Ricardo Martins.
Foto: El ministro de Asuntos Exteriores de los Países Bajos, Caspar Veldkamp, presentó su renuncia como señal de protesta ante la negativa del gobierno neerlandés de aplicar sanciones contra Israel debido a sus prácticas inhumanas y la guerra de exterminio llevada a cabo en la Franja de Gaza.
29 de agosto 2025.
La dimisión del ministro de Asuntos Exteriores neerlandés por el genocidio de Gaza pone de manifiesto la parálisis moral de Europa y destaca el poder de la conciencia frente a la complicidad en el genocidio.
Una grieta en el muro de silencio e inacción de Europa
El viernes ocurrió algo extraordinario en Europa, algo casi impensable dentro de la Comisión Europea o al otro lado del Atlántico. Caspar Veldkamp, ministro de Asuntos Exteriores neerlandés, dimitió de su cargo antes que seguir sirviendo en un Gobierno que se negaba a sancionar a Israel por los crímenes de guerra cometidos en Gaza y Cisjordania.
En cuestión de horas, todo su partido, el Nuevo Contrato Social (NSC), incluido el viceprimer ministro Eddy van Hijum, los ministros del Interior y de Educación, el ministro de Sanidad y varios secretarios de Estado, le siguieron fuera de la frágil coalición.
No se trataba de un gesto simbólico. Veldkamp no es un diputado desconocido, sino un diplomático experimentado, antiguo embajador en Israel. Pocos europeos conocen Israel más íntimamente que él.
Fue testigo del sistema de apartheid desde dentro y ahora del genocidio en Gaza, mientras la comunidad internacional permanece paralizada, salvo por algunas palabras de condena. Ante un gabinete reacio a actuar, eligió la conciencia por encima de la complicidad.
Esta historia no trata solo de la política neerlandesa. Trata de las grietas que se están formando en la defensa incondicional de Israel por parte de Occidente
Al explicar su decisión, Veldkamp dijo a los periodistas:
Sentí resistencia en el gabinete contra más medidas como resultado de lo que está sucediendo en la ciudad de Gaza y en la Cisjordania ocupada… Vi esfuerzos por llegar a un acuerdo, pero al final las concesiones fueron insuficientes… Tengo muy poca confianza en que en las próximas semanas y meses pueda actuar de manera responsable si se me impide aplicar la política que considero necesaria.
Un ministro de Asuntos Exteriores europeo en activo dimitió, alegando que ya no podía actuar “responsablemente” mientras la hambruna asolaba Gaza. Se trata de un terremoto político.
Por qué es importante
La dimisión de Veldkamp es importante por tres razones.
En primer lugar, pone al descubierto lo que muchos en el poder han tratado de ocultar: los gobiernos occidentales saben lo que está haciendo Israel. Saben que viola abiertamente el derecho internacional.
Y, sin embargo, sucumben a la presión y optan por la parálisis, o incluso por una falsa neutralidad. La ruptura de Veldkamp hace explícita esa complicidad.
En segundo lugar, su carrera lo convierte en un testigo devastador. No era enemigo de Israel, sino su embajador, su socio, su amigo. Si incluso él dimite, eso indica la bancarrota moral de la posición de Europa.
Y en tercer lugar, no fue solo la decisión de un hombre. Fue todo un partido el que se retiró del Gobierno, desestabilizando una coalición provisional ya debilitada.
El genocidio de Gaza ya no es solo una catástrofe humanitaria en el extranjero. Está sacudiendo la política europea en casa.
El desencadenante inmediato: boicots, armas y hambruna
La dimisión se produjo a raíz de un debate en el gabinete sobre el boicot a los productos procedentes de los asentamientos ilegales de Israel en Cisjordania.
Veldkamp presionó con fuerza, argumentando que los Países Bajos no podían condenar los asentamientos y seguir importando sus productos. Pero sus socios de coalición —el partido de centro-derecha VVD y el populista Movimiento de Agricultores y Ciudadanos— le bloquearon, insistiendo en que dicho boicot solo debía llevarse a cabo “a nivel europeo”. Otros se opusieron rotundamente a cualquier nueva medida.
El día anterior, el Parlamento también había rechazado una moción para detener la venta de armas vinculadas a Israel al ejército neerlandés.
Incluso ante el genocidio, incluso en la semana en que expertos respaldados por la ONU declararon oficialmente la hambruna en Gaza, el Gobierno de Veldkamp, liderado por Dick Schoof, se negó a actuar. Para él, eso cruzaba una línea moral.
El momento es importante. Su dimisión coincidió precisamente con la declaración de la hambruna, una de las cuatro únicas hambrunas reconocidas oficialmente en dos décadas. Niños esqueléticos, madres incapaces de amamantar, familias luchando por las migajas. Esta hambruna no es un desastre natural. Ha sido provocada deliberadamente por Israel.
Cuando Veldkamp dijo que era “insuficientemente capaz de tomar medidas adicionales significativas», se refería a la hambruna y la inanición masiva. Su gabinete se negó a considerar el hambre deliberada de los palestinos como motivo suficiente para actuar. Así que se marchó.
