estados Unidos, especialmente en términos de innovación, productividad y dinamismo económico. El estudio identifica las limitaciones estructurales clave impuestas por el modelo supranacional como las razones principales de este estancamiento.
  • Esto se debe en gran medida a las deficiencias estructurales de la moneda única, que ha erosionado la capacidad de las naciones individuales para responder con flexibilidad a los retos internos y externos en función de sus necesidades económicas y políticas, así como de las aspiraciones democráticas de sus ciudadanos, sin compensar adecuadamente esta situación a nivel europeo.

Sesgo de la política antiindustrial:

  • El paradigma supranacional de la UE está fundamentalmente desalineado con el orden mundial actual, que está cada vez más determinado por las estrategias industriales impulsadas por los Estados y la competencia geopolítica. El marco neoliberal de la UE y las estrictas normas sobre ayudas estatales desalientan las políticas industriales impulsadas por los Estados, esenciales para fomentar la innovación y la competitividad. Este sesgo, codificado en los tratados y marcos normativos de la UE, deja a Europa mal preparada para competir con países como Estados Unidos y China, que participan activamente en políticas industriales estratégicas.

Problemas de gobernanza:

  • La compleja gobernanza de la UE, caracterizada por una toma de decisiones fragmentada y burocrática, dificulta aún más su capacidad para responder a las crisis o aplicar políticas coherentes. Los intentos de centralizar la política de inversión e industrial a menudo dan lugar a ineficiencias, lo que socava aún más la capacidad de la UE para actuar como una entidad unificada.

La tecnocracia conduce a malos resultados políticos:

  • El marco supranacional de la UE, que da prioridad a la toma de decisiones tecnocrática sobre la representación democrática, reduce el control democrático nacional y concentra el poder en instituciones que no rinden cuentas, como el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. Esto ha dado lugar a políticas que dan prioridad a los intereses de las élites y las oligarquías sobre los de los ciudadanos.
  • La alineación de la UE con las políticas estadounidenses, en particular en lo que respecta a Ucrania y China, ha agravado su crisis energética y su declive industrial. Los elevados costes energéticos y los aranceles ineficaces han debilitado aún más la competitividad industrial. Esto ha agravado la marginación económica y geopolítica de la UE.

Recomendaciones políticas:

  • Los fracasos de la UE son inherentes al propio paradigma supranacional. Los intentos de abordar estas deficiencias dentro del marco actual a menudo agravan los problemas.
  • El estudio sugiere ir más allá del modelo supranacional actual y dotar a los Estados nacionales de flexibilidad para aplicar políticas económicas e industriales adaptadas, lo que permitiría realizar inversiones públicas estratégicas y reducir la dependencia de la toma de decisiones centralizada y burocrática.
  • También recomienda considerar modelos de cooperación alternativos y flexibles que preserven la soberanía nacional y fomenten la colaboración económica y política.

Introducción

Durante las últimas tres décadas o más, una narrativa dominante ha moldeado el discurso europeo: en un mundo cada vez más globalizado e interconectado, las naciones individuales se han visto progresivamente limitadas en su autonomía económica y han perdido la capacidad de determinar de forma independiente su trayectoria económica.

Esto se atribuye a su debilidad frente a poderosas fuerzas externas, tanto entidades privadas como las finanzas internacionales y las empresas multinacionales, como superpotencias extranjeras, en particular China. Según este punto de vista, el concepto mismo de soberanía nacional se ha vuelto cada vez más obsoleto en el mundo actual.

La solución, según esta narrativa, era que las naciones europeas “pusieran en común» su soberanía y la transfirieran a una institución supranacional lo suficientemente grande y poderosa como para hacer oír su voz en la arena internacional: la Unión Europea (UE).

El argumento sostenía que solo a este nivel supranacional y continental los Estados individuales podrían alcanzar el poder colectivo suficiente para aplicar políticas económicas eficaces en relación con estas fuerzas globales.

En otras palabras, renunciar a ciertos elementos de la soberanía nacional —que ya se consideraban prácticamente mermados— permitiría a los países recuperar una forma de soberanía ‘real’ a través de la fuerza colectiva. Esto constituye el núcleo del argumento supranacionalista a favor de la UE.

Un elemento central de este argumento es la creencia de que una mayor integración conduce a mayores beneficios. Así, se utilizaron formas limitadas de integración para justificar los pasos posteriores del proceso de integración.

