Renato Velez.
Ilustración: The Cradle
08 de septiembre 2025.
Mientras Tel Aviv aprovecha el resurgimiento regional de las fuerzas antiimperialistas, su presencia en Argentina, Bolivia y Chile se enfrenta a una resistencia cada vez mayor por parte de movimientos decididos a expulsar al Estado ocupante de América Latina.
A medida que se intensifica la condena de los crímenes de guerra israelíes en todo el Sur Global, Tel Aviv se está moviendo rápidamente para asegurar puntos de apoyo en América Latina, concretamente en Argentina, Bolivia y Chile.
Se trata de ofensivas estratégicas —y no de misiones diplomáticas o iniciativas económicas— diseñadas para volver a afianzar al Estado ocupante en una región históricamente hostil a sus políticas de apartheid y prácticas coloniales.
La frontera americana de Tel Aviv
El avance de Israel se produce en medio de los escombros de la «marea rosa» de América Latina, una ola de gobiernos de centroizquierda y antiimperialistas que durante una década desafiaron el dominio de Estados Unidos y la economía neoliberal impuesta por Washington en todo el continente.
Algunos de esos gobiernos también anunciaron una era de intentos contrahegemónicos al fomentar la soberanía nacional y las relaciones Sur-Sur, encabezadas por el difunto presidente venezolano Hugo Chávez (1999-2013) y el expresidente brasileño Lula da Silva (2003-2011).
Aunque muchos de esos logros se revirtieron mediante golpes de Estado, chantajes económicos e intervenciones atlantistas que allanaron el camino para gobiernos conservadores alineados con Estados Unidos, las brasas de esa era se están reavivando.
Como han demostrado los recientes acontecimientos en Venezuela, con la aproximación de buques de guerra estadounidenses a sus costas caribeñas para, aparentemente, lanzar una operación de cambio de régimen disfrazada de lucha contra el “narcoterrorismo”, el Comando Sur de los Estados Unidos (SOUTHCOM) se ha rearmado para la confrontación, y el Eje de la Resistencia está ampliando su influencia más allá de Asia Occidental.
Tel Aviv entiende que el tiempo corre. Con la creciente solidaridad regional contra el imperialismo occidental, Israel se apresura a cerrar alianzas y pactos de defensa antes de que la próxima ruptura política lo excluya una vez más.
Al igual que en la época de las juntas militares de la Guerra Fría, Israel está aprovechando los cambios en la política latinoamericana, el crecimiento del sionismo cristiano entre los evangélicos locales y las intervenciones directas de Estados Unidos para proyectar su profundidad estratégica en las Américas.
Las próximas elecciones en Argentina, Bolivia y Chile serán decisivas en este juego.
Argentina: la embajada meridional del Estado ocupante
Argentina es un país construido gracias a la inmigración. A principios del siglo XX, recibió una gran afluencia de inmigrantes árabes procedentes del Imperio Otomano, en su mayoría cristianos sirios y libaneses; más tarde le siguieron oleadas más pequeñas de inmigrantes musulmanes.
También alberga una de las comunidades judías más grandes de América. En las últimas cuatro décadas, las relaciones de Argentina con Asia Occidental se han visto empañadas por dos atentados con bombas de gran repercusión: en 1992 contra la embajada israelí en Buenos Aires y en 1994 contra el centro comunitario judío AMIA.
La culpa de ambos incidentes ha sido atribuida repetidamente, sin pruebas definitivas, a Hezbolá e Irán por parte de funcionarios israelíes, estadounidenses y algunos argentinos.
Bajo el mandato del autoproclamado presidente “libertario” Javier Milei, Argentina se ha convertido en el aliado más ferviente de Tel Aviv en la región. Pero el apoyo de Milei a Israel no se basa en valores libertarios, que tradicionalmente enfatizan el no intervencionismo y el escepticismo hacia las implicaciones extranjeras.
Más bien, el suyo es un sionismo mesiánico y evangélico que presenta a Argentina e Israel como administradores conjuntos de la civilización “judeocristiana”.
