SE ESTÁ JUGANDO UNA GIGANTESCA PARTIDA DE AJEDREZ ENTRE ESTADOS UNIDOS, RUSIA E IRÁN. Roberto Iannuzzi.

Roberto Iannuzzi.

Ilustración: OTL

25 de abril 2025.

Las negociaciones sobre Ucrania y el programa nuclear iraní forman parte de una batalla más amplia por la redefinición del equilibrio mundial. Moscú y Teherán son plenamente conscientes de lo que está en juego.


En medio de continuos giros inesperados, desmentidos, declaraciones contradictorias, acusaciones y contraacusaciones, finalmente han surgido los contornos generales del plan de paz que la administración Trump ofrece a Kiev y Moscú.

Mientras tanto, el enviado especial del presidente estadounidense, Steve Witkoff, además de desempeñar un papel de primer plano en las negociaciones con Rusia, está inmerso en otra negociación crucial y llena de incógnitas con Irán.

No es exagerado decir que del resultado de ambas negociaciones depende en gran medida el equilibrio mundial y la paz en dos regiones estratégicas como Europa y Oriente Medio.

Además, existe un vínculo entre las dos partidas diplomáticas, aunque se jueguen en tableros diferentes.

Ambas forman parte del (desesperado) intento de Washington por preservar un papel hegemónico, aunque reducido en comparación con el de la desaparecida era unipolar estadounidense, en un mundo cada vez más claramente multipolar.

Ambigüedad e incertidumbres del plan Trump

Queda por demostrar que el plan de paz estadounidense para resolver el conflicto ucraniano resulte atractivo para siquiera uno de los contendientes. Exige concesiones dolorosas a ambas partes y ya ha sido calificado de inaceptable por el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky.

Pero, sobre todo, el plan parece ir en dirección a una congelación del conflicto, y no a la eliminación de las causas que lo provocaron.

En concreto, por lo tanto, podría resultar inadmisible incluso para Moscú, aunque los negociadores rusos, más diplomáticos que los ucranianos, han evitado por ahora pronunciarse.

La propuesta de la administración Trump prevé:

1) El reconocimiento “de iure” por parte de Estados Unidos de la anexión rusa de Crimea;

2) El reconocimiento de facto de la anexión rusa de las cuatro provincias de Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporizhia;

3) La promesa de que Ucrania no se adherirá a la OTAN (aunque podrá convertirse en miembro de la Unión Europea);

4) La derogación de las sanciones impuestas a Rusia desde 2014;

5) La devolución a Ucrania de la pequeña porción de la región de Járkov actualmente ocupada por Rusia;

6) “Garantías de seguridad” para Kiev, sin definir con mayor precisión;

7) Asistencia a Ucrania para la reconstrucción (también en este caso definida en términos vagos);

8) un acuerdo para la cooperación conjunta entre Kiev y Washington en la explotación de los recursos mineros y energéticos ucranianos;

9) la central nuclear de Zaporizhzhia, actualmente bajo control ruso, se consideraría territorio ucraniano, pero sería gestionada por los EE. UU.; la electricidad producida se suministraría tanto a Ucrania como a Rusia;

10) Una cooperación económica reforzada entre Washington y Moscú, especialmente en el sector energético y de las materias primas.

El aspecto problemático del plan es que Estados Unidos guarda silencio sobre los derechos de los rusoparlantes en territorio ucraniano, no propone un límite al tamaño de las fuerzas armadas ucranianas y no excluye el envío de ayuda militar occidental a Kiev ni el despliegue (por improbable que sea) de tropas europeas en suelo ucraniano, elementos todos ellos a los que Moscú se ha opuesto.

El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, ha afirmado que “toda nación soberana en la tierra tiene derecho a defenderse” y que, por lo tanto, Ucrania también tendrá derecho a hacerlo, si es necesario, mediante “cualquier acuerdo bilateral con diferentes países”.

Algunas de estas cuestiones deberán aclararse en futuras negociaciones entre Ucrania, Rusia y otros países europeos, una vez que se haya alcanzado un acuerdo marco y un alto el fuego (algo que no es nada seguro).