La creación del mercado único, por ejemplo, se justificó con el argumento de que mejoraría el comercio intraeuropeo, lo que a su vez dio lugar a llamamientos a favor de la unión monetaria como forma de mejorar el funcionamiento del mercado único, así como de estimular el crecimiento económico, el empleo y la estabilidad.

Esta narrativa ha sido la piedra angular de la justificación económica del proyecto de la Unión Europea, sustentando la transferencia sistemática de poderes soberanos de los gobiernos nacionales a las instituciones de la UE en Bruselas y Fráncfort.

Si bien existen otras justificaciones para la integración europea, este razonamiento económico ha sido particularmente influyente a la hora de configurar el apoyo público y político a la UE.

Su poder de persuasión se deriva de su fuerte atractivo para el sentido común: la idea de que, en un entorno global difícil, la acción colectiva proporciona una mayor fuerza —económica y política— resuena como algo intuitivo y pragmático.

Sin embargo, este argumento contiene un defecto fundamental: si fuera válido, los países que se adhirieron al mercado único y, posteriormente, a la UE, habrían demostrado un mejor rendimiento económico en relación con su tendencia anterior a la UE; los Estados miembros que abrazaron una integración más profunda —como los que adoptaron el euro— habrían superado sistemáticamente a los que no lo hicieron; y la UE habría rivalizado o superado a economías comparables.

Sin embargo, la evidencia empírica muestra que ninguno de estos resultados se ha materializado.

Por el contrario, la integración europea —a través de sus sucesivas fases, incluyendo el mercado único, la Unión Europea posterior a Maastricht y la introducción de la moneda única— ha fracasado en gran medida a la hora de mejorar el rendimiento económico de los Estados miembros según la mayoría de los indicadores, tanto colectivamente como, para muchos países, individualmente, en relación con sus tendencias previas a la integración.

Varios países de la zona del euro han experimentado resultados económicos más débiles en comparación con los Estados miembros de la UE que optaron por permanecer fuera de la unión monetaria, mientras que la UE en su conjunto ha tenido un rendimiento inferior al de Estados Unidos, una entidad económica comparable.

La respuesta habitual desde una perspectiva integracionista es que el problema se debe a que los Estados miembros de la UE no transfieren suficiente autoridad a las instituciones supranacionales de la Unión. Desde este punto de vista, el problema se plantea sistemáticamente como una falta de integración, y la solución es invariablemente “más Europa”.

El último ejemplo es Mario Draghi, quien en un reciente discurso, tras denunciar el declive de Europa hacia la irrelevancia geopolítica, concluyó que “la Unión Europea tendrá que avanzar hacia nuevas formas de integración”, lo que significa una mayor centralización política, fiscal, militar y tecnológica.

En otras palabras, en su opinión, los problemas de Europa solo pueden resolverse transfiriendo aún más autoridad a Bruselas y marginando aún más a los gobiernos y parlamentos nacionales.

Sin embargo, este argumento es refutado por la evidencia histórica, así como por la lógica básica. Como se argumenta en este estudio, los problemas de la UE no radican en la falta de integración, sino en la propia integración supranacional.

Por eso, el aumento constante del poder y el alcance de las instituciones supranacionales de la UE, como el Banco Central Europeo (BCE) y la Comisión Europea, no ha dado mejores resultados, sino que solo ha tendido a empeorar las cosas.

El estudio sostiene que, en última instancia, los problemas creados por el defectuoso marco institucional de la UE son irresolubles dentro del propio marco de la UE, tanto desde el punto de vista político como económico.

Una crítica tan radical de la Unión Europea puede parecer irrazonable o políticamente inconveniente en un contexto en el que el debate sobre la UE, e incluso sobre la moneda única, parece haberse zanjado de una vez por todas: a diferencia de hace solo unos años, hoy en día prácticamente no hay ninguna fuerza política importante en Europa que cuestione la viabilidad de la UE o defienda la salida de los Estados miembros de la zona del euro.

Esto refleja en parte una mayor conciencia de las complejidades y los costes que entrañaría desmantelar o separarse de la Unión, pero también un fracaso de la imaginación política.

Como resultado, incluso los partidos denominados “populistas” abogan ahora por reformar estas instituciones desde dentro.

Estos intentos deben acogerse con satisfacción e incluso pueden lograr algunos resultados limitados. Sin embargo, a la luz de los graves daños ya causados por la UE y el euro, no solo en términos económicos —que son en gran medida el objeto de este estudio—, sino también en términos (geo)políticos y democráticos-representativos, no podemos rehuir el desafío del consenso y plantear preguntas difíciles:

¿hay alguna prueba de que el supranacionalismo sea una respuesta viable a los retos globales actuales? ¿Qué perspectivas realistas hay de reformar fundamentalmente la UE? Y, si no es así, ¿qué significa esto para el futuro de Europa?