El ascenso político de Milei ha sido financiado por figuras como el prominente empresario Eduardo Elsztain y se ha caracterizado por un fervor religioso manifiesto, incluida su afiliación al movimiento ultraortodoxo Chabad-Lubavitch.
Su Gobierno ya ha comenzado a vender activos estatales, lo que abre la puerta a que empresas israelíes como Mekorot tomen el control de infraestructuras críticas con el pretexto de la “eficiencia”.
Aunque Mekorot niega que vaya a privatizar la empresa argentina de agua AySA, ha aceptado abiertamente ‘asesorar’ sobre sus operaciones. La ministra del Interior argentina, Patricia Bullrich, una veterana halcón proisraelí, ha reavivado las desacreditadas narrativas sobre la supuesta presencia de Hezbolá en la zona de la Triple Frontera para justificar la profundización de la cooperación de seguridad israelí contra las “actividades terroristas”.
Los acuerdos armamentísticos anteriores de Bullrich con Israel incluyen drones, radares y lanchas artilladas, y su círculo está profundamente arraigado en las redes de presión israelíes.
A finales de junio, pocos días antes de la escalada militar directa de Tel Aviv contra Irán, Milei visitó al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y firmó un memorando de entendimiento (MoU) sobre “terrorismo” y “antisemitismo”.
Durante su discurso, Milei afirmó en un lenguaje marcadamente mesiánico que Argentina e Israel eran “faros de luz” en un mundo gobernado por la oscuridad.
Milei incluso propuso la creación de la “American Friends of the Isaac Accords (AFOIA)”, una plataforma para promover los lazos con Israel en toda América Latina.
También acogió abiertamente el ataque israelí-estadounidense contra Irán, declarando en una entrevista que la República Islámica es “un enemigo” de Argentina.
Teherán tomó nota de la observación en su denuncia formal ante la ONU, advirtiendo que esa retórica corría el riesgo de involucrar a Buenos Aires en una confrontación totalmente ajena a sus intereses nacionales.
Las figuras de la oposición argentina también condenaron las declaraciones de Milei por considerarlas imprudentes y peligrosamente subordinadas a una agenda extranjera.
Pero la supervivencia política de Milei es incierta. Con la economía en caída libre, el inicio de investigaciones por corrupción y las elecciones legislativas de octubre a la vuelta de la esquina, Argentina podría ser pronto testigo del colapso de Milei y, con él, del puesto avanzado estratégico de Tel Aviv.
Bolivia: ¿De la solidaridad a la sumisión?
Los últimos seis años han sido una espiral descendente para la política boliviana. Tras el golpe de Estado de 2019 que derrocó al expresidente Evo Morales, el país ha sufrido una inestabilidad política crónica, que también ha afectado a la política exterior. La Bolivia de Morales era un símbolo de la resistencia continental.
Su decisión de romper relaciones con Tel Aviv, la expulsión del embajador israelí en 2009 y la denuncia de Israel como “Estado terrorista” en 2014 enviaron un mensaje claro. Morales alineó a Bolivia con la ALBA y el BRICS+, y forjó nuevas alianzas con Irán, Rusia y China.
El golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en 2019 que instaló a la expresidenta Jeanine Áñez (2019-2020) revirtió estos logros. Su Gobierno no solo restableció las relaciones con Israel, sino que solicitó su ayuda para reprimir las protestas lideradas por los indígenas, elogiando la “experiencia” del Estado ocupante en el trato con “terroristas”.
Esta posición de principios se revirtió rápidamente con el golpe de Estado de 2019, liderado por fundamentalistas cristianos proestadounidenses. El gobierno de facto de Jeanine Áñez restableció las relaciones diplomáticas plenas con Israel, y su ministro del Interior, Arturo Murillo, incluso invitó a Israel a ayudar a crear las nuevas fuerzas antiterroristas de Bolivia, declarando: “Están acostumbrados a lidiar con terroristas. Saben cómo manejarlos”.