Como se ha mencionado, entre estas cuestiones se encuentra la propuesta de enviar a Ucrania una fuerza europea de “reaseguro”, compuesta por unos 30 000 hombres, por parte de la denominada “coalición de países dispuestos” liderada por Francia y Gran Bretaña, una hipótesis que Rusia siempre ha rechazado.

Además, no es en absoluto seguro que los países europeos, esencialmente alineados con las posiciones de Kiev, estén dispuestos a derogar su parte de las sanciones y, en particular, a permitir la reconexión de los bancos rusos a la red financiera SWIFT.

Ante la reacción negativa de Zelensky a su propuesta de negociación, Trump acusó al presidente ucraniano de poner en peligro el acuerdo de paz, afirmando en cambio: “Creo que tenemos un acuerdo con Rusia”.

Por su parte, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, ha dicho que hay “muchos matices” en las negociaciones en curso y que aún hay que acercar las posiciones negociadoras. Esto sugeriría que, desde el punto de vista ruso, aún no se ha alcanzado un acuerdo.

Desde hace varios días, varios miembros de la Administración (entre ellos Rubio y el vicepresidente J.D. Vance) vienen diciendo que, si Kiev y Moscú no aceptan el plan de paz, Estados Unidos abandonará las negociaciones.

Sin embargo, no está claro si se trata de una mera táctica negociadora o de la verdadera intención de la Casa Blanca. Además, si Trump culpara a Kiev del fracaso de las negociaciones, no está claro si dejará de prestar ayuda militar y de inteligencia a Ucrania.

Las razones estratégicas de Washington

Como ha escrito Alex Vershinin, teniente coronel retirado del ejército estadounidense, el punto clave que hay que entender en esta negociación es que el tiempo de Kiev se está acabando. Ucrania tiene una creciente escasez de soldados y, en algún momento, se enfrentará a un colapso de la línea del frente.

Los rusos se encuentran en la situación opuesta: su ventaja en términos de hombres y material bélico está aumentando. Por eso Moscú se muestra reacio a aceptar un alto el fuego antes de que estén claros los términos de un acuerdo de paz.

En cualquier caso, el tiempo juega a su favor: cuanto más se prolonguen las negociaciones, más favorable será la posición rusa en el campo de batalla.

Negociar la paz en las condiciones de Rusia quizá no sea un gran negocio desde el punto de vista de Kiev y sus aliados occidentales.

Pero apostar por una improbable mejora de la posición militar de Kiev sobre el terreno significaría encontrarse negociando con Moscú en condiciones aún más desfavorables.

Es el leitmotiv de todo el conflicto, en el que Kiev ha retrocedido inexorablemente, salvo en el breve paréntesis del otoño de 2022.

Mientras que la administración Trump ha tomado nota de esta situación, los aliados europeos de Kiev mantienen una línea intransigente e irrealista, y en última instancia desastrosa para Ucrania.

Estados Unidos, por su parte, tras haber sido el principal socio de Kiev desde el estallido del conflicto (e incluso antes), con la nueva presidencia se ha reinventado como mero “mediador” entre los dos principales contendientes.

Aunque la posición estadounidense puede resultar poco convincente (y ciertamente no ha convencido del todo a Moscú), la estrategia de la Casa Blanca ya había sido claramente enunciada por el secretario de Defensa, Pete Hegseth, en febrero.

Dirigiéndose a los ministros de Defensa europeos, Hegseth declaró que “las duras realidades estratégicas impiden a los Estados Unidos de América centrarse principalmente en la seguridad de Europa”, ya que Washington debe ocuparse de contener a China en el Indo-Pacífico.

Por lo tanto, Estados Unidos y Europa deberán llevar a cabo una “división de tareas” que maximice la “ventaja comparativa” occidental en el viejo continente y en el Pacífico, respectivamente, había dicho Hegseth.

Según la Casa Blanca, la seguridad europea (y eventualmente la de Ucrania) deberá ser garantizada por los miembros europeos de la OTAN, que deberán proceder a una operación de rearme ampliando su industria bélica.

En el marco de una retirada (pero no de un abandono) de Europa, a Washington le resulta ventajoso llegar a una solución del conflicto ucraniano (y, de hecho, también debería serlo para los europeos).