El estudio se estructura de la siguiente manera:

1. Los resultados económicos de la UE hasta la fecha

En esta sección se analizan los datos empíricos sobre la integración económica de la UE, que muestran un estancamiento o un descenso de los resultados económicos tras la integración en comparación con la tendencia anterior a la misma.

Destaca cómo el mercado único no logró impulsar el comercio intracomunitario ni el crecimiento del PIB; cómo la zona del euro tuvo un rendimiento inferior al de los miembros de la UE no pertenecientes al euro y otras economías avanzadas; y cómo se intensificó la divergencia en los resultados económicos entre los Estados miembros, contradiciendo las promesas de convergencia.

2. El euro como camisa de fuerza económica y política

Esta sección ofrece una crítica exhaustiva del fracaso de la moneda única, detallando cómo despoja a los Estados miembros de su soberanía monetaria sin mecanismos compensatorios adecuados.

Destaca cuestiones estructurales, como la incapacidad para gestionar las crisis económicas y las crisis de deuda soberana, así como las implicaciones políticas del euro, en las que el Banco Central Europeo ejerce un poder desproporcionado sobre los gobiernos nacionales.

3. El sesgo de la UE contra la política industrial

Esta sección explica cómo las restrictivas normas fiscales y de ayudas estatales de la UE inhiben la política industrial. Contrasta esto con el éxito de las estrategias industriales impulsadas por el Estado en otras economías como la de Estados Unidos y China, y destaca cómo la postura antiintervencionista de la UE obstaculiza la competitividad y la innovación.

4. Más allá de las causas estructurales: el autosabotaje de la UE

Esta sección explora cómo las políticas defectuosas amplifican los retos estructurales de la UE. Por ejemplo, la respuesta de la UE a la guerra entre Rusia y Ucrania, incluida la desconexión de la energía rusa, exacerbó el declive industrial.

Mientras tanto, la alineación con las estrategias lideradas por Estados Unidos contra China corre el riesgo de debilitar aún más la competitividad de la UE.

5. Conclusiones

El estudio concluye que los malos resultados económicos y los retos políticos de la UE se deben a su modelo supranacional defectuoso, más que a la falta de integración. Contrasta el rígido marco de la UE con acuerdos más flexibles y multipolares, como el BRICS y la ASEAN, y aboga por un enfoque descentralizado y flexible de la cooperación intraeuropea.

1. El rendimiento económico de la UE hasta la fecha

Los datos empíricos relativos al proceso de integración económica de la UE —que comenzó con la introducción del mercado único en 1992— presentan un panorama aleccionador.

Si comparamos el PIB per cápita de los países que se adhirieron a la UE antes y después de la introducción del mercado único, vemos que este no solo no mejoró las economías de la UE en relación con las de Estados Unidos, sino que, de hecho, parece haber empeorado su posición.

UE15 en relación con EE. UU.

Aún más interesante es que los datos muestran que la creación del mercado único ni siquiera impulsó el comercio dentro de la UE, lo cual es especialmente llamativo si se tiene en cuenta que ese era el principal objetivo declarado del mercado único.

En cambio, la proporción del comercio total de los países de la UE con otros miembros de la UE, que había aumentado de forma constante a lo largo de la década de 1980, comenzó a estancarse tras la introducción del mercado único.

Según la narrativa integracionista, la situación debería haber mejorado significativamente tras la introducción del euro en 2000.

Sin embargo, a pesar de las predicciones de que una moneda común impulsaría sustancialmente el comercio entre los Estados miembros, al eliminar la incertidumbre sobre los tipos de cambio y reducir los costes de las transacciones transfronterizas, el comercio dentro de la zona del euro, como porcentaje del comercio total, ha disminuido constantemente desde entonces.

Este descenso se aceleró tras la crisis financiera mundial de 2008, lo que sugiere que el marco institucional de la UE es especialmente inadecuado para hacer frente a grandes crisis económicas.

Como se señala en un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI):

Contrariamente a lo esperado, hay pocos indicios de que [el euro] haya estimulado el comercio. […] Como porcentaje del comercio total, el comercio intracomunitario pasó de alrededor del 40 % en 1960 a alrededor del 55 % en el momento de la firma del Tratado de Maastricht en 1992, pero volvió a caer al 40 % en 2013».