Cuando la coalición de izquierda volvió al poder en 2020, con el ministro de Finanzas de Morales, Luis Arce, ahora como presidente, Bolivia restableció parte de la orientación de la política exterior de Morales, incluido un pacto de defensa con Irán (que insinuaba la posibilidad de que Bolivia adquiriera drones iraníes de última generación) y la eventual ruptura de relaciones con Israel tras su ofensiva en Gaza en 2023; las fracturas internas han debilitado al partido gobernante MAS (Movimiento al Socialismo).
La primera vuelta de las elecciones presidenciales de este mes terminó en desastre para la izquierda, ya que ningún candidato del MAS pasó a la segunda vuelta.
La contienda se librará ahora entre el centrista Rodrigo Paz y el ultraderechista Tuto Quiroga, ambos firmemente proestadounidenses y propensos a restablecer los lazos militares y de inteligencia con Tel Aviv.
La victoria de cualquiera de los dos marcará el fin de la política exterior antiimperialista de Bolivia y le dará a Tel Aviv otro punto de apoyo en los Andes.
Chile: ¿el último bastión de la resistencia?
Con la mayor diáspora palestina fuera del mundo árabe, Chile ha sido un nodo clave en la resistencia a la normalización israelí. El presidente saliente de Chile, Gabriel Boric, se enfrentó públicamente al embajador israelí Gil Artzyeli, quien atacó agresivamente a las voces pro palestinas en la sociedad civil y la política chilena.
La administración de Boric tomó medidas concretas para romper relaciones. Copatrocinó procedimientos por genocidio contra Israel en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y la Corte Penal Internacional (CPI), prohibió la participación de empresas armamentísticas israelíes en la feria aeronáutica FIDAE y comenzó a desmantelar décadas de cooperación en materia de defensa.
En marzo, Chile retiró a su agregado militar de Tel Aviv y expresó su apoyo a un embargo de armas, y los funcionarios consideraron abiertamente a Turquía como proveedor sustituto.
Aun así, muchos activistas chilenos criticaron a Boric por negarse a romper completamente las relaciones diplomáticas. Ahora, con las elecciones de noviembre a la vuelta de la esquina, esos logros podrían quedar anulados.
Al igual que en los casos de Argentina y Bolivia, es probable que la próxima administración chilena esté encabezada por conservadores proisraelíes.
Las fuerzas de la oposición de derecha criticaron la mayoría de las decisiones de Boric con respecto a Israel, alegando que perder un “socio estratégico” como este podría poner en peligro la seguridad nacional de Chile.
El candidato de extrema derecha José Antonio Kast, aliado cercano de Milei y favorito del bando de Trump, lidera las encuestas. Una de sus fuerzas aliadas, el Partido Socialcristiano, está compuesto por defensores acérrimos del sionismo cristiano.
Kast ha llenado las listas de su partido con exmilitares alineados con el establishment militar chileno de la era Pinochet, que mantenía fuertes lazos con Israel.
Si sale elegido, es casi seguro que Kast revertirá las políticas de Boric. Sus aliados ya han señalado sus planes de criminalizar el activismo pro palestino con el pretexto de combatir el “antisemitismo”, haciéndose eco de las recientes acusaciones de la Liga Antidifamación (ADL) de que Chile es “el país más antisemita” de América Latina.
El Departamento de Estado de EE. UU. también ha expresado preocupaciones similares. Aún más inquietante es que se están llevando a cabo conversaciones para designar formalmente a Hezbolá como grupo terrorista en Chile, siguiendo los pasos recientes de Argentina. En abril, Patricia Bullrich viajó a Santiago para defender esta agenda.
Argentina se ha convertido en la base avanzada de Tel Aviv, Bolivia se enfrenta a la perspectiva de un cambio de rumbo y Chile podría seguir pronto sus pasos.
Lo que ocurra en estos tres Estados determinará si el Estado ocupante consolida una presencia duradera en América Latina o si una resistencia continental resurgente cierra la puerta a sus ambiciones.
Traducción nuestra
*Renato Vélez es un analista internacional con sede en Chile. Tiene un doctorado en Estudios Americanos y un máster en Estudios Internacionales.
Fuente original: The Cradle