Aplazar los conflictos para preservar la hegemonía

La estrategia de la actual administración es explicada con más detalle por Wess Mitchell, uno de los principales estrategas estadounidenses, miembro vitalicio del Consejo de Relaciones Exteriores y exsubsecretario de Estado para Europa y Eurasia bajo la anterior administración Trump.

Mitchell afirma que Washington debe recurrir a la diplomacia para “gestionar la brecha entre los medios finitos de Estados Unidos y las amenazas virtualmente infinitas a las que se enfrenta”.

Para él, la diplomacia no sirve para componer rivalidades o resolver conflictos, sino simplemente para aplazarlos en el tiempo para evitar que se superpongan y que Estados Unidos tenga que luchar en demasiados frentes al mismo tiempo.

El objetivo de la diplomacia es, por tanto, reducir las tensiones con el más débil de los rivales de Estados Unidos “para poder concentrarse en el más fuerte”.

Eso es lo que hicieron Kissinger y su jefe, el presidente Richard Nixon, cuando mejoraron las relaciones con Pekín para que Estados Unidos pudiera concentrarse mejor en Moscú a principios de los años setenta, escribe Mitchell.

Hoy, el adversario más débil de Washington es Rusia. Por lo tanto, EE.UU. debería “buscar un distensión con Moscú en detrimento de Pekín”.

“El objetivo”, aclara Mitchell, “no debería ser eliminar las causas del conflicto con Rusia, sino limitar su capacidad para dañar los intereses de Estados Unidos.”

Esto implica, por lo tanto, poner fin a la guerra en Ucrania de la manera más favorable posible para Estados Unidos.

Esto significa que, a fin de cuentas, Kiev debe ser lo suficientemente fuerte como para impedir el avance de Rusia hacia el oeste, concluye Mitchell.

Cita como modelo la Corea de los años 50 del siglo pasado:

Dar prioridad a un armisticio y posponer las cuestiones relativas a un acuerdo más amplio a un proceso separado que podría tardar años en dar frutos, si es que lo hace».

Mitchell sugiere que Estados Unidos establezca con Ucrania una relación similar a la que tiene con Israel: no una alianza formal, sino un acuerdo que permita a Kiev recibir todo lo que necesita para defenderse.

Sin embargo, serán los europeos quienes deberán asumir la responsabilidad de Ucrania y, en general, de la seguridad del viejo continente.

Según Mitchell, la estrategia de Trump estaría funcionando, al menos en parte: ha logrado empujar a Europa a rearmarse y, a través de los aranceles, puede convencer a los europeos de que acepten una mayor cuota de productos estadounidenses.

La intención de Washington, por lo tanto, como se desprende también del plan de paz formulado por Trump, no es poner fin al conflicto ucraniano (y, por lo tanto, a la rivalidad con Moscú) de una vez por todas, sino congelarlo para luego intentar debilitar el vínculo entre Rusia y China aprovechando el carácter desequilibrado de esta relación.

La partida iraní

Según Mitchell, se puede emplear una estrategia similar con Irán. Estados Unidos tiene un gran interés en debilitar a ese país, limitando al mismo tiempo la necesidad de intervenciones militares estadounidenses en la región.

Aunque es difícil imaginar que Irán renuncie a su programa nuclear, escribe Mitchell, el momento de arriesgar la carta negociadora jugada por Trump es el más oportuno, dada la actual debilidad de Irán tras la derrota de muchos de sus aliados regionales a manos de Israel.

La negociación nuclear sirve para evitar la posibilidad de que Teherán se dote del arma atómica. El momento de debilidad iraní sirve para arrancar las condiciones más favorables para Washington.

Mientras tanto, la campaña militar de Israel en varios frentes puede permitir a Estados Unidos deshacerse definitivamente de los aliados regionales de Irán, para luego, eventualmente, llevar a cabo el plan de los Acuerdos de Abraham y lograr una normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita.

La estrategia negociadora seguida por Trump parece, de hecho, seguir de cerca la teorizada por Mitchell.

El enviado especial del presidente estadounidense, Steve Witkoff, está gestionando directamente tanto las negociaciones con Moscú como con Teherán.

Tras un enfoque inicial estadounidense extremadamente agresivo, que supuso la reintroducción de un duro régimen de sanciones contra Irán (la llamada estrategia de “máxima presión”) y el envío de bombarderos a la base de Diego García en el océano Índico con un claro objetivo intimidatorio, Witkoff ha adoptado una línea pragmática y constructiva con Teherán.