Esto ha llevado a varios estudios a concluir que la influencia del euro en el comercio entre los países miembros ha sido “nula”, o incluso negativa. Este resultado cuestiona fundamentalmente la lógica económica que sustentaba estos esfuerzos de integración.

La divergencia entre las expectativas económicas y la realidad se hace especialmente patente cuando se examina el rendimiento del PIB.

La promesa del Tratado de Maastricht de 1992 era que, al renunciar a la autonomía monetaria, los países de la zona del euro obtendrían una mayor estabilidad económica y un mayor crecimiento, ya que la eliminación de la incertidumbre sobre los tipos de cambio y la reducción de los costes de los préstamos y las transacciones, así como una mayor disciplina fiscal, darían lugar a un aumento del comercio, la mano de obra y los flujos de capital.

En cambio, desde la introducción del euro, la zona del euro ha experimentado un marcado descenso de su posición económica en relación con otras economías avanzadas.

Según datos del Banco Mundial, el crecimiento real del PIB en la zona del euro ha sido solo del 23 %, frente al 50 % de Estados Unidos, lo que ha dado lugar a una reducción significativa de la cuota del PIB de la zona del euro en relación con la de Estados Unidos, del 73 % al 60 %.

Esta diferencia de rendimiento se ha acentuado notablemente durante los periodos de tensión económica. La recuperación tras la crisis financiera en la zona del euro fue notablemente más lenta que en Estados Unidos, y este patrón se repitió durante la pandemia de COVID-19.

Mientras que Estados Unidos demostró una notable capacidad de recuperación y adaptación, aplicando rápidas respuestas fiscales y monetarias, la recuperación de la UE, en ambas ocasiones, se vio obstaculizada por las rigideces institucionales y las limitaciones políticas inherentes a su estructura.

Se podría argumentar que la situación habría sido aún peor sin el euro. Si bien eso es posible, esta afirmación resulta difícil de defender si se tiene en cuenta que países europeos fuera de la zona del euro, como Polonia y Suecia, o incluso países no pertenecientes a la UE, como Noruega, superaron ambas crisis con mucho más éxito que muchos miembros de la zona del euro.

De hecho, como veremos, hay pruebas sustanciales que sugieren que el mal rendimiento de la UE no se debió a pesar del euro, sino gracias a él.

El rendimiento económico de la UE en relación con el de Estados Unidos ha empeorado drásticamente desde el estallido de la guerra en Ucrania.

El crecimiento económico de la UE ha sido más lento debido a la crisis energética (en gran medida autoimpuesta, como veremos), la elevada inflación y el debilitamiento de la competitividad industrial.

Algunas economías de la UE se han enfrentado a condiciones cercanas a la recesión, y países como Alemania han experimentado una desaceleración significativa, o incluso una desindustrialización total, debido a su dependencia de sectores manufactureros que consumen mucha energía.

Las implicaciones de esta divergencia van más allá del rendimiento económico relativo.

La cuota de la UE en el PIB mundial se ha reducido del 27 % al 16 % en los últimos treinta años, mientras que la de Estados Unidos se ha mantenido estable en torno al 25 %, lo que refleja no solo un rendimiento inferior al de Estados Unidos, sino también una pérdida más amplia de influencia económica en la economía mundial.

Como señaló el columnista de Bloomberg Adrian Wooldridge:

La cuota de Estados Unidos en la producción mundial sigue sin alejarse mucho de lo que era en 1980. Es Europa, y no Estados Unidos, la que está pagando el auge de Asia en términos de disminución de su cuota en el PIB mundial».

Este descenso plantea cuestiones fundamentales sobre la eficacia del modelo de gobernanza económica de la UE y su capacidad para mantener la competitividad europea en un orden mundial cada vez más multipolar.

El impacto del euro en la convergencia económica entre los Estados miembros revela otro fracaso significativo de la unión monetaria. Sus defensores argumentaban que una moneda única conduciría naturalmente a la armonización económica y a una mayor convergencia en los resultados económicos y los niveles de vida.

Sin embargo, la realidad ha demostrado ser muy diferente. La divergencia en los niveles de prosperidad entre los Estados miembros se ha ampliado desde la introducción del euro, con países como Alemania e Italia experimentando trayectorias económicas marcadamente diferentes.