La sombra de La Haya
Aquí hay una hipocresía aún más profunda. Los Países Bajos acogen la Corte Penal Internacional en La Haya. Se supone que es allí donde se aplica la justicia global.
También es la ciudad donde 150 000 ciudadanos neerlandeses se manifestaron en junio —la mayor protesta en dos décadas— para exigir sanciones y responsabilidades.
El contraste es brutal: un gobierno en La Haya que se niega a sancionar el genocidio mientras su pueblo llena las calles, mientras que el tribunal más importante del mundo se encuentra a solo unas manzanas de distancia.
La CPI investiga genocidios en otros lugares: Darfur, Myanmar y Sudán del Sur. Pero cuando el genocidio lo comete Israel, respaldado por Estados Unidos, Alemania y otros socios europeos, Europa se paraliza.
La dimisión de Veldkamp pone de manifiesto esa contradicción. El Gobierno neerlandés se sitúa ahora, junto con Berlín y Washington, en el lado equivocado de la historia, cómplice de crímenes contra la humanidad mientras predica el derecho internacional.
Presión desde abajo
Las protestas fueron importantes. El propio Veldkamp reconoció que las demandas de los ciudadanos para que se tomaran medidas influyeron en su decisión. Alrededor de 150 000 personas se manifestaron en La Haya, la mayor movilización desde la guerra de Irak. Eso fue importante. Demostró a los políticos que el silencio no es gratuito.
Esta es la lección: las protestas no siempre pueden detener las bombas, pero pueden romper los muros de la complicidad. Pueden hacer que los ministros dimitan.
La parálisis geopolítica de Europa
Mientras tanto, Europa en su conjunto sigue paralizada. Ursula von der Leyen, anteriormente Olaf Scholz y ahora Friedrich Merz, redoblan su apuesta por “el derecho de Israel a defenderse”, incluso después de que más de 60 000 palestinos hayan muerto y se haya declarado oficialmente la hambruna.
Los socios de la coalición en los Países Bajos —VVD y BBB— bloquearon las sanciones, negándose incluso a boicotear los productos de los asentamientos.
Esto no es neutralidad. Es una obstrucción a una acción contra el apartheid y el genocidio.
Y es una prueba de la impotencia de Europa. La UE, que en su día se autoproclamó “potencia normativa y moral”, se muestra ahora incapaz de defender las normas que consagra en su legislación.
Compárese con Estados Unidos
Al otro lado del Atlántico, el silencio es aún más profundo. El Congreso sigue autorizando miles de millones en ayuda militar a Israel, bloquea las resoluciones de alto el fuego en la ONU y recibe a Netanyahu como un invitado de honor.
Donald Trump promete ir más allá, alardeando de que dejaría que Israel “terminara el trabajo”.
Ningún ministro del gabinete estadounidense ha dimitido. Ningún miembro del Congreso ha dicho lo que dijo Veldkamp: que no pueden actuar de forma responsable en tales condiciones. El silencio en Washington es bipartidista y total.
Europa no es mejor, pero ahora las grietas son visibles. Y esas grietas importan.
Un exembajador rompe filas
No hay que subestimar el poder simbólico de esta ruptura. Veldkamp fue embajador en Israel. Conoce a la perfección su sistema: el apartheid, los asentamientos, la ley supremacista de 2018 que declara a Israel “Estado-nación judío”. No se le puede tachar de ingenuo o antisemita.
Al dimitir, se lleva consigo esa credibilidad, dejando a su Gobierno expuesto, desacreditado, moralmente en bancarrota y alineado con los partidarios del genocidio.
También deja a Europa humillada: los Países Bajos, sede de la CPI, son ahora cómplices de los mismos crímenes para juzgar los cuales se crearon sus instituciones.
La lección de la historia
Las dimisiones por las acciones de Israel son casi inauditas en Europa. Condenas, sí. Mociones simbólicas, sí. ¿Pero ministros que sacrifican su cargo? Rara vez. Por eso este momento pertenece a la historia.
Dentro de unos años, cuando se recuerde la hambruna de Gaza, cuando los historiadores cuenten los muertos, también se preguntarán: “¿Quién habló? ¿Quién dimitió? ¿Quién se negó a ser cómplice?”. El nombre de Caspar Veldkamp estará entre las respuestas.
¿Conciencia o complicidad?
Esta historia no trata solo de la política neerlandesa. Trata de las grietas que se están formando en la defensa incondicional de Israel por parte de Occidente. Trata de cómo la hambruna y el apartheid, antes negados, ahora están desestabilizando a los gobiernos europeos y su credibilidad. Trata del poder de la protesta para imponer límites morales.
Veldkamp lo dijo claramente: Israel está violando el derecho internacional. Su gobierno se negó a actuar. Por eso, él se fue.
Ahora la elección es nuestra: conciencia o complicidad. ¿Qué queremos que lean nuestros hijos, nietos y alumnos sobre nosotros en los libros de historia?
Traducción nuestra
*Ricardo Martins, doctor en Sociología, especializado en Relaciones Internacionales y Geopolítica
Fuente original: New Eastern Outlook
