Roberto Iannuzzi.
Foto: Bombardeo israelí sobre Teherán (Mehr News Agency, CC BY 4.0)
16 de junio 2025.
Presionado por Israel y el «partido intervencionista», Trump podría acabar desencadenando en Oriente Medio una guerra regional con consecuencias imprevisibles.
La guerra iniciada por Israel contra Irán en las primeras horas del 13 de junio era, en muchos sentidos, anunciada. Al día siguiente del ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, declaró que Tel Aviv “cambiaría Oriente Medio”.
El Gobierno israelí aprovechó ese sangriento acontecimiento para asestar duros golpes a sus adversarios regionales reunidos en el llamado “Eje de la Resistencia” proiraní.
Gaza, el enclave palestino controlado por Hamás, fue arrasada. Una violenta campaña de bombardeos en el Líbano provocó la decapitación del liderazgo de Hezbolá en el Líbano y la muerte de su secretario general, Hassan Nasrallah.
Tras la caída del presidente sirio Bashar al-Assad en Siria, Israel desmanteló las infraestructuras militares del país con una serie de ataques aéreos. Dominando ya los cielos sirios y con el espacio aéreo iraquí controlado por su aliado estadounidense, Israel tenía el camino libre hacia Irán.
A raíz de esos acontecimientos, en diciembre de 2024 escribí que:
para el Gobierno de Netanyahu, el trofeo final sigue siendo Irán, que ha quedado más aislado tras el debilitamiento del eje de la resistencia.
En vísperas del alto el fuego en el Líbano, el primer ministro israelí había declarado que aceptaba el acuerdo por tres razones: reabastecer los arsenales israelíes, ahora vacíos, aumentar la presión sobre Hamás y centrarse en Irán.
En la prensa israelí se han multiplicado los artículos que hablan de una “ventana de oportunidad” para atacar las instalaciones nucleares iraníes, dada la debilidad en la que se encontraría Teherán.
La tesis es que Irán, aislado a nivel regional, podría aspirar a construir el arma atómica si no se destruyen sus instalaciones nucleares. Por ello, la fuerza aérea israelí se estaría preparando para un posible ataque.
La eliminación de las defensas aéreas sirias ofrece a Israel un corredor seguro para llegar a la frontera iraní a través de Irak, cuyo espacio aéreo está controlado por su aliado estadounidense.
Lo ideal para Tel Aviv sería involucrar a Washington en la operación.
Fuentes israelíes confirman que se estaba preparando una acción militar contra Irán desde hacía años, pero que los preparativos se han intensificado en los últimos ocho meses.
El programa nuclear iraní como pretexto
El Gobierno de Netanyahu ha justificado el ataque afirmando que no había otra opción para impedir que Irán se hiciera con el arma atómica.
El régimen iraní ha trabajado durante décadas para conseguir un arma nuclear. El mundo ha intentado todas las vías diplomáticas posibles para impedirlo, pero el régimen se ha negado a detenerse, afirmó un comunicado del ejército israelí.
Estas afirmaciones no se corresponden con la realidad. Paradójicamente, el programa nuclear iraní se inició gracias a los estadounidenses bajo el sha Mohammad Reza Pahlavi. Tras la revolución islámica de 1979, el ayatolá Jomeini, contrario a la energía nuclear, no reactivó el programa.
Sin embargo, tras la traumática experiencia de la guerra entre Irán e Irak, que se prolongó desde 1980 hasta 1988, los dirigentes iraníes decidieron reanudar las actividades de investigación nuclear, incluidos los posibles usos militares.
Tras ser descubierto por Occidente, el programa nuclear militar fue suspendido en 2003 y, según estimaciones de los servicios de inteligencia estadounidenses, no se ha reanudado desde entonces.
A día de hoy, Irán es parte del Tratado de No Proliferación (TNP). En 2015, Teherán firmó un acuerdo nuclear con la administración Obama. Este imponía un régimen aún más estricto de vigilancia y contención de las actividades nucleares iraníes a cambio de la retirada de las sanciones internacionales contra Irán.
Tanto según la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) como según la inteligencia estadounidense, Irán ha respetado los términos de ese acuerdo (aunque los Estados Unidos no lo han hecho, ya que solo han levantado parcialmente las sanciones contra Teherán).
Fue Donald Trump quien, en 2018 (durante su primer mandato), se retiró unilateralmente del acuerdo y volvió a imponer las sanciones estadounidenses con toda su fuerza, a pesar de que Teherán había cumplido el acuerdo.
Adoptando una estrategia de “paciencia estratégica”, Irán siguió respetando los términos del acuerdo hasta marzo de 2019, a pesar de la decisión unilateral de Trump de romperlo.
Sin embargo, la falta de fiabilidad occidental ha empujado progresivamente a Irán a adoptar posiciones más intransigentes, lo que le ha llevado a desarrollar su propio programa de enriquecimiento de uranio y a reducir su cooperación con el OIEA.
La capacidad de enriquecer uranio en su propio territorio garantiza a Irán un programa nuclear civil totalmente independiente y no sujeto al chantaje occidental, pero también la posibilidad de crear su propio poder de negociación.
