EL GRAN BLUFF. Enrico Tomaselli.

Enrico Tomaselli.

Ilustración: Enrico’s Substack

06 de febrero 2025.

Tarde o temprano, la cháchara y las declaraciones grandilocuentes tendrán que ir seguidas de hechos. Y cuanto más difieran éstos de los primeros, más disminuirá -aún más- la credibilidad de Estados Unidos.


Muchos empiezan a preguntarse: “¿pero por qué dice tantas tonterías Trump?”, y acaban respondiendo –equivocada, pero comprensiblemente– que esto debe corresponder de alguna manera a un plan estratégico de Estados Unidos.

Por lo tanto, me gustaría intentar analizar críticamente a Trump como personaje, tratando de esbozar las (posibles) razones de su comportamiento un tanto exagerado.

Necesariamente, debo partir de lo que ya he argumentado anteriormente; la elección de Trump a la presidencia fue una operación llevada a cabo por una parte minoritaria del Estado profundo estadounidense, marginada durante décadas por el bloque formado por neoconservadores y demócratas, que controlaba tanto las instituciones federales como la política exterior de Estados Unidos.

Para revertir la situación, este grupo minoritario decidió explotar los errores cometidos por las distintas presidencias demócratas, y la debilidad ahora estructural de ese partido, utilizando a un líder populista como caballo de Troya, capaz de catalizar la ira y la frustración de una parte significativa de los estadounidenses.

Además, Trump ofrecía otras ventajas desde este punto de vista.

En primer lugar, no es un político, sino un empresario, y por tanto no posee la malicia de un político curtido, acostumbrado a moverse dentro del establishment federal. En su primer mandato ya ha demostrado que es bastante manejable (todos los presidentes lo son, pero él más), a pesar de su enorme ego; de hecho, precisamente por eso.

Y, por último, no es reelegible. Su función, por tanto, es esencialmente demoler las estructuras de poder en las que se basa el control de la mayoría del Estado profundo.

La misión, en una perspectiva a medio plazo, es volver a poner a Estados Unidos en condiciones de afrontar (y ganar) los desafíos que se plantean a su liderazgo mundial; una tarea que, sin embargo, está diseñada para la(s) próxima(s) presidencia(s).

En esta perspectiva destructiva, una personalidad explosiva como Trump responde bastante bien a las exigencias; y no es casualidad que cuente con el apoyo de otro individuo no menos perturbador como Musk.

Llegados a este punto, es necesario subrayar dos cosas.

La primera es que la acción de Trump es principalmente interna, y debe responder a un plan de reforma radical de la estructura de poder de Estados Unidos.

En este sentido, incluso cuando aborda cuestiones internacionales, en realidad se dirige al público interno, al que debe transmitir esta idea de una América que vuelve a ser grande, un cierto orgullo patriótico, que sirve para la movilización política en apoyo del plan de reforma.

La segunda es que Trump –como la mayoría de los estadounidenses– tiene una idea muy vaga del contexto geopolítico mundial, y define sus orientaciones sobre la base de las sesiones informativas que recibe en el Despacho Oval.

Obviamente, esto también se aplica a casi todos los presidentes, que comprensiblemente no pueden tener un conocimiento completo y profundo de todos los expedientes, pero en su caso esto se ve amplificado por el hecho de que no es su materia.

Cuando, por ejemplo, da las cifras de las pérdidas rusas y ucranianas en la guerra, está claro que no tiene un conocimiento fundado y directo de ellas, sino que se basa en los datos que le facilitan. Los italianos que recuerdan a Berlusconi saben de lo que estamos hablando.

Y así, en el contexto de reuniones sobre cuestiones estratégicas, tal vez recibe la información de que EE.UU. tiene un vacío de presencia en el Océano Ártico, que debe remediarse aumentando la presencia (y el control) militar en zonas como Canadá y Groenlandia, y las transforma a su manera lanzando hipótesis provocadoras. Cuyo propósito, en última instancia, es desorientar a los interlocutores, allanando el camino -de forma bastante burda- a negociaciones más serias y sustanciales.

Este continuo aluvión de declaraciones exageradas, a menudo completamente desprovistas de sentido de la realidad, tiene también el propósito de invadir y saturar la infoesfera, monopolizando el debate político internacional, situándose en el centro de este.

Lo cual es también una forma de encubrir la absoluta vacuidad de propuestas concretas y realizables.

En su pretensión de ejercer el poder de forma hegemónica, de hecho, pretende proponerse como abanderado de una pax americana, a imponer por el mero blandir de las espadas (soñando con una ‘paz por la fuerza’, que huele a reminiscencias imperiales romanas mal digeridas – “si vis pacem, para bellum”).

Por otra parte, es evidente que las crisis más complejas, que se manifiestan en todo el mundo, no pueden resolverse de forma simplista; y sobre todo no pueden resolverse sin que Estados Unidos renuncie a sus pretensiones hegemónicas.

Estas crisis, de hecho, son el resultado directo de la supremacía occidental, y de la pretensión de mantenerla a toda costa.

Desde este punto de vista, por tanto, no se trata tanto de la capacidad personal de Trump para encontrar soluciones a las crisis, sino de un impedimento estructural, que pertenece a la propia posición estadounidense, y que por tanto deja al presidente pro-tempore un margen de maniobra muy limitado, pudiendo apenas operar en un contexto táctico, que no ofrece (no puede ofrecer) respuestas decisivas, sino que sólo busca acomodos temporales.

A esta dificultad estructural, Trump añade esta postura propia de fanfarrón, que corre el riesgo de socavar su indudable pragmatismo.

En cualquier caso, trasladar la discusión a una dimensión hiperbólica, permite alejar el foco del fondo de las cuestiones, encadenándolo a la forma de sus declaraciones.

El problema, por supuesto, es la sostenibilidad de este enfoque.

Que es ciertamente eficaz para dominar el debate público, pero mucho menos para fomentar la confrontación concreta.

Y sobre todo, más allá de la resonancia mediática, funciona bastante bien con quienes -por las razones más diversas- tienen un papel subordinado respecto a los deseos de Washington, pero muy poco, o nada, con quienes no se sienten en absoluto sometidos a la supuesta hegemonía estadounidense.

Tarde o temprano, la cháchara y las declaraciones grandilocuentes tendrán que ir seguidas de hechos.

Y cuanto más difieran éstos de los primeros, más disminuirá -aún más- la credibilidad de Estados Unidos.

Traducción nuestra


*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.

Fuente original: Enrico’s Substack

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