Esta divergencia se manifiesta en varios indicadores clave. Si bien se ha producido una cierta convergencia nominal en ámbitos como las tasas de inflación y los tipos de interés —interrumpida bruscamente cuando estalló la crisis del euro en 2011—, los indicadores económicos reales cuentan una historia diferente.

Las diferencias en el PIB real per cápita entre los Estados miembros se han ampliado en lugar de reducirse. Como señala el estudio del FMI mencionado anteriormente:

La crisis de la zona del euro ha puesto a prueba la estabilidad de la zona y ha puesto de manifiesto las tendencias de divergencia económica. Además, los efectos positivos de la unión económica en el comercio, la movilidad laboral y la productividad han sido más débiles de lo esperado, mientras que los flujos de capital transfronterizos se han materializado, pero han servido como fuerza desestabilizadora.

Un estudio realizado en 2017 por el Centro de Política Europea de Friburgo intentó cuantificar los beneficios (y las pérdidas) para cada país. Llegó a la conclusión de que, de los países de la zona del euro examinados, solo Alemania y los Países Bajos se beneficiaron del euro.

Alemania es, con diferencia, el país que más se benefició: casi 1,9 billones de euros entre 1999 y 2017. Esto supone alrededor de 23 000 euros por habitante.

En todos los demás países analizados, el euro provocó una caída de la prosperidad durante este periodo, sobre todo en Francia e Italia.

En Italia, la introducción del euro supuso una pérdida de prosperidad de alrededor de 74 000 euros per cápita, o 4,3 billones de euros para el conjunto de la economía, entre 1999 y 2017. En el caso de Francia, la pérdida durante el mismo periodo ascendió a casi 56 000 euros y 3,6 billones de euros, respectivamente.

Sin embargo, el euro no solo no promovió la convergencia económica, sino que, de hecho, frenó la convergencia de los ingresos observada en las décadas anteriores al Tratado de Maastricht.

En el período anterior a Maastricht, se produjo una convergencia constante de los ingresos entre los futuros países de la zona del euro. Sin embargo, contrariamente a lo esperado, la convergencia de los ingresos entre los países de la zona del euro se ralentizó después de Maastricht y, posteriormente, se detuvo.

La divergencia bajo la moneda única también se observó en otros ámbitos, como la productividad y las tasas de desempleo. En otras palabras, el euro promovió la divergencia en todos los ámbitos.

Más recientemente, esta tendencia a la divergencia ha persistido, aunque con los papeles invertidos: en 2024, economías periféricas como España, Portugal e incluso Grecia experimentaron niveles modestos de crecimiento, mientras que las mayores economías de la UE, Alemania y Francia, permanecieron estancadas.

La misma dinámica se observa entre los países que se incorporaron más tarde al euro: los países que se unieron a la zona del euro en 2007 o posteriormente experimentaron una convergencia continua en el período previo a su adhesión, y las diferencias de ingresos entre los «antiguos» y los «nuevos» miembros de la zona del euro se redujeron sustancialmente antes de la adhesión de estos últimos a la UE y a la zona del euro.

Sin embargo, la convergencia de estos países también se ha ralentizado desde la crisis financiera. Mientras tanto, los países que no se han incorporado a la zona del euro y que, aparentemente, no tienen planes de hacerlo a corto plazo —como la República Checa, Hungría y Polonia— han convergido de forma constante hacia los niveles de vida de las economías europeas con mayores ingresos.

La afirmación de que el euro promovería el desarrollo de cadenas de valor añadido en todo el mercado único tampoco se ha materializado. Cabe destacar que las cadenas de valor añadido más extensas de Alemania se desarrollaron con países no pertenecientes a la zona del euro, que experimentaron el crecimiento más rápido en el comercio con Alemania.

Un informe del BCE de 2014 sobre la participación en la cadena de valor mundial entre los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) y los países no pertenecientes a la OCDE refuerza estas conclusiones.

Entre los veinte países de la OCDE con mayor participación en la cadena de valor mundial, nueve estaban fuera de la zona del euro y/o de la UE, y no eran miembros de otras uniones monetarias o comerciales.

Igualmente, digno de mención es el hecho de que la tasa de participación de los países no pertenecientes a la OCDE, muchos de ellos clasificados como “en desarrollo”, fuera solo ligeramente inferior a la de las naciones más industrializadas.

Por último, ¿logró el euro su objetivo de convertirse en una alternativa creíble al dólar como moneda de reserva internacional? Las pruebas sugieren que no.

Contrariamente a las expectativas de poder monetario y prominencia de la moneda, la cuota de uso mundial del euro sigue siendo aproximadamente equivalente al uso combinado de las monedas nacionales a las que sustituyó antes de 1999.