El TNP no prohíbe las actividades de enriquecimiento de uranio, y existen otros países (Alemania, Holanda, Japón, Brasil) que no poseen armas atómicas y que tienen un programa nuclear civil acompañado de instalaciones de enriquecimiento en su territorio.
Sin embargo, Irán ha llegado a enriquecer uranio hasta un 60 %, muy por encima del umbral del 3-5 % que suele ser necesario para alimentar un programa nuclear civil, con el objetivo de obligar a Estados Unidos a volver a la mesa de negociaciones.
Teherán ha reiterado en varias ocasiones su disposición a someterse a los controles de la AIEA y a limitar el nivel de enriquecimiento de uranio si se levantan las sanciones en su contra. Como ya se ha mencionado, entre 2015 y 2019, Irán demostró que cumplía sus compromisos.
Sin embargo, en los días previos al ataque israelí se produjo un endurecimiento de las posiciones de Gran Bretaña, Francia y Alemania hacia Irán, que culminó con una condena de la AIEA contra Teherán por incumplimiento de sus obligaciones en el marco del TNP.
Esto proporcionó a Netanyahu un pretexto adicional para afirmar que Irán había dado “pasos sin precedentes” para construir un arma atómica.
Sin embargo, las más recientes evaluaciones de la inteligencia estadounidense siguen afirmando que “Irán no está construyendo un arma nuclear” y que, “a pesar de las presiones” en este sentido, el programa nuclear militar no se ha reactivado.
Cabe recordar también que, mientras que Israel lleva desde los años noventa del siglo pasado lanzando repetidas alarmas sobre la ‘inminente’ construcción de un arma atómica por parte de Irán (algo que hasta ahora nunca ha ocurrido), el Estado hebreo tiene su propio programa nuclear militar no declarado, posee decenas de armas nucleares y nunca se ha adherido al TNP.
Objetivo: cambio de régimen en Teherán
El ataque militar israelí contra Irán es, por lo tanto, injustificado e ilegal según el derecho internacional, ya que no está motivado por ninguna amenaza inminente por parte de Irán.
Añade otra pieza al proceso de erosión de la legalidad internacional, que ha sufrido una dramática aceleración con la operación de exterminio llevada a cabo por Israel en Gaza.
Además, el objetivo de la agresión israelí no se limita a la destrucción de las instalaciones nucleares iraníes. Además de atacar estas instalaciones y asesinar a numerosos científicos nucleares, Israel ha decapitado literalmente, con bombardeos selectivos, a los altos mandos militares del país.
Los bombardeos israelíes también han dejado al borde de la muerte a Ali Shamkhani, figura cercana al líder supremo Alí Jamenei y hombre clave en las negociaciones nucleares en curso con la administración Trump (estaba prevista una nueva reunión entre las delegaciones de Estados Unidos e Irán en Omán dos días después).
La operación militar israelí ha sido significativamente denominada “Rising Lion” (León en ascenso) por el Gobierno de Netanyahu. El nombre está tomado de un versículo de la Biblia:
He aquí un pueblo que se levanta como una leona y se yergue como un león; no se acurruca hasta haber devorado la presa y bebido la sangre de los muertos (Números 23, 24).
Pero el león es también el símbolo tradicional de Irán, que figuraba en la bandera del país antes del advenimiento de la República Islámica.
Netanyahu acompañó la operación con un llamamiento en el que se dirigió al pueblo iraní afirmando:
Nuestra batalla no es contra ustedes. Nuestra batalla es contra la brutal dictadura que los ha oprimido durante 46 años. Creo que el día de su liberación está cerca.
Mientras tanto, los misiles israelíes golpeaban ciudades iraníes causando cientos de víctimas civiles.
Varios expertos estadounidenses coinciden en que el verdadero objetivo del ataque israelí es un cambio de régimen en Teherán.
Según fuentes estadounidenses citadas por Associated Press, el Gobierno de Netanyahu incluso habría presentado a la Administración Trump un plan para asesinar al Guia Supremo Ali Jamenei. Trump habría vetado la operación.
Trump e Israel
La cuestión plantea otro tema extremadamente controvertido, el de la relación entre Tel Aviv y Washington en la planificación y gestión de la operación militar en curso.
Fuentes israelíes han afirmado que, aunque públicamente la Casa Blanca se había opuesto a un ataque militar israelí contra Irán, en secreto no solo habría dado luz verde a la operación, sino que habría colaborado en su planificación.
El objetivo habría sido engañar a Irán, haciendo creer a los líderes políticos, militares y científicos del país que, mientras Estados Unidos estuviera dispuesto a negociar, no habría ningún ataque y, por lo tanto, no había necesidad de esconderse en lugares protegidos y secretos.
Sin embargo, antes de aceptar plenamente esta tesis, hay que recordar que los dirigentes israelíes siempre han tratado de involucrar directamente a Estados Unidos en un posible ataque contra Irán, ya que por sí solos no disponen de la capacidad militar necesaria para destruir las instalaciones nucleares iraníes y obtener una victoria decisiva contra Teherán.