Hasta ahora, esta línea ha consistido en limitar las negociaciones al programa nuclear, excluyendo la cuestión del arsenal de misiles iraní, así como la de sus aliados regionales.

E incluso en lo que respecta al programa nuclear, Witkoff ha seguido por el momento una línea muy realista, proponiendo el establecimiento de un régimen de control que impida a Irán dotarse del arma atómica, pero no el desmantelamiento de su programa nuclear (condición que sería inaceptable para Teherán).

Witkoff parecería inclinarse por permitir que Irán continúe enriqueciendo uranio al 3,67 %, necesario para producir combustible para sus centrales nucleares.

Según algunas fuentes, Irán podría incluso aceptar gestionar el programa de enriquecimiento en “joint venture” con un tercer país para permitir un mayor control sobre el proceso de enriquecimiento.

Como alternativa, Teherán podría aceptar enviar sus reservas de uranio enriquecido a Rusia.

Mientras tanto, sin embargo, Washington sigue imponiendo nuevas sanciones a Irán y enviando a Israel bombas “bunker buster” que podrían utilizarse en un posible ataque contra las instalaciones nucleares iraníes.

Además, el Pentágono está llevando a cabo una violenta campaña de bombardeos contra el grupo chiíta de los hutíes (también conocido como Ansar Allah) en Yemen, uno de los aliados regionales de Teherán.

Mientras tanto, la enviada de Estados Unidos al Líbano, Morgan Ortagus, además de agradecer públicamente a Israel “por derrotar a Hezbolá” (sin importarle que los israelíes hayan matado a miles de libaneses para lograr tal ‘victoria’), está trabajando abiertamente para promover en el país un proceso que conduzca al desarme del grupo chií libanés.

Por lo tanto, parece que Trump está siguiendo bastante fielmente el guion trazado por Mitchell:

negociar un acuerdo que garantice que Irán no entre en posesión de armas nucleares, en las condiciones más favorables para Washington, y mientras tanto hacer todo lo posible para debilitar o destruir a los aliados regionales de Teherán.

Halcones estadounidenses e israelíes

Sin embargo, también en el frente negociador iraní existen numerosas incógnitas que podrían llevar al fracaso de las negociaciones, a una arriesgada acción bélica contra Irán, pero también empujar a Estados Unidos hacia una implicación regional insostenible desde el punto de vista militar.

En primer lugar, el enfoque pragmático de Witkoff no cuenta con el apoyo de todos los miembros de la Administración (Rubio, por ejemplo, no quiere permitir que Teherán enriquezca uranio) y no es compartido por Israel, que desea el desmantelamiento total del programa nuclear iraní según el llamado “modelo libio”.

Según una reciente investigación del New York Times, Trump habría bloqueado un plan israelí para atacar las instalaciones nucleares iraníes con la ayuda de Estados Unidos.

Tras meses de debate interno, habría surgido una fuerte oposición al plan israelí (compuesta, entre otros, por Tulsi Gabbard, directora de Inteligencia Nacional, el secretario de Defensa Pete Hegseth y el vicepresidente J.D. Vance).

Trump habría decidido, por lo tanto, apostar inicialmente por la negociación y posponer una posible operación militar.

Sin embargo, Israel no parece haber renunciado a la posibilidad de llevar a cabo un ataque más limitado sin la ayuda estadounidense, en caso de que la negociación tome un rumbo que Tel Aviv considere inaceptable.

El jefe del Mossad, David Barnea, y Ron Dermer, ministro israelí de Asuntos Estratégicos y mano derecha del primer ministro Benjamin Netanyahu, también están ejerciendo una fuerte presión sobre Witkoff para que adopte una línea negociadora más dura con Teherán.

Dermer fue visto en Roma, en el mismo hotel donde se alojaba Witkoff, con motivo de las conversaciones que este último mantuvo con la delegación iraní en la embajada de Omán en la capital italiana.

Y anteriormente, Dermer y Barnea habían “interceptado” a Witkoff en París, siempre con el objetivo de empujarlo a adoptar un enfoque más intransigente con Irán.