En otras palabras, no se ha producido ninguna transformación significativa. Según informa el BCE, el euro solo representaba el 20,5 % de las reservas oficiales de divisas mundiales en 2022, frente al 58,4 % en dólares estadounidenses.

Esta limitación refleja tanto la naturaleza fragmentada de los mercados financieros de la zona del euro como el estancamiento general de la economía europea.

En resumen, si evaluamos el euro en función de sus principales objetivos declarados —impulsar el comercio intracomunitario, promover el crecimiento económico y el empleo, reducir las divergencias entre los Estados miembros, fomentar las cadenas de valor añadido y consolidarse como un competidor creíble del dólar como moneda de reserva internacional—, es evidente que no se ha logrado ninguno de ellos.

Por el contrario, la integración comercial no ha cumplido las expectativas, el crecimiento económico se ha estancado y, en lugar de fomentar la convergencia, el euro ha exacerbado la divergencia económica entre los Estados miembros, creando una dinámica de ganadores y perdedores en lugar de proporcionar beneficios equitativos. En general, el euro ha sido un fracaso absoluto.

Esto solo puede llevar a una conclusión: en la medida en que el euro es parte integrante del proyecto de la UE que abarca a la mayoría de los Estados miembros, su fracaso refleja un fracaso más amplio de la propia UE.

De hecho, el euro es un factor importante —aunque no exclusivo, como se verá— para explicar los decepcionantes resultados económicos de la UE.

Esto es especialmente cierto si se tiene en cuenta que el estancamiento del crecimiento del PIB y la productividad en toda la UE ha dado lugar a una falta generalizada de dinamismo y competitividad de la economía de la UE.

En su informe publicado el año pasado, Mario Draghi pintó un panorama desolador del estado de la economía europea. Según el informe, la UE está rindiendo por debajo de lo esperado en varios ámbitos clave en comparación con otras economías importantes, en particular Estados Unidos y China.

El informe destaca que la UE se enfrenta a una “brecha de innovación” persistente debido a una “estructura industrial estática, con pocas empresas nuevas que surjan para revolucionar las industrias existentes o desarrollar nuevos motores de crecimiento”, lo que limita la inversión en nuevos sectores tecnológicos en comparación con Estados Unidos, que ha fomentado sectores dinámicos como la inteligencia artificial y la computación en la nube.

En términos más generales, el estudio señala que la UE está atrapada en un ciclo de “bajo dinamismo industrial, baja innovación, baja inversión y bajo crecimiento de la productividad”.

El informe Draghi identifica varias causas de la falta estructural de competitividad de la UE, siendo una de las principales el déficit crónico de inversión productiva, tanto pública como privada, que ha creado una brecha de inversión persistente entre la UE y Estados Unidos, lo que ha agravado el lento crecimiento económico de la UE.

La UE se queda especialmente atrás en innovación y gasto en investigación y desarrollo (I+D), lo que limita su competitividad en los sectores de alta tecnología.

El gasto en I+D de la UE es inferior al de Estados Unidos y Japón, y pocos Estados miembros alcanzan el objetivo de la UE del 3 % del PIB para la inversión en I+D.

Pero el informe Draghi no explica adecuadamente por qué la UE no ha invertido en la economía. La razón es obvia: hacerlo habría significado admitir que la principal causa de la falta de inversión estructural de la UE es… la propia UE, y especialmente la moneda única.

En la segunda parte de este estudio analizaremos el euro como una camisa de fuerza económica y política, detallando cómo despoja a los Estados miembros de su soberanía monetaria sin mecanismos compensatorios adecuados. Se pondrán de relieve cuestiones estructurales, como la incapacidad para gestionar las crisis económicas y las crisis de deuda soberana, así como las implicaciones políticas del euro, en las que el Banco Central Europeo ejerce un poder desproporcionado sobre los gobiernos nacionales.

Traducción nuestra


*Thomas Fazi es escritor y traductor anglo-italiano. Principalmente ha escrito sobre economía, teoría política y asuntos europeos. Ha publicado los libros La batalla por Europa: cómo una élite secuestró un continente y cómo podemos recuperarlo (Pluto Press, 2014) y Reclamando el Estado: una visión progresiva de la soberanía para un mundo posneoliberal (co -escrito con Bill Mitchell; Pluto Press, 2017). Su sitio web es thomasfazi.net.

Fuente original: Thomas Fazi

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