Netanyahu se vio sorprendido en los últimos meses por la decisión de Trump de intentar la vía negociadora con Irán, y se ha esforzado continuamente por empujar a los negociadores estadounidenses hacia posiciones extremistas para favorecer el fracaso de las negociaciones.
David Barnea, jefe del Mossad, y Ron Dermer, ministro israelí de Asuntos Estratégicos y hombre de confianza de Netanyahu, han seguido de cerca al enviado especial de Trump, Steve Witkoff, en todas las etapas de las negociaciones con Teherán.
Este último pasó de una posición inicial pragmática, que permitía a Irán un programa limitado de enriquecimiento de uranio bajo un estricto régimen de vigilancia, a una intransigente, que exigía el desmantelamiento de las instalaciones de enriquecimiento iraníes, una petición inaceptable para Teherán.
Esto llevó las negociaciones al borde del fracaso, aunque se había acordado una sesión de conversaciones para el domingo 15 de junio en Omán. Pero ya el 9 de junio Israel había decidido pasar a la acción.
Dos días después, el secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, declaró ante el Congreso que había ‘señales’ de que Irán estaba procediendo a la militarización de su programa nuclear.
Las presiones sobre la Casa Blanca también procedían de las altas esferas militares. El general Michael ‘Erik’ Kurilla, comandante del Mando Central de Estados Unidos responsable de la región de Oriente Medio, había presentado a Trump numerosas opciones para atacar Irán en caso de que fracasaran las negociaciones.
Poco después, el Departamento de Estado comenzó a evacuar parte de su personal diplomático de Irak y otros países de la región.
Trump había declarado a la prensa que las evacuaciones eran necesarias porque Oriente Medio “podría ser un lugar peligroso, y ya veremos qué pasa”.
Inmediatamente después del ataque israelí, la Casa Blanca negó cualquier implicación directa, pero Trump afirmó (de forma bastante poco realista) que el golpe asestado por Israel podría favorecer el alcance de un acuerdo sobre el programa nuclear iraní.
Los responsables de la Casa Blanca volvieron a rectificar diciendo que Trump se había opuesto a un ataque mientras las negociaciones aún estaban en curso.
Prevalece el “partido de la guerra”
Por lo tanto, no se puede descartar que Trump haya sido empujado a ceder a las presiones de miembros de su propia administración, de los círculos de inteligencia y del Pentágono, así como de miembros del Congreso, del lobby neoconservador y del israelí.
En cualquier caso, es imposible que Estados Unidos no supiera del inminente ataque israelí, aunque solo fuera porque los aviones de Tel Aviv operaron desde el espacio aéreo iraquí bajo control estadounidense.
Al “partido de la guerra” transversal que apoyó la intervención israelí hay que añadir el Gobierno de Londres, que podría haber proporcionado información de inteligencia y que sin duda aseguró el apoyo logístico a la acción militar israelí en los primeros días de la operación.
En este contexto, la posición del presidente estadounidense se vuelve difícil. Inicialmente, reiteró que no tenía intención de involucrarse en la operación militar israelí. Pero desde Tel Aviv llegan presiones crecientes para que Washington entre directamente en el campo de batalla junto a Israel.
Estas presiones podrían verse reforzadas por el apoyo del mencionado “partido de la guerra” que se ha afianzado en Estados Unidos y en países aliados como Gran Bretaña.
Israel no es capaz de destruir instalaciones nucleares iraníes fortificadas como la de Fordow, protegida a cientos de metros bajo tierra, y necesita los bombarderos y las bombas “bunker buster” de los Estados Unidos para poder llevar a cabo la operación.
Mientras tanto, los recursos navales y los sistemas de defensa aérea estadounidenses en la región de Oriente Medio ya han tenido que intervenir para ayudar a Israel a defenderse de los misiles iraníes que han caído violentamente sobre el país.
Pero una intervención militar estadounidense junto a Israel expondría las bases estadounidenses en la región a los misiles de Teherán, con el riesgo de incendiar todo Oriente Medio.
Además, en su país, Trump tiene que lidiar con el malestar del movimiento MAGA (Make America Great Again), totalmente contrario a la perspectiva de que Estados Unidos se vea envuelto en otro conflicto en Oriente Medio.
Sin duda, el aventurerismo de Netanyahu (y de otros) ha sumido a Israel y a Estados Unidos en un rompecabezas estratégico difícil de resolver y extremadamente peligroso para la estabilidad mundial.
La perspectiva de derrocar al Gobierno de Teherán, considerado en Occidente como el eslabón débil de un frente antioccidental que también incluye a Rusia, China y Corea del Norte, atrae a muchos miembros del mencionado partido intervencionista.
Pero una guerra regional en Oriente Medio podría ser imposible de ganar y abriría escenarios impredecibles.
Traducción nuestra
*Roberto Iannuzzi es analista independiente especializado en Política Internacional, mundo multipolar y (des)orden global, crisis de la democracia, biopolítica y «pandemia new normal».
Fuente original: Intelligence for the people