Los responsables iraníes han acusado a Israel de intentar por todos los medios sabotear las negociaciones.

El Pentágono en apuros

Mientras tanto, sin embargo, en el conflicto ucraniano, luego en la violentísima operación militar israelí en Gaza y, por último, en la acción estadounidense en el Mar Rojo contra los hutíes, Estados Unidos está dilapidando su arsenal bélico como no lo hacía desde la Segunda Guerra Mundial.

En agosto de 2024, incluso antes de la reciente campaña de bombardeos iniciada por Trump, Estados Unidos lanzó 125 misiles Tomahawk contra objetivos del grupo yemení, lo que equivale a más del 3 % de las reservas estadounidenses de estos misiles de crucero.

Estados Unidos ha disparado cientos de otros tipos de misiles para atacar objetivos hutíes o defender sus barcos en la zona.

Expertos estadounidenses han observado que se trata de un consumo superior a la capacidad productiva estadounidense para reemplazar estas municiones, lo que compromete la preparación militar de Estados Unidos en caso de un conflicto con China en el Pacífico.

Una posible operación contra Irán agravaría aún más la situación de las fuerzas armadas estadounidenses, que ya operan a un ritmo de consumo insostenible a medio y largo plazo.

Rusia e Irán están alerta

Tanto Moscú como Teherán parecen conscientes de los objetivos estratégicos que se esconden tras las maniobras negociadoras de Washington.

Rusia aún no ha descubierto sus cartas en la negociación sobre el conflicto ucraniano. El Kremlin prefiere que Trump culpe a Kiev de un posible fracaso de las negociaciones, con el fin de no incurrir en posibles represalias por parte estadounidense.

Mientras tanto, parece existir una estrecha coordinación entre Rusia e Irán en relación con las negociaciones sobre el programa nuclear iraní.

Moscú podría asumir el papel de «garante» en un posible acuerdo entre Teherán y Washington, acogiendo las reservas iraníes de uranio enriquecido y devolviéndolas a Irán en caso de que Estados Unidos incumpla el acuerdo.

En una carta enviada al presidente ruso Vladimir Putin, el ayatolá Alí Jamenei ha reiterado el interés iraní en mantener la asociación estratégica con Moscú, independientemente del resultado de las negociaciones con Washington.

Putin ha respondido afirmando que las negociaciones en curso entre Rusia y Estados Unidos no alterarán la relación con Irán.

La carta de Jamenei fue entregada personalmente por el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghchi, que viajó a Moscú para informar al Kremlin sobre el curso de las negociaciones nucleares.

Araghchi también se desplazó a Pekín para informar de la misma manera a las autoridades chinas.

De manera similar, el Kremlin había enviado a China a Sergei Shoigu, jefe del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, para tranquilizar al presidente chino Xi Jinping sobre la solidez de los lazos entre Moscú y Pekín tras el inicio de las negociaciones sobre Ucrania con Estados Unidos.

En un discurso pronunciado en marzo ante la Unión Rusa de Industriales y Empresarios, Putin dijo a sus oyentes que no se hicieran ilusiones:

Las sanciones y las restricciones son la realidad actual, junto con una nueva espiral de rivalidad económica ya desencadenada.

No hay nada más allá de esta realidad, afirmó el presidente ruso.

Las sanciones no son medidas temporales ni específicas; constituyen un mecanismo de presión sistémica y estratégica contra nuestra nación. Independientemente de la evolución mundial o de los cambios en el orden internacional, nuestros competidores tratarán constantemente de contener a Rusia y reducir sus capacidades económicas y tecnológicas.

Sin embargo, añadió Putin, si Rusia tiene retos que afrontar, también son numerosos los de sus adversarios: “El dominio occidental se está desvaneciendo. Están surgiendo nuevos centros de crecimiento global».

Las negociaciones sobre Ucrania y el programa nuclear iraní forman parte de una batalla más amplia por la redefinición del equilibrio mundial. Moscú y Teherán son plenamente conscientes de lo que está en juego.

Traducción nuestra


*Roberto Iannuzzi es analista independiente especializado en Política Internacional, mundo multipolar y (des)orden global, crisis de la democracia, biopolítica y «pandemia new normal».

Fuente original: Intelligence for the people

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